Un cajón de sastre al azar

Un cajón de sastre al azar
Imagen de Anita Smith en Pixabay
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sábado, octubre 22, 2011

La carreta chillona (Leyenda de El Salvador)

Y ahora, les presento una leyenda, que es nativa de mi amado país, espero la lean, les guste... y opinen.



Lo que voy a contar, lo contó un señor hace años. A el también se lo contaron. Me dijo que sus abuelos. Total es una historia vieja.
Dicen esto paso en el tiempo que todavía vivían muchos indígenas y habían de esos que habían venido de España acompañando a los que les llamaban conquistadores, casi todos estos españoles venían porque no les iba muy bien en su país y pensaban que en estas tierras les iba mejor. Así fue como llego aquí uno que primero le decían Terencio Pérez paro que después –dicen que dijo- se llamaba Don Terencio Pérez de la Trocadera.

Si mal no recuerdo había nacido en un pleblecito perdido en las montañas de España. Cuentan que como no era rudo había aprendido a leer y a escribir, gracias a la caridad y a la paciencia de Fray Antolín Oviedo, un curita que visitaba aquel lugar. Al ver al cipote tan listo se propuso enseñarle lo que sabia. Hasta trató de convencerlo de que se hiciera cura, pero no pudo.

-Mirá Terencio le decía –has tenido suerte de que no sos rudo y de que yo he podido enseñarte. Agradécele a Dios, tu padre, y no olvides que lo que aprendas lo tenés que usar para ayudarle a la gente. No te olvides de estos consejos.

-Sí señor cura- le decía Terencio.

Pero la verdad que los consejos del cura por un oído le entraban y por otro le salían. Así se paso el tiempo hasta que Fray Antolín se murió.
Terencio se fue a otro pueblo grande donde vivían un conocido del cura que era de esos que tienen farmacia y que le recetan a uno. Allí se detuvo, se fijaba en las preparaciones del boticario y cada vez que llegaba algún enfermo o algún herido, allí estaba Terencio más por aprender que por ayudar a su patrón.

Un día pasaron por el pueblo unas gentes. Se quedaron una noche. Contaron que iban a agarrar barco que los iba a llevar la otro lado del mar donde habían sabido que se vivía mejor.

¡Hoy es cuando¡- penso- y como era abusado se acerco donde estaban platicando:

- Dispensen sus mercedes –estoy oyendo que van lejos. Llevan niños. Puede que necesiten de alguien que los atienda se enferman. Yo los puedo acompañar les dijo.
¡Hombre¡- le dijo uno de los viajeros -¿Que quisiéramos nosotros que llevar alguien que nos atienda¡?…. pero no tenemos con que pagarle.
- Con lo del viaje me doy por pagado y por agradecido dijo Terencio.
Así el astuto de Terencio se vino para acá¡ Mejor no se hubiera venido¡ Y un día apareció en San Salvador. Aquí nadie lo conocía les dijo a todos que era médico, algo había aprendido del boticario… medio los enredó con palabras raras y ¡Hasta el nombre se cambio el pícaro¡ Se fijo que la gente importante tenía nombre largos como Don Hernán de la Vega o Don Orudencio Fernández del Valle…entonces invento que se llamaba Don Terencio Pérez de la Trocadera. ¿ Cuál Trocadera ? A saber … ¡ Y de veras que tuvo suerte¡ porque recién llegado llevaron a un par de enfermos que con poco tuvieron para curarse.
Entonces Terencio, que ya les dije. Que no era rudo o sea apangado ¿vea? Comenzó de arriba a abajo curando a uno por aquí y otro por allá. Dicen que si morían decía que era la voluntad de Dios; si quedaban vivos estaba pendiente de que siempre le agradecieran con algún regalito que podía ser desde una gallinita hasta bastante pisto, siempre tenían que darle algo. Así fue como Terencio se fue asiendo rico.
¡Bien astuto era el Terencio¡ Un día por quedar bien con un encomendero, un tal Don Francisco, le curo un indígena de unas calenturas. Juan Tepa dicen que se llamaba. Con eso, sin quererlo Terencio se sacó la lotería porque el indígena agradecido lo recibió en su casa, ofreció amistad y le contó cosas de su vida y de sus costumbres.
Terencio se hacía que lo escuchaba – igual con el curita que le había enseñado a leer- pero la verdad es que no le importaba nada. Lo que le gustaba era que el indígena le daba una bebida dulce y sabrosa que le agradaba el corazón.
Resulta que un día, en estas pláticas Juan le hablo que antes que los españoles llegaran ellos tenían médicos.
- Ahora los visitamos a escondidas porque es peligroso. Los ancianos le enseñan a los jóvenes todo lo que saben por eso es que todavía tenemos quien nos ayude en nuestras desgracias.
Eso si le intereso a Terencio.
- Mirá Juan- hay cuando tengas un ratito me llevas a conocerlos. Quisiera platicar con ellos. Juan, que estaba tan agradecido, lo llevó y lo vieron tan humilde -¡ se hacia el pícaro¡- le fueron teniendo confianza y contándole de sus medicinas. Y el abusado apuntaba y apuntaba. Por supuesto que todas estas averiguaciones las hacía a escondidas de los españoles para que no se dieran cuenta de que tenía amistad con los indígenas.
Y empezó a usar éstos remedios sin que los españoles supieran ¿ vea ? Y como los enredaba con los puños de palabras raras que usaba…¡todos bien contentos¡. ¡ Puño de pisto dicen que les cobraba¡.
Ocupado que estaba que ya ni se acordaba del indígena Juan Tepa.
Un día cuando estaba platicando con unos amigos llegó el indígena a buscarlo.
Don Terencio – le dijo – por favor venga a mi casa. La Menche está mala y no hallo quien la cure. ¡ se revuelca de los dolores¡
¿ A buen ….y este? – dijo uno de los que estaban con Terencio – y este indio atrevido? ¿Qué no es aquel que curaste a Don Francisco el encomendero?
- Sí. No se que anda haciendo por aquí.
- Pero Don Terencio…ayúdeme por favor. Se me muere la Menche.
- Ándate de aquí indio confianzudo y busca quien te la cure entre los tuyos y le dio una gran patada.
Después a Terencio le entro miedo de que sus amigos pensarán que el tenía algo con los indios que descubrieran de dónde venían sus remedios. Entonces el mal agradecido se fue a buscar a uno de los curas más importantes.
- Su reverencia, déme su bendición – dicen que le dijo. Soy un cristiano fervoroso y he visto cosas que me preocupan.
¿Cuál es tu aflicción hijo mío? Le dijo el cura.

-¡ Ay su reverendísima ¡lo que voy a contar es terrible pero debo hacerlo. Como su mercé sabe, el trabajo de médico me obliga a ir a diferentes lugares. Fíjese que me he dado cuenta que muchos o casi todos los indios que han sido bautizados y se preparan recibiendo doctrina visitan curanderos que los engañan con sus trabajitos de brujería.
-¿Estas seguro de lo que decís hijo? Mira que es una acusación terrible y de ser cierta todos esos que voz decís que son curanderos penan de la vida.

Con todo el dolor de mi corazón su reverencia, yo Terencio Pérez de la Trocadera le aseguro que es cierto – le mintió el pícaro. Puedo decir quiénes son.
¿ Y Terencio? Como si nada. Contento como ya se sentía tranquilo que nadie sabía nada?…Con más ganas ocupaba el atrevido todos los remedios de los indígenas y como eran buenos ¿vea?….más pistudo se iba haciendo. (mas dinero)
¿ Y los indígenas? ¡Por puños se morían¡. ¡ Les había caído enfermedades¡ unas que dicen que los españoles habían traído y otras ya las padecían. Como no había nadie que los curara…y Don Terencio Pérez de la Trocadera ni los volteaba a ver.
La cosa se puso peor con una peste que cayó. Esa no respetó a nadie. Y siguieron las muertes. Don Terencio atendía a la gente importante y a la pudiera pagarle. Los demás se morían y los enterraban juntos en unos grandes zanjones que hacían.
Cuando la gente se terminó los que quedaron vivos celebraron una misa solemne de Acción de Gracias. Fue misa cantada. Cuando acabó, todos fueron a comer tamales. Allí les agarro la noche. Don Terencio no podía faltar. Hasta lloroso dicen que lo vieron en la misa haciéndose el triste por los muertos.
Ya bien comido, Terencio se despidió y se fue a su casa que estaba alejada del pueblo. Como ya se había hecho rico¡…hasta de casa había cambiado. No bien había salido del pueblo cuando sintió que alguien lo estaba espiando. Como que venían siguiendo.
-¡Ah no¡- dijo Terencio- Quien quiera que sea ¡ que salga para que pueda verlo¡ de cara a cara me dice lo que quiere¡
¡Y nada¡¡¡…Puro silencio. Ni luna había para ver si alguien andaba por ahí.
Mmmm…mejor me apuro – pensó, ya algo asustado. Sólo me queda media legua para llegar. Y camino algo troteadito. No bien había andado cuando…¡otra vez¡¡¡.
¡ Por todos los poderes¡ - grito ¡ ordeno que salgas y me digas quien sos y que queres¡
No bien había gritado cuando una luz cayo encima y lo dejó casi ciego y atontado. Nada miraba. Solo oyó una voz que dijo.
- Aja, Terencio Pérez ¿ Como estás? Ya no te pareces a aquel del pueblo. Veo que te ha ido bien.
-¿ Quien me habla? – dijo Terencio- usted me ha confundido con otro Terencio. Yo soy el médico Terencio Pérez de la Trocadera. Todo los de por aquí me conocen.
- Eso lo sé – le dijo la voz. Te conocen los pobres y los ricos; los vivos y los muertos, Terencio Pérez- le dijo. Y te conozco yo, que te enseñe todo lo que puedes cuando estabas chiquito.
¡Ay dios ¡- dijo Terencio. Si es el finado Fray Antolín.
¡Ay Terencio, Terencio¡ de balde fueron todos los consejos que te dí. Me acuerdo que no te quisiste hacer cura me prometiste que siempre ibas a ser un hombre bueno y que ibas a ayudar al necesitado.
¡Pero si soy bueno- dijo Terencio- curo a la gente y siempre estro si alguien me llama¡¡¡
- Estas seguro Terencio¡ dijo es espanto o se un aire que se oye pero no se ve. ¿Y que pasó con Juan Tepa y los otros indios que mandaste a matar? ¿ y los indios y españoles pobres que murieron con la peste? ¿ A esos también les ayudaste? ¡ A mi no me engañas¡. Todo lo he visto. Tuviste todo para ser feliz y para hacer felices a otros, pero has sido muy ambicioso.
¡Perdón ¡ perdón¡ Fray Antolín – dicen que decía Terencio. Pero el espanto no le hizo caso.
- No Terencio- le dijo- ya no hay perdones que valgan. Se llegó la hora de dar cuentas. Ya no vas a poder vivir en paz.¡ Seguime¡ - le ordenó- y lo llevo a un gran zanjón. ¿Ves lo que hay allí? Son los huesos de todos los que se murieron por tu culpa. Con esos huesos vas a hacer una carreta. Empezá ya¡ Y el Terencio con un gran miedo pero bien obediente se puso a armar la carreta con los huesos. Cuando la tuvo el espanto le dijo.
¡Hoy si, se te llegó la hora¡ desde este momento ya no sos de este mundo. Vos no lo sentís pero ya estas muerto y no vas a tener paz. Tu castigo va a ser andar de arriba a abajo con esta carreta recogiendo los huesos de todos los que han muerto por voz.
Te va a tocar andar buscando un cementerio donde darles sepultura.
¡ No creas que sos el único ¡…hay muchos como voz penando en otros lados. Recogiendo los huesos de los que en vida hicieron sufrir y buscando cementerios donde enterrarlos.
De nada le sirvió a Terencio toda su riqueza, nada detuvo su castigo. Nunca más lo volvieron a ver…
Y esta es la historia de la carreta bruja o chillona. La oyen en muchos lados. Siempre a media noche. Es que son muchos los que andan penando sus maldades. Son espantos o aires malignos.
Dicen que va de retroceso, que no lleva bueyes y que cuando pasa se siente que truena la tierra y se oyen ruidos de cadenas. Quizás son los huesos que chocan unos con otros. Pues si, son cosas funestas ¿vea? ¡ la verdad es que como es una aire…¡ solo se oye y no se ve. A saber, ahí averíguenlo ustedes.

Fuente: Foro de Univisión

1 comentario:

María O.D. dijo...

¡hOLA!

INTERESANTE LEYENDA, yo creo que se lo merecia :) Un saludo

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