Un cajón de sastre al azar

Un cajón de sastre al azar
Imagen de Anita Smith en Pixabay
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domingo, abril 29, 2012

Capítulo 5: ¿Amor? (Parte II)

En el capitulo anterior:
¿Y a ti quien te gusta?—inquiere Cori
—Creo que…no lo sé—le contesto con desaire.
La pregunta me toma desprevenido pero a la vez me pone en qué pensar. ¿Quién es la persona por la cual mi corazón se acelera o se detiene? Realmente desconozco mucho acerca de lo que es el amor. No estoy seguro de si alguna vez me enamore de alguien. Sí, he tenido novia anteriormente, dos para ser exacto, con las cuales no dure más de un año con cada una pero no sé si llegué a amarlas realmente. Creo que es un poco cruel de mi parte decirlo, pero ninguna de ellas le dio el verdadero sentido a mi vida cuando realmente lo necesitaba. Nunca les hablé a Cori ni a Karla de ellas, jamás lo creí importante y fue por eso que esos noviazgos los trate de lejos. Posiblemente traté de llenar un vacío que ya estaba siendo llenado, y hasta este entonces no sé muy bien cuál es ese elemento que está llenando ese hueco…o seguramente aun lo estoy descubriendo.”

Parte II
Donde te encuentras









Recuerdo perfectamente aquella declaración de lo que creí amor a mi primera novia. Ella se llamaba Lucy, estábamos en el mismo salón de clases. Recuerdo que fue en abril de 2005. Karla recién se había mudado a Longmont y ese vacío que una vez fue dejado por la muerte de mi abuela y que había sido llenado hasta rebalsar por Karla se comenzó a vaciar nuevamente. Pensé que la mejor manera de volver a tener aquello que me hacía falta se solucionaría con tener una novia. Pero me equivoqué.
Un día de tantos en la escuela, recuerdo que una maestra, la señorita Meryl nos ordenó qué trabajáramos en parejas para llevar a cabo un proyecto que presentaríamos en la feria de logros. Todos los demás chicos buscaron rápidamente su pareja y como por fuerzas del destino quedamos únicamente nosotros; Lucy y yo. Yo penosamente acepte trabajar con ella. ¿Qué por qué le tenía pena? Casi siempre que trataba de hablar con ella mi mirada se pegaba como un imán a sus senos, si mal no recuerdo, era la única chica del salón que los tenía así de grandes; bien dicen que la adolescencia para todos nunca comienza igual.
Nos pusimos de acuerdo y decidimos hacer el típico volcán que hace erupción con bicarbonato de sodio y vinagre. No iba a ser la gran cosa pero algo era algo.
Un fin de semana me reuní con ella en su casa. Recuerdo que quien atendió la puerta cuando toqué el timbre fue una señora de bastante edad que tuvo que acercarse mucho para distinguir si se trataba de un mocoso o de un delincuente; aunque entre mocoso y delincuente no hay mucha diferencia. En fin, nos pusimos manos a la obra y en 4 asombrosas horas terminamos nuestro armazón de papel maché. Luego de eso nos quedamos en su habitación mirando la televisión mientras el papel secaba. Si mal no recuerdo vimos una película llamada Great Expectations. La historia trataba sobre dos chicos que tomaban clases de baile con una anciana; la imagen vivida de una escena en particular llamó mi atención, el protagonista tomaba agua de una fuente y de repente la otra chica se acerca a tomar también agua de esa misma fuente y entonces ambos se dan un beso. Miré a Lucy que estaba totalmente clavada en la película y noté que sus ojos estaban húmedos. Le pregunte que le sucedía y ella simplemente me miró fijamente por un largo rato. No se inmuto en lo más mínimo y creí entonces que haberle preguntado fue un error, me puse de pie y me dirigí hacia la puerta.
—¿Hacia dónde vas?—me preguntó ella.
—Tengo que irme—le contesté tomando mi bolsón.
La verdad era que el momento se había vuelto incómodo y deseaba irme a casa. No sabía exactamente lo que cruzaba por la cabeza de aquella chica así que decidí que era momento de marcharme y regresar otro día.
—No…te vayas—musitó ella.
—¿Realmente te encuentras bien?
—No te preocupes, es solo que estas películas así me ponen melancólica.
—¿Melancólica?—le dije riendo—Vamos que es solo una película.
—Lo sé pero, dime, ¿nunca te has puesto a pensar en cómo sería dar un beso?
—Pues supongo que no, ha de ser como cualquier otra cosa.
—No si es tu primer beso.
—Pues de eso no me preocupo—le contesté.
—¿¡ya has besado a alguien!?
—No, la realidad no—le dije suspirando—pero a lo que me refiero es que no es algo a lo que le tome mucha importancia.
—¿Quieres intentarlo?
—¡¿Ahora?!
—Vamos Sasha que solo es un beso, además, tú dices que no tiene mucha importancia.
—Pero…pero…
—¿Quieres intentarlo o no?
Y ahí estaba yo, debatiéndome entre si debía hacerlo o no. A mis cortos 13 años de edad iba a dar mi primer beso. Era extraño, siempre pensé que lo haría con alguien a quien realmente quería.
—No lo sé…es solo que…
Tibios. Suaves. Así se sienten los labios de alguien más. Es como comer un malvavisco…supo a frambuesa. ¡Mi primer beso fue literalmente robado! Pude sentir aquellos labios que trataban de quedarse inmóviles pero temblaban de nerviosismo mientras descansaban entre los míos. ¿Qué debía de hacer? En ese momento instintivamente tuve que cerrar mis ojos, no supe por qué, pero supo mejor de esa manera. Duró aproximadamente 10 segundos, no los conté, pero eso supongo que duró pues no me ahogué ni jadeé después de hacerlo, como otras tantas veces que lo hice y tuve que detenerme para tomar bocanadas de aire.
Abrí mis ojos lentamente y vi a Lucy frente a mí con sus mejillas totalmente ruborizadas. Creo que yo estaba igual, sentía aquel cosquilleo en el estómago y una sensación de nerviosismo mesclado con felicidad y que provoca el quererte reír pero a la vez detenerte y disfrutar el momento. Nos quedamos en silencio por un largo rato, el sonido de la televisión interrumpía mis pensamientos.
¿Qué siento?—pensé—Mis manos…tiemblan.
—Sasha, yo…tú…
Necesitaba comprobarlo, había algo nuevo. ¿Qué era? Esa sensación tan extraña recorriendo mi cuerpo que me hacía sentir débil e inofensivo pero a la vez me provocaba vergüenza, de aquella vergüenza que te hace sentir bien, de aquella vergüenza que todo el mundo ha sentido cuando recuerda algo que te hace sentir felicidad pero que si lo piensas detenidamente es embarazoso al mismo tiempo.
Simplemente, la besé…
Sentí nuevamente sus labios tibios, sentí nuevamente sus labios suaves, aquel sabor a frambuesa…me sentí…ni siquiera sé cómo me sentí.
—Me…gustas—me dijo ella cuando me separe nuevamente de sus labios.
Latido. Duele; no, presiona. ¿Qué sentía en el pecho? Mi corazón latía tan fuerte que creí que estallaría. ¿Qué debía de decirle? ¡Era una confesión! Me sentía absurdamente torpe en ese momento, mi corazón latía haciendo vibrar mi pecho bruscamente, sentía que el aire me faltaba y que las ideas no fluían.
—Lo siento—musitó Lucy al verme pasmado y en silencio—creo que no soy para ti la persona indic…
Otro beso. Esta vez fue diferente, se sintió diferente. Esta vez mi corazón latía más fuertemente, esta vez sentí las incesantes ganas de llorar pero a la vez de reír, esta vez…pensé que el tiempo se había detenido. Creí que había encontrado esa parte que encajaría perfectamente en aquel hueco que siempre llevaba dentro de mi alma.
—Tú, también me gustas—musité.
Cuando eres adolescente dices muchas cosas. La mayoría siempre es lo primero que se te viene a la cabeza y creo que esa vez acerté. Gustar, si, solo le dije que me gustaba pero jamás le dije Te amo, de haberlo hecho, entonces le hubiese mentido a ella y me hubiese mentido a mí mismo. Se supone que una relación lleva un orden lógico, primero es la amistad, luego vienen los sentimientos acompañados del Te quiero y por ultimo viene aquello que a muchos les ha sucedido tantas veces; el enamorarse. Pero la verdad de las cosas es que no siempre lleva ese orden ni tampoco llega a cumplirse completamente. Muchos se enamoran primero, luego suceden unas cuantas cosas y aquel sentimiento que sentían en un principio comienza a desquebrajarse y simplemente terminan queriendo a la persona. Otras tantas veces ni siquiera llegan a enamorarse como es mi caso.
Salimos 4 meses y medio con Lucy. No voy a negar que fueron bastante lindos, pero la felicidad que necesitaba en esos momentos jamás llegó. Los primeros 3 meses transcurrieron normales, pasaba por ella todas las mañanas, caminábamos juntos a la escuela, almorzábamos juntos, de vez en cuando le daba un beso clandestino a espaldas de la señorita Meryl quien tenía nariz para este tipo de cosas y rápidamente se daba cuenta de quien tenía una relación y quien aún permanecía en la soltería como ella, que a sus 37 años aún no se casaba y nos repetía a cada segundo que una vida solo es mejor que una vida con compromisos. ¿Estaría en lo cierto? Realmente no lo sé.
En el cuarto mes surgió el primer inconveniente. Un día sábado que regresaba de la librería—¿¡Qué!? Me encanta leer, no es nada raro—ese día en la parada de autobuses me encontré con la peor escena que pude haber visto. Me encontré con Lucy, pero eso no fue lo malo, lo malo vino cuando me di cuenta que no estaba sola. Desde el otro lado de la calle pude divisar que estaba con alguien más. Un chico, si, otro chico. Creo que en ese momento experimente por primera vez aquello de lo que creí yo era inmune; celos. Jamás en mi vida llegue a pensar que algún día sentiría celos, pero creo que ese defecto con el que la humanidad carga sobre sus hombros es muy difícil de erradicar. Sentí como los músculos de mi mandíbula se tensionaban y como apuñaba mis manos que temblaban frenéticamente. Me dije a mí mismo “Calma Sasha, posiblemente es algún familiar”. Aun no comprendo porque sentí celos en esos momentos, otras tantas veces que Lucy había hablado con otros chicos no había tenido ese tipo de sensación, posiblemente porque siempre había estado a su lado vigilando cada cosa que hacía además del hecho de que conocía a la persona con quien charlaba, pero esa vez fue diferente, esa vez ella estaba sola, con otro chico que yo desconocía totalmente.
Traté de contar hasta diez. En un libro había leído que para calmarse ante un problema no hay mejor solución que respirar profundo y contar lentamente hasta diez. Él la beso y eso no ayudo en lo más mínimo a calmar aquella desesperación; definitivamente contar hasta diez no funcionaría en ese momento.
Ese beso, aquella escena, la forma en la que ella le correspondía, todo se aglomeraba en un remolino caótico y me destrozaba lentamente desde adentro hacia afuera, rompiendo en pedazos diminutos la poca calma que tenía en mi alma.
Ese día recuerdo haber llegado a mi casa y encerrarme en mi habitación sin decir absolutamente nada a nadie. Deje los libros en la mesa—olvidando por completo que había comprado unas revistas pornográficas junto a los libros. El chico de la tienda era amigo mío y gracias a él podía obtenerlas, por suerte nadie las vio—y ya encerrado en mi cuarto me quedé en silencio. Las horas comenzaron a pasar lentamente y mi nivel de estupidez crecía por cada minuto que pasaba, pensando en aquella escena tan estúpida. Una oleada de nauseas me invadió el cuerpo, los ojos me comenzaron a arder y sentí una sensación desagradable de dolor y ardor en la piel, como si algo comprimiera mis venas desde adentro hacia afuera. Un dolor punzante de estrés pos—noviazgo—perfecto en mi nuca me recordaba a cada segundo de que la vida no es nada agradable todo el tiempo. Si fuera feliz, creo que todo fuera aburrido y trataríamos de olvidarnos que existe un Dios. Por suerte existen los problemas y gracias a ellos somos mejores personas cada día. Si no hubiera problemas, entonces no habría nada que mejorar.
Ese día lloré amargamente, lo necesitaba. Aún recuerdo la sensación de aquellas lagrimas rodando por mi rostro, tibias y llenas de dolor por una traición de la que estoy seguro que en parte yo tenía la culpa. Solo era querer, nunca fue amar, solo creí estar enamorado, pero no puedo mentirme a mí mismo, amar es dar todo de ti, en cambio yo, jamás entregué ni la tercera parte de mi ser, aun así, dolió, y tuve que tragarme mi propio ego de poder decir que le di a ella todo de mí cuando realmente solo maquille la realidad haciéndome creer que la amaba.
La primera semana después de lo sucedido transcurrió lenta y bastante agitada en mis adentros, llena de pensamientos inútiles sobre el amor y de reproches que me daba a mí mismo por mi torpeza. Cada día después de aquel suceso me repetía las mismas palabras: Eres un idiota por confiar en las demás personas. Nunca habrá nadie en quien puedas confiar plenamente…el mundo ha perdido la razón de ser. Lo que no sabía era que un tiempo después tendría que tragarme mis propias conclusiones.
Fue un engaño, ese sentimiento que ella dijo haber sentido por mí fue un engaño, pero ella no era la única que engañaba. ¿Qué había de mí? Yo jamás me había llegado a enamorar de ella, estaba con ella por un simple capricho que se había vuelto obsesión a tal punto de sentir aquellos estúpidos celos que arruinaron un segmento de mi vida. Pensé entonces ¿Por qué no devolverle el mismo favor? ¿Por qué no hacerla sentir lo mismo? Nunca le dije a Lucy lo que había visto ni que ya sabía de sus asuntos con el otro chico así que tomé una decisión. Una semana después de haber visto lo que vi y sentido lo que sentí, conocí a Kathy, la hija menor de una de las criadas de la casa. Fue un día de tantos que Tránsito, la criada de origen Salvadoreño encargada de los quehaceres tuvo que llevar a su hija consigo al trabajo por problemas con su marido. Mis padres no estaban en casa así que no hubo problema y le prometí que no les diría nada. Además, Tránsito siempre fue bastante buena conmigo, cocinando para mí lo que más me encantaba—de vez en cuando cocinando unas tortillas rellenas de carne de cerdo o queso a las que llamaba “pupusas”—y dándome lo que ella decía era “la bendición del día”. Ponía sus dedos y comenzaba a hacer movimientos en mi rostro de un lado a otro en un orden determinado, al parecer se le llama Persignarse o algo así. No voy muy a menudo a la iglesia así que no se mucho de estas cosas, pero eso no significa que no tenga a Dios bastante presente en mi vida, al contrario, hablo con el de vez en cuando y trato de hacerlo seguido, logro sacar aquello que no puedo confiarle a nadie más; es bastante interesante charlar con Él, aquel incesante monologo en el que le cuento mis penas y él solo escucha sin decir una palabra. ¿Me pregunto quién escuchara los problemas de Dios? ¿A caso tendrá problemas?
Bueno, como les decía, Kathy llegó un día a la casa junto a su madre. Una chica de mi misma edad, piel ligeramente más obscura que la mía y cabello negro azabache. Parecía un poco tímida pero luego de que desayunamos juntos me di cuenta que era bastante animada. El día en que la conocí ni tan siquiera sentí las horas pasar, charlando y debatiendo estupideces como si a alguien le interesara que cereal sabe mejor o sobre si el agua tenía o no olor. Cosas así y otras tantas que hicimos ese día me parecieron estupendamente entretenidas, sin aburrimiento y sin ningún contratiempo, tanto que me permitieron olvidarme momentáneamente de mis problemas. La veía sonreír y me agradaba, la veía ayudarle a su madre y el instinto de hacerlo también surgía en mí con tal de estar a su lado y escucharle decirme algo, cualquier cosa, pero su voz terminaba reconfortándome. Tránsito solo nos miraba callada y sigilosa. Se llegó la noche y la hora en que Kathy tuvo que irse me pareció agónica, no sé por qué, pero así fue.
El siguiente día tuve que preguntarle a Tránsito el día en el que Kathy la acompañaría de nuevo, parecía un niño de aquellos que se emocionan cuando le compraran un juguete nuevo, con grandes expectativas sobre el asunto. Tránsito solo se limitó a decirme que pronto.
Pasó la primera semana y Kathy no apareció con su madre, todo se volvía a poner realmente turbio. Veía a Lucy, charlaba con ella, estaba con ella, cada hora de mi mugre vida tenía su asquerosa presencia a mi lado y ella ni tan siquiera se inmutaba en lo más mínimo, ocultando su secreto de tener a alguien más. ¿Por qué demonios me molestaba? Solo creí haberme enamorado ella, pero no significaba que realmente lo hubiera hecho. Lo único que sentía era ese remordimiento en mi interior que trataba fervientemente de buscar vengarse de aquella persona que tanta angustia le había causado a mi alma. El primer amor te vuelve estúpido, sacando a flote aquello que creíste jamás tener, aquella parte tan negra del alma que tratamos de mantener a raya pero que a veces traspasa la línea y te hace una verdadera mierda.
El martes de la siguiente semana Kathy volvió con su madre, fue un gran alivio tenerla cerca de nuevo. Esa energía tan vibrante que provenía de ella me envolvía, aquella sonrisa tan sincera en su rostro, su presencia reconfortante…pensé que esa vez si me había enamorado. Podía ser con ella lo que nunca fui con Lucy; sincero. Fue entonces cuando vi el error que estuve a punto de cometer y me tuve que plantear a mí mismo las preguntas: ¿Por qué debo de vengarme? ¿Por qué debo de hacerle lo mismo a Lucy? ¿A caso no puedo hacer las cosas de otra manera? ¿A caso soy como los demás, con la necesidad incesante de hacer sufrir porque estoy sufriendo?
—Las personas ignoran algo, Sasha—me dijo una vez Kathy—el primer amor y tu primer beso solo suceden una vez. Es por eso que hay tanto sufrimiento, algunos no se detienen a pensar cuánto daño le pueden causar a alguien más si no atesoran el momento como el primero y el ultimo.
Aquellas palabras hicieron “click” dentro de mí, me pusieron a pensar, me pusieron a sentir, me pusieron a vivir detenidamente mi vida, dándome el empujón necesario para regresar nuevamente a la cordura. Logré recapacitar a tiempo y comprendí que si le hacía lo mismo a Lucy entonces sería como ella; un completo imbécil.
No debo hacerlo—pensé—soy…diferente. Soy mejor que esto.
El 22 de octubre me arme de valor para ponerle fin al asunto. Cité a Lucy por teléfono en el Starbucks frente a la librería Puffle, a tres calles de la escuela. Ese día ella no asistió a clases. Recuerdo como ensayé un centenar de veces lo que le diría, como gesticule cada palabra frente al espejo y como memorice cada frase que saldría de mi boca. Todo debería ser rápido, pero lo más directo posible.
Se hicieron las tres de la tarde y el timbre que anunciaba la salida de clases resonó por los pasillos. La señorita Meryl nos retuvo por quince minutos mientras nos daba la tarea del fin de semana. Una vez anotada, corrí como demente por los pasillos, tropezando con más de algún profesor o conserje. El aire gélido de un frio octubre golpeó mis mejillas una vez salí del edificio pero eso no me detuvo. Las primeras dos calles las corrí como si mi vida hubiese dependido de ello sin darme cuenta si las calles las crucé mientras el semáforo estaba en rojo o si el policía de tránsito daba la orden de pasar. En fin, a la segunda calle me detuve pues mis pulmones comenzaron a arderme y el aliento se me hizo falto. Me detuve y jadeé por unos cuantos segundos y luego seguí avanzando a paso apresurado. Recuerdo como unos señores de tez negra me miraban sentados desde un banquillo en la acera frente a una barbería; uno de ellos me preguntó:
—¿Te encuentras bien chico?
—Estoy—jadeé—bien—jadeé nuevamente.
—¿Por qué tanta prisa?—me dijo el otro, quien sostenía un periódico.
—Necesito verme con alguien—balbuceé con la respiración entrecortada del cansancio.
Seguí avanzando hasta que por fin llegué al Starbucks. Abrí la pesada puerta de vidrió y enseguida sentí la calefacción acariciar mi cansado rostro. Eché un vistazo alrededor; Lucy aún no llegaba. Ocupe la primera mesa junto a la gran ventana que daba vista a la calle aglomerada de tráfico y aguardé paciente. Esto sería algo importante.
Dos minutos después apareció ella.
—Hola Sasha—me dijo sonriente. Se acercó para besarme pero aparte mi rostro y me besó en la mejilla. Ella notó mi indiferencia.
Tomó asiento. Ordenamos un cappuccino cada uno y unos cuantos bollos de canela con pasas. La orden no tardó más de cinco minutos en estar lista. No comprendo cómo logré mantener la calma durante ese tiempo que estuvimos en silencio, cada uno agitando con la cuchara la enorme taza de cappuccino caliente y humeante. Después de diez minutos no lo soporté más.
—Sabes, Lucy—le dije—necesito hablar contigo.
— ¿A sí?—comentó ella, dándole un sorbo a su bebida—¿Qué sucede?
Hubo otro momento de silencio profundo. De aquellos silencios que ahogan, aquellos silencios en los que las palabras cruzan aceleradas por tu mente pero que tu boca no está segura de pronunciarlas. Pensé que iba a morir de desesperación.
—Es acerca de nosotros—musité—Verás…
—¿Es esto un final?—intervino en seco.
Mire su rostro y pude ver aquel gesto serio y frío. ¿Se lo esperaba? ¿A caso ya sabía que era lo que tenía que decirle? Debo decir que me confundió momentáneamente.
—Creo que…lo es—asentí.
—Ya era hora. Me estaba cansando de todo esto.
—¿Cansando? ¿A qué te refieres?
—Vamos, no finjas. Sé muy bien que nos viste a Daniel y a mí besándonos el otro día. ¿A caso crees que…no te vi?
Lucy bajo su rostro, mirando fijamente la mesa, con su cabello cubriendo ligeramente su rostro y disimulando quién sabe qué expresión.
—¿Entonces por qué no me lo habías dicho? Esto tuvo que haber terminado hace mucho tiempo.
Ella levantó su mirada y me observó con bastante atención, sus labios temblaban, sus manos apretaban con fuerza la taza con el cappuccino y sus ojos, sus ojos estaban bastante rojos y vidriosos, tanto que por un momento creí que esto era un error, que lo que hacía era una estupidez…aun dudo de si lo ha sido
—Para mí así fue—masculló ella con frialdad—para mi terminó el día en el que me abrumó esta estúpida relación. ¿Sabes por qué? ¡Porque me cansas!, porque me desesperas, porque… ¡porque me enamoré de ti, maldita sea!
Aquellas últimas palabras salieron tan quebradas, con voz bastante firme pero a la vez tal suave que pareció un susurro apagado por el miedo.
—Nunca planee enamorarme de ti—sollozó—Porque todo en un principio fue un juego y ahora el juego se volvió…—ella comenzó a llorar—.
—Se volvió real—musité.
—No planeaba enamorarme de ti, Sasha—sollozó con lágrimas rodando por sus mejillas—Pero el amor nunca tiene planes. Es bastardamente espontaneo.
—¿Entonces por qué tuvo que ser un juego?
—No lo sé, tal vez porque ya amaba a alguien más.
—Entonces tienes razón—le dije calmadamente—ya es tiempo de que esto termine.
Me levanté de la mesa, me dirigí al mostrador y pague la cuenta. Salí del local con la misma calma. Caminé hacia mi casa en silencio, con la mente en blanco y mis ojos fijamente en el pavimento de la acera. Algo dolió. ¿Qué fue? Posiblemente el saber que todo había sido un juego…posiblemente eso fue. ¿Por qué me dolió? No lo sé, tal vez porque hubo una vez en la que creí haberme enamorado de esa persona cuando ella simplemente lo había hecho un juego…un simple y estúpido juego. Kathy tenía razón…ese día hundí mi rostro en la almohada hasta empaparla de dolor y amargura.
No he vuelto a saber de Lucy desde ese entonces.
Martes 28 de Junio de 2010
Al final de cuentas ¿Qué es el amor? No lo sé. Amar y querer son cosas distintas. ¿A quién amo? No creo tener a nadie…por el momento. Hoy recordé que hay tantas cosas que aún debo experimentar para llegar a conocer realmente lo que es vivir…lo que es amar. Espero algún día encontrar a esa persona de la cual enamorarme, con la cual sufriré por amarle, aquella persona a la que le diré por primera vez “Te amo”.
Amigo confidente, hoy descubrí que me falta algo: “Alguien a quien amar”
Sasha
Ending:







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Autor: Luis F. López Silva
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