L
|
a
ventana está abierta, las cortinas ondean entre el viento que entra y mi
habitación está totalmente fría. No me importa. Mis ojos escuecen, mi cuerpo
está helado y mi garganta duele, sin embargo… sigue sin importarme. Son cerca
de las dos treinta de la madrugada y sigo aquí, inmóvil y en silencio desde
hace unos diez minutos cuando las lágrimas dejaron de salir y cuando mi
garganta colapsó y no pudo emitir ningún quejido de llanto por más que lo
intentase. En mi interior, aun así, no sé si simplemente lloro o me suicido.
¿Qué hago aquí mirando la inmensa oscuridad de la madrugada que se deja ver por
el hueco de mi ventana? ¿Por qué no duermo? ¿Por qué no estoy soñando? ¿Por qué
me siento tan vacío? Darme la respuesta duele. Responderme esas preguntas provoca
que mi pecho se estruje y duela, hace que el aire me falte y que ese incesante
deseo de querer destrozar todo lo que me rodea aflore con facilidad. Sin
embargo ya no tengo nada que destrozar. Mi habitación es un desastre de gavetas
tiradas, ropa hecha tiras, cristales de mi espejo hechos añico, mi cama está
hecha girones, la lámpara de mesa está destrozada y tirada cerca de la puerta y
los portarretratos que tenía colgados en la pared yacen rotos y desparramados
por todo el suelo. Y yo, yo tengo varias cortadas en las palmas de mis manos y
mis pies que hace un rato dejaron de sangrar, cortadas que por accidente o
propósito me hice mientras descargaba mi rabia, mi frustración y mi dolor en un
espacio en donde no cabía. Sin embargo sé que este dolor no pasará, no se ira,
jamás cesará y se quedará ahí, todo porque Cori… ya no está.
Mis
padres siguen en el hospital. Kathy, André, Karla y yo hemos regresado en un
silencio sofocante y tenso. No sé en qué momento comencé a llorar exactamente.
Lo único que recuerdo es que una vez la oscuridad de mi habitación me envolvió,
todo fue un tornado de ira desplegándose por doquier, destrozando todo lo que
encontraba a mí alcance. Ahora no estoy seguro si podría continuar… o si
simplemente detenerme a seguir pudriéndome en rabia internamente como lo hago
ahora.
Los
chicos están abajo, en la cocina, con Tránsito. Mientras, yo no he tenido el
valor suficiente de bajar. Si lo hago siento que mirarlos, ver la mirada
compasiva de Tránsito, mirar a Karla, solo logrará hacerme venir abajo. Incluso
pensar me hace daño.
Creo
que debería de dormir. El cansancio comienza a hacerme efecto pero lucho contra
él por quedarme despierto. Lucho por puro egoísmo y rabia, lucho por seguirme
sintiendo de esta manera y evitar que el descansar me quite los deseos de morir
que tengo. La sensación me desagrada… pero quiero mantenerla conmigo lo más que
pueda. Siento que así mantengo a Cori más tiempo conmigo, siento que así
retendré sin detenerme esa sensación que tengo de necesitarlo, ahora más que
nunca; sin embargo… ya no puedo, no lo estoy logrando, voy perdiendo…
Duermo.
***
La
alarma en mi teléfono móvil suena. He olvidado apagarla y me despierta justo a
las cinco de la madrugada. He dormido aproximadamente tres horas. Los ojos me
arden y el cuerpo me duele por la mala postura en la que he dormido—sentado y
recostado en el borde de la pared, mirando por la ventana—. Parpadeo un par de
veces ajustando mi vista a la tenue luz del crepúsculo que asoma por la ventana
que ahora yace cerrada. ¿Quién lo ha hecho?
Siento
un peso recostado contra mi hombro derecho. Karla está aquí. No sentí a qué
horas llegó ni en qué momento se sentó a mi lado, pero parece estar dormida.
Sostiene mi mano. No, más bien mi mano envuelve la suya, cosa que seguramente
he hecho en mi inconciencia adormitada. Unas nauseas horribles suben hasta mi
garganta y el estómago se me estruja en un ardor agudo. Necesito salir de aquí.
Con
mucho cuidado levanto a Karla y la recuesto sobre mi cama. La cubro con una
frazada y la dejo ahí descansando. Cojo uno de los suéteres que están regados
entre el desorden de destrozos que he hecho, me pongo unos zapatos y salgo sin
hacer mucho ruido por la ventana de mi habitación. Unos segundos después ya
estoy abajo, en el patio. Antes de salir a la calle me aseguro que nadie pueda
verme, pero para mi sorpresa, incluso Tránsito que suele estar despierta a esta
hora afuera sacando la basura no está aquí. Me digno entonces a salir a la
calle y sin saber qué más hacer ni a donde ir… comienzo a correr. Voy en
dirección del instituto pero no tengo un lugar fijo al cual llegar, simplemente
corro y nada más. El aire frío de la mañana inunda mis pulmones haciéndolos
arder y los músculos de mis piernas se tensan y relajan con cada paso.
Paso
la casa de Karla que en su pórtico mantiene durante la noche y la madrugada una
pequeña luz encendida de una lámpara. No
hay nadie, como me lo supuse. Los padres de Karla han de estar también en el
hospital con mis padres y los padres de Cori.
Unos
minutos después, pasando un buen tramo de bosque, está la casa de Cori. Sin
embargo, no hay nadie. No me detengo a pensarlo, así que intento pasar lo más
rápido que puedo. Cada cosa que veo, cada cosa que pienso, cada cosa que
siento… todo me recuerda a Cori, a su sonrisa, a su mirada, a sus palabras… a
él. Pero incluso antes de querer evadir todo esto y evitarme más dolor parece
ser que esta cruel realidad tiene la obligación de hacerme ver y sentir aquello
que intento olvidar. La muerte de Cori. Su ausencia. Mi dolor.
El
suéter que traigo puesto no es mío. Es el suéter de Cori, el mismo suéter que
una vez le regalé para su cumpleaños, el mismo suéter que varias veces en la
tienda dijo gustarle y por el cual no pensé dos veces en hacerle de regalo para
este último cumpleaños. Es el mismo suéter que el día anterior Cori había
dejado en mi casa por olvido… y que aun huele a Cori.
Ya
he pasado incluso la calle que lleva a la casa de Jennel y Nixon, he pasado el
instituto y me encuentro justo ahora haciendo un pequeño descanso en el puente
que por debajo de él pasa un riachuelo con parsimonia inamovible. Sin embargo,
ese recuerdo persiste, el recuerdo de ese día ronda por mi cabeza y no quiere
irse para dejarme morir en mis adentros. Simplemente permanece ahí.
Este
recuerdo… sigue aquí:
***
Es
14 de Octubre, dos días después del cumpleaños de Cori y voy a su casa,
cargando en mis manos una pequeña bolsa de cumpleaños y en la otra un libro. Es
prácticamente su regalo con dos días de
retraso.
Toco
la puerta y espero paciente unos minutos, pero nadie abre. Vuelvo a tocar y
nuevamente espero a que alguien salga a la puerta, pero tampoco hay respuesta.
Me asomo por la ventana a ver si alguien se encuentra en casa, pero no percibo
movimiento en su interior, así que como siempre es costumbre, se me ocurre en
subir a la habitación de Cori de la misma manera en la que salgo yo por la
ventana de mi habitación; utilizando el tejado.
Tras
la casa de Cori hay una valla que él construyo porque su madre necesitaba algo
en que se pudiesen sostener unas enredaderas que para el verano se tupen de
flores purpuras. Gracias a esa valla desde entonces fue posible entrar al
cuarto de Cori por la ventana de su habitación que está en el segundo piso.
He
metido el libro en una de las bolsas traseras de mi pantalón y cojo la bolsa
con la boca. Una vez me aseguro de tener las manos libres, me dispongo a subir
por la valla de madera. Tengo que tener el cuidado de no pisar los tallos de
las plantas de la señora Woller, pero teniéndole cuidado a las plantas me he
deslizado y casi me caigo. Gracias al cielo pude subir mi trasero hasta el
tejado intacto.
El
techo de la casa de Cori es bastante amplio, de color azul pálido y un tanto
áspero, pero gracias a esto último dar un paso aquí arriba es bastante seguro
sin peligro a deslizarse.
Finalmente
llego a la habitación de Cori. La ventana de su cuarto es de deslizar hacia un
costado, y como es costumbre de Cori dejarla sin seguro, pude entrar con
facilidad sin hacer mucho ruido. Coloco la bolsa de regalo y el libro sobre una
pequeña mesa a mi derecha.
El
dormitorio de Cori es amplio. Su cama está a un costado de la ventana, pegada a
la pared en una esquina. Frente a la ventana hay un gran escritorio y al lado
del escritorio una gigantesca, pero súper
mega enorme librera llena de libros—valga la redundancia—. Por ahí están
los libros de Harry Potter, en una esquina los de Crepúsculo, en el centro, en
la segunda repisa, está Oscuros, a la par está la saga Mariposas y Libélulas, y
seguido de este se encuentran varios de Paulo Coelho. En fin, pudiera seguir
mencionándoles títulos y nunca terminaría. Este chico es un come libros. Deberían
de verlo utilizando sus lentes para leer, se mira… tierno. En fin, en las
paredes hay más repisas clavadas cargando muchos más libros. En el armario, hay
más libros. En el escritorio hay otro poco de libros. Debajo de la cama hay
cajas llenas de más libros. Y sobre la
cama… está Cori desnudo durmiendo, cubierto ligeramente por una sábana blanca y
delgada… con un libro sobre su pecho que yace abierto. Seguramente ha estado leyendo ¿¡Qué!? ¡Carajo!
¿Qué hace Cori desnudo? Bueno, es su casa, y está en su habitación, y tiene el
cabello mojado. Seguramente ha tomado un baño y se ha quedado dormido. ¿A quién
no le gusta estar desnudo? Bueno, en el
caso de Cori, su gusto por la desnudes es un poco más elevado.
Me
acerco a observar más detenidamente. Esto se amerita una fotografía. He perdido
hace unos días una apuesta con Kathy y le prometí que le enseñaría a Cori
desnudo… o bueno, lo que pudiera mostrarle de su desnudes. Y considerando que
Cori está dormido, y al menos tiene tapada su cosa puntiaguda con la
sábana, supongo que será suficiente para pagarle a Kathy lo que le debo.
Click.
Bien.
He tomado la fotografía. Me hubiese traído a Karla, seguramente ella le hubiese
hecho una mejor en tonos blancos y negros.
—Mmmm—Cori gime.
¡Carajo!
Va a despertarse. Él se mueve un poco y se reacomoda. Y sorpresa, no estaba del
todo desnudo. Tenía puesto su bóxer. Bien, al menos es algo; no es que me guste
pasar viendo a Cori desnudo. Me pregunto qué pensará Cori cuando me ve desnudo.
Sacudo mi cabeza y alejo mis estúpidas ideas. Mejor prefiero no saber la
respuesta a esa pregunta.
Cori
parece tan tranquilo cuando duerme. Los moretones en su cuerpo comienzan a
desaparecer de a poco. Ahora solo tiene dos moretes, uno pequeño en su
antebrazo y otro en su nuca. Seguramente la quimioterapia está funcionando, y
hasta el momento, su cabello sigue intacto. Pero como Casey me advirtió, aun no
puedo decir certeramente lo que va a suceder, simplemente me queda tener
esperanzas.
Cori
se está moviendo. Seguido de esto, un estallido vociferado inunda la
habitación.
—¡Sasha!—grita.
Se levanta de un solo golpe bastante agitado, asustándome y provocando que me
caiga hacia atrás.
—¿¡Que!?
¿¡Qué pasa!?—inquiero asustado.
Me
observa por unos segundos, pasmado y un poco desconcertado mientras estoy
sentado en el suelo. La respiración de Cori es agitada, y bueno, la mía ahora
también lo está por esa reacción tan extraña que ha tenido.
—¡Sasha!—vuelve
a decirme, pero esta vez no es gritado, parece más bien sorprendido—.
—¿Qué?—mascullo
enarcando una ceja.
—¡Estas
aquí!
Abro
la boca, a punto de decir algo, pero rápidamente me veo cortado por Cori que se
levanta apresurado de la cama. Me
levanta de un solo tirón del piso y me abraza con fuerza. Puedo sentir el
cuerpo de Cori, su piel, su olor, todo impregnándose en mí con bastante calidez
y sin reparos. Su respiración aún sigue agitada, pero a medida transcurren los
segundos, sin dejar de abrazarme, se va normalizando.
—¿Su…
sucede algo?—pregunto un tanto desconcertado.
—¡Eres
un pedazo de idiota!—me dice abrazándome más fuerte.
Hundo
mi rostro en el pecho de Cori y puedo sentir más cercanamente su olor tan
familiar. Me resulta… agradable. El silencio se nos pega por unos segundos y
nos quedamos así, parados en medio de su habitación en una calma bastante
acogedora.
—¿Cori?—pregunto
casi en un susurro.
Puedo
sentir su corazón latir en mi oído. Es un rito bastante suave y reconfortante.
Cori respira, y su pecho sube y baja con lentitud. Me sonrojo. Mi cara se pone
tibia y los deseos de abrazarlo me invaden. Levanto mis manos poco a poco para
envolverlo pero justo cuando voy a posarlas sobre su espalda él se separa y me
mira fijamente.
—¡Maldición,
deja de darme esos sustos!—masculla un tanto enfadado.
—¿Perdón?
—Tú,
en mis sueños—me dice tomándome por los hombros. Su mirada fija en la mía, con
su ceño ligeramente fruncido me provoca un tanto de gracia, pero contengo la
risa—. Estaba contigo comiéndome un helado, cuando ¡Zas! Aparece Charlé.
—¿La
enfermera del instituto?
—¡Si,
ella!
—¿Y?
—Te
la follabas a media heladería.
Guardo
por unos segundos un pasmado silencio; sonrío estúpidamente y luego suelto una
carcajada por esto. Rio tanto que incluso tengo que sentarme en una silla porque
me duele el estómago y la espalda de tanto hacerlo. Vuelvo a ver a Cori pero el
parece bastante molesto respecto a esto. Es… gracioso.
—¿Qué
te hace tanta gracia?—me pregunta cruzándose de brazos.
—Bueno,
tu ocurrencia—le digo secándome las lágrimas de tanto reír.
—Pues
a mí no me parece gracioso.
—Vamos
Cori. ¿Yo tirándome a Charlé a media cafetería? Deberías incluso estar exaltado
por otros motivos. Fue como ver una película porno en tus sueños ¿O no?
—No—manifiesta
el resoplando—.No fue nada bonito ver una película porno donde actúas tú con
alguien más.
—No
sé si acabas de decir que soy un mal actor porno o que quieres que me quede
virgen—resoplo con desdén.
—Ese
no es el punto—masculla levantando los brazos—. Antes de que comenzaras… antes
de eso…
—¿Qué?
—Me
decías que ya no me querías. Que preferías a alguien más y que ya no me querías
ver…y… y…
Me
pongo de pie y pellizco las mejillas de Cori, halándolas hacia los lados. El
aún mantiene su ceño fruncido y no parece hacerle gracia lo que estoy haciendo.
Pongo
mi frente contra la suya, quedando nuestros rostros muy cerca. Le sonrío, él se
sonroja, pero mantiene su ceño aun fruncido. Sus ojos verdes me llenan de paz
como siempre suelen hacerlo y ese notorio desconcierto en Cori por lo que estoy
haciendo me agrada. Sin pensarlo dos veces lo beso con lentitud. Mis labios
contra los suyos unidos en un beso delicado y suave. Puedo sentir la
respiración de Cori, puedo sentir la humedad de sus labios, puedo sentir la
calidez de sus besos, y entonces noto como su gesto se suaviza y veo que poco a
poco se tranquiliza.
—No
tienes de que preocuparte Cori—le susurro—. No voy a abandonarte. No voy a
dejar de amarte… no sucederá.
Cori
sonríe. Esa sonrisa tan perfecta que me aturde en el buen sentido y que me
provoca un cosquilleo en la punta de los dedos. Él toma con sus manos mi rostro
y es ahora es él quien me besa sin pensarlo. Indiscutiblemente los besos de
Cori son una de las cosas más valiosas que tengo… y además, los besos de Cori
siguen sabiendo a guimauve.
—¿Me
lo prometes?—me pregunta mirándome fijamente. El gesto en su rostro denota
tanta seguridad que parece incluso egoísta, queriendo algo… solo para él.
—Te
lo prometo—Cori vuelve a sonreír. Él siempre sonríe… y yo soy feliz cuando él
sonríe—. Ahora… ¿Podrías ponerte un poco de ropa?
—¿Ropa?
Ya llevo puesta mi ropa.
—Un
bóxer no te cubre todo el cuerpo.
—Bien,
bien, me pondré algo.
Cori
se dirige al armario y saca de él un holgado pants gris, se lo pone, y bueno,
ahora solo anda sin camisa. Algo es algo. Como era de esperarse, cualquier cosa
que Cori se ponga lo hace ver bien, todo gracias a su bien cuidado cuerpo y a
su apuesto rostro. Siempre he pensado que Cori podría trabajar de modelo, pero
él dice que no es lo suficientemente lindo para ser uno. Karla por su parte
dice que ambos podríamos trabajar para una revista de modelaje masculino, pero
es entonces cuando yo digo que no soy lo suficientemente apuesto para poder ser
uno de esos chicos de buen parecer que aparecen en las revistas de moda.
—Por
cierto, ¿Dónde están tus padres?—pregunto, levantándome a ver en la estantería
cuáles han sido las más recientes adquisiciones de Cori en cuanto a libros se
refiere. Siempre que vengo me llevo uno conmigo.
Cori
saca de una gaveta un par de barras de cereal, se hecha sobre un sillón de
relleno de color rojo y me pasa una de las barritas.
—Han
salido—me dice dándole un mordisco a su barrad de cereal—. No supe para dónde pero cuando desperté me
encontré una nota de “Regresamos hasta
tarde, hay comida en el refrigerador”
—Lindo—le
digo con tono de sarcasmo.
—Es
arroz cantones, así que no es tan malo.
—Por
cierto, te he traído algo.
—¿Crepas?
—No
—Aguafiestas—refunfuña.
Cojo
de la mesa la bolsa de regalo y el libro y los escondo tras mi espalda. Espero
que Cori no se moleste porque me atrasé con su regalo y espero también y este
suéter le siga gustando aún.
—Primero
que nada, Feliz Cumpleaños Cori Summer Woller. Ya tienes 18 años de edad y
oficialmente eres un pedófilo que sale con un chico de 17 años llamado Sasha—Cori
ríe, pero me deja continuar—. De hoy en
adelante también cualquier infracción grave a la ley implicará que serás
referido no a un reformatorio para menores, sino a una cárcel del estado.
—Genial—dice
el con un tono irónico que ambos se nos antoja gracioso—. ¿Y dígame, señor
Leader, ¿Qué se siente estar enamorado de un chico mayor que usted?
—Me
siento como un niño explotado por un adulto pedófilo e insensato—le digo entre
risas—. Pero ya dejemos de lado tu pedofilia y regresemos a lo importante. Ten—advierto,
pasándole el libro que traía conmigo—. No sé si te gustará y tampoco sé si ya
lo has leído.
Cori
coge el libro y lo revisa. Echa un vistazo rápido en su interior y luego lee su
sinopsis. El libro tiene por título Ana
de la escritora Lechuga O’Lapin. La
verdad es que tenía serias dudas sobre el libro, pero su crítica me pareció muy
buena, a parte, el seudónimo de la autora me recordó a una ensalada.
—Linda
portada, buena sinopsis… esta cosa me encantará—me dice Cori sonriendo—.
—Genial.
Bien, y continuando. El día de hoy he ido a la ciudad a comprar unas cuantas
cosas y pasé por una tienda en específico que vende ropa muy a la moda. Y
bueno, aquí tu segundo regalo de cumpleaños—le digo, pasándole la bolsa de
regalo—. Espero y te quede.
Él
toma la bolsa de regalo entre sus manos y la observa con bastante detenimiento.
Pareciera que su curiosidad puede más que su emoción.
—¿Puedo
abrirlo ya?
—No,
si quieres esperamos que el señor
Donovan venga y lo abra—mascullo con un sarcasmo bastante marcado.
—¡Claro!
Y le decimos a Charlé que nos acompañe. Tal vez te la quieras follar a mitad de
mi habitación también—contraataca él con otra tonta ocurrencia que no logra más
que hacernos reír.
Cori
sin esperar más despedaza la bolsa como si dentro fuese a encontrar oro o algún
manojo de billetes, pero su impresión cuando se topa con el suéter que quería
supera en creces a cualquier otra cosa. Lo mira de arriba abajo, de un lado y
de otro, y todo con una enorme sonrisa y sus ojos bien abiertos. Esto es
incluso gracioso.
—¡El
suéter gris con rayas magenta!—exclama con emoción—. Pero… pero… ¿Cómo es que
tú…? ¡Ven acá desgraciado!—me dice halándome de la mano desprevenidamente. Sin
darme tiempo para poder pensar en lo que va a hacer, Cori me atrae contra sí,
sentándome en el sillón de relleno, entre sus piernas extendidas a los
costados. Al final quedo mirando hacia la ventana, y Cori queda detrás de mí,
envolviéndome entre sus brazos, ambos sentados en el sillón—. Te amo, tontito.
Gracias por el suéter, no tienes idea de cuanto lo quería.
Estar
en esta posición es algo tan común pero nunca me ha dejado de parecer incomoda.
Es solo que… me avergüenza un poco, aunque debo decir que estando solo con
Cori, sin la inminente sensación de que alguien nos observa, la escena se torna
acogedora. Cori se recuesta un poco más y sin dejar de abrazarme, me atrae
hacia atrás, quedando ahora yo totalmente recostado con mi espalda en su pecho
que sube y baja por cada vez que respira.
Nos
quedamos en silencio por un largo rato. Cori acomoda su cabeza en mi hombro y
ahora nuestros rostros quedan uno a la par del otro, con nuestras mejillas
tocándose, cogidos de la mano fuertemente con nuestros dedos entrelazados. Cori
ha pasado sus brazos por debajo de los míos, agarrándome firmemente por el
abdomen y abrazándome con bastante seguridad pero sutileza. No puedo evitar
sentir la cara tibia por todo esto, seguramente ya me habré sonrojado y Cori lo
habrá notado porque sonríe. La vista por la ventana solo nos deja entre ver
varios árboles pintados en colores naranjas y amarillos que se alzan hacia un
cielo inalcanzable. La brisa que entra es fresca, el aire huele a vainilla y
bueno, también siento cerca ese agradable aroma de la piel de Cori.
Y
pensar que hace unos meses esto nunca hubiese pasado. Y pensar que entré tantas
veces a esta habitación a jugar video juegos, a leer, a hablar con Cori, a que
él me escuchara, a jugar cartas, a tontear en su ordenador y a ser simplemente
chicos. Pero ahora, ahora todo es distinto, y curiosamente no me desagrada que
lo sea. Es más, me siento cómodo tal y como estamos ahora. Antes de igual
manera me sentía así, bastante libre de poder hacer con Cori lo que siempre
solíamos hacer, y es seguramente por eso que ahora no se me hace extraño hacer
esto, porque lo único que sucedió fue que a nuestro diario vivir se incorporó
un amor incondicional que necesita ser demostrado, que necesito demostrarle a
Cori, que Cori me demuestra sin pensarlo y que ambos nos demostramos sin tan
siquiera premeditarlo. Mas antes estaba ese amor, pero de manera distinta. Era
un amor que aparte de inocente era sincero y sin recelar absolutamente nada. Y
hasta hace poco lo fue de esa manera, sin embargo eso evolucionó, porque si bien antes le demostraba que lo
quería como un hermano, como alguien por quien daría mi vida y a quien
defendería a capa y espada, ahora a eso le sumo el hecho de decirle que con él
podría pasar mi vida entera.
Es
un poco difícil describirlo. Creces, y una vez pasas tu etapa de la niñez hacia
una cruda realidad llamada adolescencia el significado de las cosas cambia.
Antes esos abrazos sin inhibiciones ni pensamientos de por medio que se daban,
ahora esos abrazos tienen un significado diferente a menos que los limites sean
más que visibles. En la adolescencia puede suceder que tu amiga de la infancia
comience a gustarte de manera diferente, y te atraiga en sentidos que jamás
antes habías imaginado. Antes esos pequeños detalles que obviabas ahora los
observas con más detenimiento y dependiendo de cómo te hagan sentir, esos
detalles se pueden volver especiales o tal vez, si no significan nada, se
vuelvan innecesarios. Ser adolescente incluso significa limitarte a muchas
cosas. Decirle a una chica o a un chico que le quieres puede generar un doble
sentido que tú nunca pretendiste establecer. No sucede con todos claro, puedo
observar el caso de Cori, Karla y yo. Decirles cuanto les quiero no lleva nada
de por medio. Es simplemente una demostración de lo que siento por ellos. Y
bueno, ahora con la situación de Cori incluso los diferentes te quiero tienen distintos significados,
sin embargo él los comprende y yo comprendo los de él, así como ambos
comprendemos los de Karla y Karla comprende los nuestros. A veces un “te quiero”
que le dedique a Karla o a Cori puede significar estaré ahí cuando me necesites o eres parte importante de mi vida. Un te quiero para Cori puede significar confío en ti, eres como un hermano, puedes confiar en mí pero
también, según sea el caso y el tono—cosa que Cori logra interpretar a la
perfección—ese “te quiero” puede significar un soy feliz contigo o incluso un te
necesito. Y los te amo, bueno,
esos son un caso aparte. Decirle a veces a Karla o a Cori que los amo es como
decirles que son todo para mí, y lo
son. Pero están aquellos te amo que
le dedico a Cori y que él los identifica con tanta facilidad que significan mi vida es feliz porque tú estás conmigo.
Ya
habrán podido notar entonces que la adolescencia es todo esto, y más por
supuesto. Un conjunto de vivencias, emociones y palabras que tenemos que
aprender a interpretar de la manera más minuciosa posible, para así poder tener
lo mejor de cada cosa. Gracias al cielo que tengo a dos personas que están ahí
para recibir esas palabras de afecto. Gracias a Dios que tengo a Cori y a Karla
que me dan más afecto del que podría pedir.
—Oye,
Sasha…—murmura Cori que aún no deja de abrazarme.
—¿Qué
sucede?
—Te
amo. ¿Sabes?
—Por
supuesto que lo sé, Cori—musito con una sonrisa—. Yo también te amo.
El
aguarda en silencio por unos segundos. Puedo sentir su corazón latir a un ritmo
bastante agradable.
—Sasha—vuelve
a musitar.
—¿Si?
—Voy
a amarte para siempre, pase lo que pase.
—Sabes
que yo voy a amarte suceda lo que suceda—le digo mientras aprieto más fuerte su
mano.
—No—murmura
en mí oído con una voz casi imperceptible. Algo aquí no está yendo bien. La voz
de Cori… sus susurros son inconsistentes—. No puedes amarme para siempre,
Sasha.
—Si
tú puedes hacerlo, yo también podré Cori.
El
separa su rostro del mío y se hace un tanto hacia atrás. Ahora estoy recostado
en el abdomen de Cori, con él mirándome desde arriba y yo mirándolo desde
abajo. Siempre en la misma posición, yo delante, y él atrás. Él coge mis manos
y besa mis dedos con bastante delicadeza. Hay bastante silencio.
—Necesito
que me prometas algo —musita, acercando su rostro. Cori me besa delicadamente.
Un beso corto y sencillo—. Necesito que nos prometamos algo, Sasha.
Esto
comienza a inquietarme. Esa sensación de que voy a salir dañado y de aflicción
comienza a hacer cosquilleos en mi pecho. Debería detener esto. Debería.
—¿Qué
sucede Cori? ¿Pasa algo malo?
Él
niega con su cabeza, sin embargo, puedo notar en su mirada que algo lo está
perturbando.
—Sasha…—Cori
musita mi nombre con tono bastante suave. Hace una breve pausa y luego continúa—.
…si algo llega a pasarme. Si algo me sucediese y ya no pudiese estar más aquí,
tendrás que continuar.
—No
entiendo. Continuar… ¿Sin ti? No va a sucederte nada Cori, si es por lo de la
enfermedad ya verás que…
—Por
favor, Sasha, prométemelo—me interrumpe, mirándome con cierto remordimiento.
Sus ojos se han tornado vidriosos—. Si algo me sucede, si muero, prométeme que
vas a continuar haciendo lo que más amas.
Otra
vez esa pesadez tan desgarradora en mi estómago y esa opresión en el pecho que me sofoca. Sabía que algo iba a suceder, sabía
que en algún punto de mi algo saldría lastimado, sabía incluso que Cori saldría
lastimado. Los ojos comienzan a escocerme y el nudo en mi garganta se
acentúa. Puedo notar como una pequeña y
diminuta lagrima se escapa de Cori y cae sobre mi mejilla.
Está
tibia.
Cori
está en silencio. Yo estoy en silencio. Algo se desmorona dentro de mí y en un
impulso desesperado porque Cori no note mi debilidad tapo mis ojos con mi mano
y comienzo a llorar en silencio. Las lágrimas bajan por las comisuras de mis
ojos, filtrándose entre mis dedos hasta llegar al abdomen de Cori. ¿Seguir sin
Cori? No podría.
—Lo
siento Cori, yo…
—¿Tú
me amas, Sasha?—inquiere con voz firme.
Asiento
con mi cabeza sin soltar ni una sola palabra. Mi voz se está resquebrajando y
los sollozos no tardaran en aflorar de mi interior. ¿Por qué me estoy
conteniendo? ¿Por qué no dejo salir esta sensación tan suicida de mi interior?
—Entonces
prométemelo. Hazlo porque me amas—musita. Una pausa entre sus palabras solo
aumenta la pesadez del ambiente—. Hazlo porque te amo.
Y
son esas las palabras que logran romperme desde adentro hacia afuera. Las
lágrimas comienzan a brotar de mis ojos sin poder detenerlas y las
contracciones de mi abdomen por unos sollozos que ya no puedo retener comienzan
a hacer estragos en mi estado de ánimo.
—Prométeme
que continuarás haciendo lo que más te gusta, que seguirás haciendo muchos
amigos y conocerás a muchas personas. Prométeme que te esforzarás por graduarte
del instituto sin problemas, que irás a la universidad, que te cuidaras de
hacer tonterías y que no dejaras que nadie te lastime. Prométeme que cuidaras a
Karla y que no dejarás que nada malo le suceda ni que nadie le haga daño…
Mi
silencio se pierde entre mis sollozos y Cori espera una respuesta que me siento
incapaz de darle. El me abraza con fuerza y me envuelve en su presencia. Cori
espera que responda, pero darle una respuesta me hace sentir que solo voy a
alejarme de él, pero no responderle me hace sentir peor, me hace sentir como un
vil traidor que hecha por la borda el amor que le tengo.
Cori
agacha su rostro, descubre mis ojos y besa mi frente. Me susurra al oído que me
ama. Me dice que hace esto porque me quiere y porque no quiere que nada vaya a
lastimarme. ¿Pero acaso prometer esto no nos va a lastimar a ambos?
—Sasha…
vuelve a murmurarme—. Prométeme que si muero… prométeme que volverás a
enamorarte.
***
La
mañana sigue fría y el silencio, como un arma de doble filo, solo me envuelve y
me hace divagar en mis recuerdos más dolorosos. El riachuelo fluye entre las
piedras bajo el puente y su susurro se pierde a lo lejos.
Miro
la hora en mi móvil. Las seis de la mañana. Debería de regresar. Karla… Karla
se preocupará si no me encuentra y lo último que quiero es hacerla pasar otro
mal rato.
Me
pongo de pie, sacudo mi pantalón, pero justo antes de irme de acá, me quito el
suéter y lo presiono fuertemente contra
mi rostro. El olor a Cori me invade hasta lo más profundo, recordándome a él, a
su sonrisa, a sus ojos, a su piel, a sus besos, a sus palabras y a su presencia.
Incluso de esta manera momentáneamente él me ha dejado de parecer tan lejano.
Pero la realidad me da una bofetada en el rostro y me recuerda que esto no va a
solucionar nada y esa sensación de tristeza regresa como un trago amargo a mi
paladar.
Necesito
a Cori. Quiero que Cori vuelva. Quiero a Cori… conmigo, a mi lado… para
siempre.
Quiero
morir.
Comienzo
a caminar lentamente de regreso a mi casa en silencio y cabizbajo. De la nada
algo tibio baja por mi rostro y cae sobre el suéter que traigo entre mis
brazos. Toco mi rostro y puedo sentir la humedad de las lágrimas que han
regresado nuevamente. No puedo detenerlas. No puedo dejar de llorar, así que
esas lágrimas afloran con total libertad, sin hacer mucho revuelo y en
silencio. El llanto está ausente, pero estas lágrimas no lo necesitan.
Simplemente quieren salir… simplemente me hacen regresar una y otra vez al
recuerdo de Cori.
Paso
el instituto y la calle que da a la casa de Nixon y Jennel. No me he encontrado
a nadie en todo el camino y agradezco a Dios por ello. Quiero llorar en
silencio sin que nadie me interrumpa, sin que nada me haga retener este dolor.
Necesito que salga y que se vaya, pero también necesito que se quede y que me
recuerde a Cori. Es una manera masoquista de aferrarme a él, a su amor, al amor
que le tengo.
Camino
todo el tramo del bosque hasta que a lo lejos logro divisar la casa de Cori.
Veo el auto de la señora Woller y de Henry parqueado a la orilla de la calle y
tras del auto está un pequeño camión blanco. ¿Qué está sucediendo?
A
medida que me acerco alcanzo a notar que mis padres están con Cecilia y los
padres de Karla hablando en la entrada de la casa. Ya han regresado del
hospital. No quiero acercarme a ellos, no quiero que me miren con lastima ni
que me susurren que todo estará bien cuando todos sabemos que no es así, pero
cuando creo que sus palabras serán el detonante para terminar de desperdigar mi
sanidad por los suelos algo asoma de atrás del camión blanco, y es entonces
cuando me salgo de mis cabales e internamente me desvanezco.
Un
ataúd. Un ataúd color marrón.
Cori…
Esto
no está bien. Yo no estoy bien. Mi vida no está nada bien… sin embargo, en mi
aturdida conciencia solo cruzan unas cortas palabras que sirven como un débil
apoyo en momentos como este, una corta respuesta que le di a Cori entre
lágrimas y besos.
Palabras
que hasta ahora… siguen remordiéndome el alma.
Te lo prometo, Cori… te
lo prometo.
Sábado 30 de Octubre de
2010
Incluso prometer por
amor duele… también recordar hiere.
Incluso hay ocasiones en los que recordar momentos felices es casi un suicidio,
sin embargo somos incapaces de controlar esos recuerdos para que no afloren
para destrozarnos.
Necesito a Cori. Lo
necesito conmigo
Necesito que me susurre al oído que me ama… necesito
decirle que lo amo…
Necesito morir…
Sasha.
Ending:
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