Un cajón de sastre al azar

Un cajón de sastre al azar
Imagen de Anita Smith en Pixabay
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domingo, mayo 13, 2012

Capítulo 7: Origami

Grullas
Arden. Mis ojos arden y duelen. Las lágrimas en las mangas de mi suéter finalmente se han secado. Son las tres de la madrugada, estoy solo y siento aquella maldita angustia dentro que no me ha dejado en paz desde ayer por la tarde. ¿Por qué esto tiene que ser así? ¿Por qué no simplemente el tiempo se borró en ese instante y el recuerdo jamás hubiera existido? ¿A caso el amor es tan complejo? ¿Amor? ¿Amor de quién y por quién?

Ayer tuve que fingir hasta que terminamos de arreglar aquel salón, que todo estaba bien, que nada había sucedido, que aquel juego transcurrió sin ningún percance pero…no fue así. Regresé solo a mi casa, pedaleando lo más fuerte en mi bicicleta, sin dar explicaciones, con la tonta excusa de que tenía algo importante que hacer, sin volver a mirar a tras…sin mirar a Cori nuevamente a los ojos. Como deseé en ese momento haber tenido el auto de papá a la mano. Hace semana y media que está acá y sin darle uso. Bueno posiblemente fue mejor que no lo tuviese a la mano en ese momento, seguramente me hubiese suicidado en algún barranco, que sé yo.

Siento una lluvia de emociones dentro que no sé cómo detenerlas. Se arremolinan en un huracán provocando que mi corazón se acelere y se detenga, que mis ojos ardan y dejen fluir las lágrimas, que mi cara se ruborice cada vez que recuerdo ese momento en el que Cori…¡Ahg! ¡Pero que maldita mierda! ¿Por qué simplemente no puedo dejarlo pasar? Esto no puede estar sucediendo. Será acaso que yo también me he…

El tono de mensaje de texto de mi celular resuena en el silencio de mi habitación. Ha estado así desde ayer por la tarde, vibrando y timbrando descontroladamente sin detenerse. He podido contar acerca de ciento cuarenta y tres mensajes de texto y ciento doce llamadas que no me he atrevido a contestar por temor a que sea la voz de Cori la que se encuentre del otro extremo. El teléfono de la casa tampoco ha parado de sonar, pero sea quien sea no me da el valor de levantarlo y saber de quién se trata. Los mensajes de texto se han acumulado sin ser leídos por la misma razón, por el hecho de que me da miedo saber qué es lo que dicen.

Creo que debería de pensar al respecto y no ignorar el asunto. Si lo hago, entonces simplemente me negare a ver aquello que existe y simplemente desaparecerá. Posiblemente empeore.

Veo por mi ventana y me encuentro nuevamente con aquella basta llanura tras mi habitación. El cielo aún esta negro y las estrellas titilan en lo alto como luciérnagas pegadas en un techo basto e infinito. Es una paz tan inigualable, y solo superable por aquella en la que Dios vive. ¿Por qué no salir a dar un paseo? A penas son las tres de la madrugada—algo estúpida la idea, lo sé—pero posiblemente eso me ayude a despejar mi mente.

Cojo del armario un suéter con capucha color gris con rayas negras de tela delgada, lo suficiente para abrigarme sin morirme de hipotermia. Me pongo mis zapatos converse y me dispongo a salir. Abro la ventana y salgo por ella, caminando unos cuantos pasos por el tejado para encontrarme con la rama de un árbol frondoso que me permite bajar del techo. Finalmente llego al suelo sin mucho esfuerzo. Pareciera que me estoy fugando de casa cuando realmente no hay nadie quien pueda impedírmelo. Mis padres quien sabe cuándo regresan, así que mientras no están, le sacaré un poco de provecho a la soledad.

Sigo un pequeño sendero que atraviesa la llanura cubierta de pasto bastante alto, empapando mi pantalón con rocío y llenando mis zapatos de lodo. No sé hasta dónde llega este sendero; un poco irónico el hecho de que me encante la vista de esta llanura desde mi habitación y nunca me hubiera tomado la molestia de venir a dar una caminata por ella. Camino por alrededor de quince minutos, pensando entre cada paso en aquellas palabras tan palpables en mi oído «…me he enamorado del ser más hermoso del mundo» ¿Por qué no se lo pudo haber dicho a otra persona? A Karla por lo menos, ella es linda, amable, inteligente, tierna, y….es Karla. Es una chica. ¿¡Pero yo!? ¿¡Tenía que ser yo!? No es que esté enfadado por el asunto, es simplemente que estoy confundido. Cori es un chico, yo soy un chico, ¿Cómo podrían enamorarse entre sí dos chicos? Bueno, no es que Cori me haya dicho exactamente Te Amo pero creo que lo que me dijo fue algo así como una versión moderna de la típica confesión. Además, aún siento esa pequeña opresión en el pecho que no me deja tranquilo. Por momentos siento que…duele, no de manera carnal, simplemente duele.

He caminado por aproximadamente media hora, este sendero parecía no tener fin en ningún lugar pero para mi sorpresa he podido recorrer toda la llanura. He podido descubrir un hermoso estanque tras una colina y un campo de flores de manzanilla y lavanda también. Es impresionante lo que uno puede descubrir en una sola caminata, además del hecho de que he podido distraer un poco la mente pero el estúpido asunto aún sigue rondando por ahí.

El sendero llega hasta el borde de un bosque de coníferas. Extraño, pues pensé que el único bosque de coníferas por aquí era el que estaba después de la casa del señor Hamilton. Decido adentrarme un poco y explorar. Unos cuantos metros adentro del frío bosque el sendero desaparece y un tanto mas adelante reaparece nuevamente, esta vez, formado por bordes de helechos y otros tantos pinos altos y frondosos. ¿Hacía donde ir, a mi izquierda o a mi derecha? Escucho cerca el sonido de un arrollo, delante de mi tal vez, tras la pendiente que tengo en frente. La subo con un poco de dificultad y me encuentro con un pequeño río que fluye constante hacia más abajo. Regreso nuevamente al sendero y voy hacia mi izquierda, esperando llegar hacia algún lugar. Camino y camino, pero el sendero parece interminable, paso por colinas, claros, lugares tan tupidos de naturaleza como otros tantos un poco vacío de esta, los venados hacen presencia de vez en cuando, sus crías menudas se acercan un poco curiosas a mi y luego se alejan corriendo, aves de colores cantando, armadillos correteando por el suelo y uno que otro conejo gris o blanco que se atraviesa en mi camino me hacen compañía. Este lugar es silencioso, calmado y quieto como mi alma cuando algunas veces miro por la ventana de mi habitación el crepúsculo del amanecer o atardecer, pensando en absolutamente nada y dejando a mis ojos disfrutar de una belleza que pocos pueden ver y comprender. Es increíble la cantidad de cosas hermosas que hay en el mundo, pero muchos simplemente las obvian por ser muy pequeñas o por ser muy corrientes, pero la verdad de las cosas es que la vida a veces nos muestra lo mas hermoso del mundo en cosas tan diminutas, por eso siempre hay que detenerse a observar atentamente lo que algunos consideran insignificante.

El sendero termina hasta aquí, ya no hay más camino. ¿Por cuánto tiempo he estado caminando? Miro la hora en mi celular, ya son las cuatro con quince de la madrugada. Cuando piensas demasiado el tiempo deja de existir; es extraño, pero no sucede lo mismo cuando estoy en algún examen de conocimientos, es ahí en donde el tiempo ni tan siquiera me ajusta. Irónico.

Podría jurar que puedo ver humo saliendo entre las frondosas copas de los pinos. Posiblemente solo sea bruma. No, huele a madera quemándose y a ¿café? Sigo avanzando un poco más por entre el bosque, el sendero queda atrás y lo pierdo de vista, delante de mi solo hay más y más arboles, arbustos por doquier y una epidemia de musgo verdoso y grueso. Mis manos están heladas y puedo ver el vapor de mi aliento frente a mí, me siento un poco cansado pero no quiero regresar otra vez a aquella habitación, encerrado entre cuatro paredes, solo y en un silencio mas pesado que el de este bosque.

Delante de mí, tras una colina, puedo ver una columna de humo elevándose por lo alto. El bosque termina abruptamente haciendo borde con otra llanura de dorados pastizales. Una inmensa llanura que parece no tener fin, el viento sopla y mueve el pasto a su voluntad, los primeros rayos del crepúsculo asoman a lo lejos, en colores naranjas, purpuras y amarillos…como un helado. Las nubes se tornan color vainilla y las estrellas poco a poco comienzan a desaparecer. No conocía realmente esta parte de Longmont; es simplemente hermoso.

A lo lejos logro divisar una casa y un poco más allá, la montaña Longs Peak que yace cubierta de nieve pintada por los colores del amanecer. ¿Me pregunto quien vivirá ahí? El olor a madera quemada y a café llega hasta donde me encuentro, traído por el viento para perderse en la inmensidad del bosque.

¡Clack! Se escucha el sonido como si… ¡Clack! Nuevamente ese sonido. Parece como si alguien esta partiendo madera con un hacha. ¡Clack!¿Me pregunto quien estará partiendo madera a esta hora de la mañana?

Decido acercarme por curiosidad al lugar. Frente a mi aparece otro sendero que lleva hasta la pequeña casa, serpenteando por el valle y atravesándolo cautelosamente. Por momentos parece perderse de vista pero rápidamente lo encuentro a medida que avanzo. Finalmente el sendero me lleva hasta la casa, construida dentro de un pequeño circulo donde no crece pasto y solo hay tierra color marrón húmeda por el rocío y unas cuantas flores sembradas en la entrada. La casa es bastante rustica, hecha de piedra y madera. El techo es de color rojizo, y sus paredes del exterior están pintadas de color blanco. A un costado la chimenea se alza hacia el cielo dejando escapar por ella el humo de una hoguera.

¡Clack! Otra vez ese sonido. Alguien deja escapar un gemido de forcejeo y el sonido de la madera partiéndose cruje por los alrededores ¡Clack!

—¡Ahg! ¡Maldición!—grita alguien.

Escucho a alguien refunfuñar del otro lado de la casa y lanzar más maldiciones. Suena como una chica. Posiblemente sea el dueño de este lugar. Decido rodear la casa he ir a investigar un poco. Espero no se asuste de ver a un chico de 17 años merodeando a las cuatro de la madrugada por su casa. Me asomo por una pila de madera que está tras la casa y observo atento. Hay una chica bastante joven con un hacha partiendo madera rigurosamente. Lleva puesta una camisa con mangas largas de tela blanca y holgada, zapatos marrones posiblemente de cuero y una falda color vino. Una pañoleta blanca amarrada a su cabeza impide que el sudor de su frente llegue a sus ojos.

Levanta sus manos y consigo el hacha, la sostiene unos momentos, suspendida en el aire con bastante esfuerzo, y luego la deja ir con todas sus fuerzas hacia un tronco que cruje al ser golpeado por el filo del metal y se parte en dos. Uno de los trozos cae en su pie estrepitosamente, haciéndola tirar el hacha hacia un costado y gritar de dolor.

—¡Maldita sea!—exclama—¿¡Por qué no te puedes partir tu sola, tonta leña!?—refunfuña.

—¿Te encuentras bien?—le digo, sin poder evitar salir a ayudarle.

—¿Quién está ahí?—pregunta ella, mirando hacia todos lados.

—Perdón por haber entrado sin permiso, lo siento—le digo disculpándome, dando unos pasos hacia ella.

—¿Quién eres?—inquiere con voz bastante seria.

—Me llamo Sasha.

—¿Eres un chico? Porque tienes voz de chico.

¿Qué clase de pregunta es esa? Como se supone que no va a distinguirme de una chica, digo pues, tengo cuerpo de chico y, ustedes saben, un pene entre mis piernas que todos los chicos tenemos—aunque ella no lo pueda ver bajo mis pantalones—. A menos que…

—Si lo soy—le contesto acercándome un poco mas al verla hacer una mueca de dolor—¿Te encuentras bien? ¿Necesitas ayuda?

—¡Por supuesto que me encuentro bien!—me dice ella testarudamente—no necesito de tu ayuda.

Intenta dar unos cuantos pasos pero tropieza y cae. Deja escapar un gemido de dolor y la escucho sollozar. Estoy seguro que el pie le duele bastante, ¿por qué es tan necia? Debería de ayudarla. Me acerco un poco mas para ayudarle a levantarse, la tomo de los brazos y la levanto; es bastante liviana.

—¡Te dije que no necesitaba ayuda!—espeta y me hace mala cara.

—No te lo estoy preguntando—le contesto—te ayudo por que así lo quiero. ¿Por qué eres tan testaruda?

—¿Testaruda yo?—me contesta en el mismo tono—Eres tú quien no me deja en paz.

—¡Bien!—le espeto, soltándola del brazo.

Ella cae sentada en la tierra estrepitosamente y lanza una maldición—¡Oye! ¿Por qué me sueltas?

—¡Pero si eres tú la que no quieres que te ayude!

—Eres un completo torpe—masculla.

—Bien, yo me largo.

—¡Por favor espera!—me dice apresuradamente—Ayúdame…a llegar hasta la puerta de mi casa por lo menos.

—¡Lo ves!—le digo con desdén—si necesitabas ayuda.

Ella solo guarda silencio y mira hacia otro lado. Seguramente se siente avergonzada mas quien debería de estar avergonzado soy yo por haber entrado a su propiedad sin permiso.

La cojo por la espalda y paso mis manos bajo sus rodillas, un leve tirón hacía atrás y logro levantarla del piso. Se siente más liviana que la primera vez. Miro su rostro y me topo con alguien de facciones delicadas, su cuerpo es delgado y el color de su piel es blanco. Sus ojos son…azules, no, son como celestes, un celeste demasiado blanquecino. Noto su mirada perdida en la nada. No me esta mirando a mi, no esta mirando hacia absolutamente nada y es hasta ahora que me doy cuenta de que ella es una persona no vidente. Su mirada parece tan vacía, o posiblemente sea yo el que tenga un corazón vacío incapaz de ver lo que ella siente.

La llevo hacia la entrada y de su casa; una puerta de madera que parece bastante pesada, unida con clavos enormes y algo corroídos por el tiempo. El pórtico de la casa es bastante amplio y a la izquierda da paso a un largo corredor con mecedoras y un pequeño sillón-columpioque cuelga de una enorme viga. El piso de madera esta bastante empolvado y sucio al igual que los otros muebles, parece que no se utilizan muy a menudo.

—Puedes dejarme aquí si lo deseas—musita en voz baja.

—¿Estas segura? No creo que con ese pie lastimado puedas hacer algo.

—No te preocupes, estaré bien, gracias.



La puerta se abre de presto y una pequeña niña de ojos marrones con cabello rizado y tan amarillo como la paja asoma tras ella. Las pecas en su rostro le dan un toque aun más infantil a su cara.

—¿Quién…eres?

—Hola, lo siento, me llamo…

—¿Que son esas cosas que tienes bajo tu labio?—me interrumpe la niña cambiando de tema.

—¡Ah! Estos son piercings.

—Parecen canicas diminutas—me dice sonriente.

—Algo así—le contesto esbozando una gran sonrisa.

—Eres raro—me dice con voz de asombro—eres lindo y has puesto esas cosas raras en tu rostro. Deberías de quitarlas.

—¿Tú…crees?—le digo algo avergonzado.

—Ella dice la verdad—me dice la chica que aun estoy cargando—ahora, ¿Podrías bajarme?

—¡Ups! Perdón.

Entro a la casa y dejo a la chica sentada sobre una silla. Me topo con un techo cubierto de miles de grullas de papel, miles y miles de grullas de colores hechas con la técnica de origami. Es impresionante el hecho de que alguien haya hecho tantas y más impresionante aún que esta chica que es ciega haya podido colgarlas en el techo. Me sorprende un poco lo espaciosa que es la casa por dentro. Es igual de rustica en su interior, pero se mira bastante acogedora. El ambiente es muy calmado y la casa bastante cálida gracias a la chimenea y el olor a café—que por lo que puedo notar hay una jarra sobre la estufa—es bastante penetrante.

—Bien—le digo—creo que es hora de que me retire. Por cierto, como te llamas.

—Me llamo Darien y esta pequeña chica de acá—dijo tomando entre sus brazos a la niña que estaba parada junto a ella—se llama Carol. Por favor aún no te vayas, déjame darte por lo menos una taza de café por tu ayuda.

—Vamos, no es necesario. No quiero causar molestias.

—Oye, no es ninguna molestia. Por favor acéptalo también como una disculpa por…haberte tratado tan mal allá afuera. Lo siento pero es que no recibimos visitas muy a menudo y cuando alguien viene a visitarnos normalmente son vándalos que vienen a molestar.

—¿A caso tengo cara de vándalo?—le digo mientras ladeo mi cabeza.

—Lo siento es que yo soy…ciega—musita.

¡Auch!, golpe bajo. Soy un idiota, lo había olvidado, ella no puede ver—Lo siento, no fue mi intención.

—Está bien, no te preocupes. Bueno, déjame prepararte el café.

—¿Estas segura de que podrás sola?

—Oye, no soy una inútil—espeta—lisiada de un pie tal vez pero aún se mis trucos—me dice riendo mientras toma un bastón de madera de debajo de la mesa.—Y tú, Carol, no seas tan mal educada y preséntate.

—¡Si!—dice Carol poniéndose en posición militar y llevándose una mano a la frente—Me llamo Carol, señor.

La expresión me causa gracia y río un poco. Carol se une a mis carcajadas junto con Darien.

—Mucho gusto Carol, me llamo Sasha.

—Que lindo nombre—me dice la niña sonriente—mi segundo nombre es Isabela.

—Que lindo nombre, Isabela. Mi segundo nombre es Alexander—le digo.

—Bien, puedes llamarme Carol si lo deseas. ¿Puedo llamarte Alexander?

—Si tú lo quieres. Está bien para mí. ¿Pero por qué no me llamas Sasha?

—Porque es muy lindo el nombre y si lo uso demasiado se desgastará, así que lo utilizaré para ocasiones especiales, cuando vengas nuevamente de visita. ¿Vendrás cierto? A jugar conmigo.

—Si Darien me lo permite, regresare a visitarte—le digo sonriendo.

—¿Puede mamá? ¿Puede?

—¿¡Eres su madre!?—le digo bastante sorprendido.

—Así es. ¿Te sorprende?

—Pero eres tan joven, Darien.

Darien se tira una carcajada que resuena por cada rincón de la casa. El techo lleno de grullas de papel colgantes parece como un cielo de otoño cubierto de miles de luceros de colores. Este hogar es simplemente acogedor.

—Es una larga…historia—me dice con una voz tan quieta como la calma—Bien, ya que tú me llamas Darien—se apresura a cambiar de tema—entonces yo te llamaré Sasha—me dice ella regresando a su sonrisa de antes—me gusta mas ese nombre.

Darien termina de preparar el café y me lo sirve en una taza bastante colorida. ¡Carajo! ¡Quiero una de estas tazas! ¡Es tan rustica y con muchos colores!

Se mueve con bastante habilidad dentro de la casa a pesar de que es no vidente, seguramente la ha de conocer tan bien como la palma de su mano. Coge un bollo de pan de la alacena en la cocina y me lo pasa. Esta tibio, seguramente lo han horneado hace poco.

—Los bollos de mamá son deliciosos—comenta Carol—vamos, Alexander, pruébalos.

Doy un mordisco al bollo de pan, el dulce inunda mis papilas gustativas recordándome momentáneamente a los panqueques que Tránsito me preparaba en el desayuno cuando vivíamos en Nueva York. Que recuerdos aquellos. El bollo esta realmente sabroso.

—¿Y?—inquiere Darien—¿Te gustó o no?

—Está delicioso.

Darien sonríe y suspira posiblemente de alivio.—Yo he ayudado a prepararlos también—me dice Carol.

—Pues un día tendrás que darme la receta, Carol. A mis amigos les encantaría comer de estos bollos.

Carol sonríe y asiente frenéticamente con la cabeza. Darien acerca su rostro al de la niña y murmura algo en su oído. Carol se va a la cocina y se pone a hurgar entre unos trastos. Se escucha el retintineo de las cacerolas de aluminio cuando chocan con otras. ¿Qué estará haciendo?

—Dime Sasha, ¿que te ha traído por acá?

—Es una historia…un tanto complicada—le digo recordando nuevamente a Cori mientras le doy un sorbo a la taza con café.

—No suenas muy contento con ello.

Darien se pone de pie y busca a tientas en el aire. Se dirige a mi rostro hasta que finalmente lo encuentra. Sus manos están suaves y tibias. Sus dedos recorren cada rincón de mi cara, pasando por mis pómulos, parpados, nariz, labios...

—Carol tiene razón—musita—eres…de buen parecer.

Sus palabras provocan que me sonroje y que me ponga un tanto nervioso. No me dicen esto muy a menudo, seguramente porque tengo muy pocos amigos que puedan decírmelo. ¿O seré realmente feo? ¡Nah! ¿O si?

—Pero hay algo—continúa nuevamente—hay algo que te preocupa. Puedo leerlo en tu rostro. Mis manos no mienten.

—Así es. Hay algo que me preocupa…mucho.

—¿Deseas contármelo?

Una pausa un tanto larga entre nuestras voces cae tan pesada como el plomo y el silencio inunda nuevamente la casa. Finalmente una respuesta sale por inercia de mis labios—No lo sé.

—¿Deseas hacer origami conmigo?—pregunta con una sonrisa en su rostro—Eso siempre me relaja y aleja los problemas momentáneamente.

—Me encantaría—le murmuro con bastante calma.

—¿Deseas sacar eso que llevas en tu pecho, Sasha?

Así que se ha dado cuenta. ¿Tan notorio es incluso para alguien no vidente? Creo que mi angustia es capaz de traspasar los limites he inundar mi mundo y el mundo de los demás.—Simplemente…me gustaría que alguien me escuchara—musito con voz apagada—necesito saber…

—…Qué hacer—finaliza Darien mis palabras—Nadie podrá decirte que hacer Sasha, pero puedo escucharte si así lo deseas.

—¿Estas segura? Es una historia larga llena de muchas palabras enredadas.

—Cuando eres ciega escuchar es lo mas entretenido que puede haber, aparte de hacer grullas de papel.

—¿Así que son tuyas todas esas colgadas en el techo?

—Algunas, otras tantas las ha hecho Carol.

—Mamá dice que algún día podre hacer otras figuras de papel-advierte Carol desde la cocina.

—Si deseas, yo puedo enseñarte origami—le digo.

—¿En serio?—me dice ella con bastante emoción—Me encantaría.

—Bien, solo déjame conseguir un poco de papel en casa y luego vendré a enseñarte.

—¿Has escuchado mamá? ¡Alexander me enseñara a hacer figuras de papel!

—Lo he escuchado, hija—le contesta Darien sonriéndole dulcemente. Aquel gesto en su rostro hacia su hija se ve tan transparente y puro, ella realmente la ama—Ahora, ¿Por qué no llevas a las ovejas a pastar? Estoy segura de que están bastante hambrientas.

Carol asiente y sale de la casa corriendo seguramente hacia el establo, en busca de las ovejas para llevarlas a pastar. En esta basta llanura seguramente hay suficientes lugares en donde esas ovejas puedan deleitarse. Darien y yo quedamos totalmente solos en aquella casa llena de silencio.

—Bien—musita mientras toma un cuadrado de papel azul de la mesa—¿Qué es eso que tanto te angustia?

—Creo que quien me atormenta soy yo mismo.

—¿Es acaso culpa? ¿Enojo tal vez?

—Dime Darien, ¿Te haz enamorado alguna vez?

Darien se queda en silencio por un largo rato mientras le da dobleces al papel de manera habilidosa. Reconozco cada trazo de esta manera de doblar, cada línea marcada en el papel, cada pliegue en las esquinas…será otra grulla. Es tan notorio, es tan obvio, al menos para mí pues lo sé muy bien por el hecho de que la persona quien me enseño a hacer ese tipo de dobleces fue…Cori.

Una tarde lluviosa en la que recuerdo muy bien haber creído poder hacer todos los los tipos de figuras de origami cuando Cori me sorprende con una simple grulla. Es un recuerdo tan vívido, tan presente, tan efímero al cual me aferro con todas mis fuerzas para no dejarlo escapar.

Éramos tan solo unos niños de 13 años que aun nos entretenían las caricaturas de Disney—y aún lo hacen unas cuantas—Estábamos a mitad de invierno y enfermé gravemente de gripe, tanto que tuve que faltar a la escuela por una semana. Cori y Karla fueron a visitarme a pesar de que llovía fuertemente ese día. Estuvimos en mi habitación lo que restaba de la tarde hasta aburrirnos de ver las películas en DVD y comer palomitas. Jugamos UNO hasta hartarnos y Monopoli hasta perder la cuenta de cuanto dinero falso habíamos ganado o perdido. Al fin de tantos, les propuse enseñarles a hacer origami, mi padre acababa de comprarme un libro para principiantes que había leído y practicado cada figura por lo menos veinte veces. Comenzamos con lo mas sencillo hasta lo mas difícil pero fue totalmente inútil y lo mejor que pudieron hacer fue aviones de papel. Ese día reímos hasta el cansancio de ver aquellas figuras tan deformes que resultaban en cada doblez. Fue entonces cuando Cori me dijo que me daría un regalo para que mejorara. Nos contó que hace mucho tiempo, en el lejano oriente, surgió una leyenda, la leyenda del Senbazuru, una antigua leyenda japonesa promete que cualquiera que haga mil grullas de papel recibirá un deseo de parte de una grulla, tal como una vida larga o la recuperación de una enfermedad. Recuerdo como Karla y yo escuchábamos atentos a Cori, que nos contaba aquella historia como si la vida le dependiera de ello mientras escogía de entre todos los cuadrados de papel aquel que tuviera el color indicado. Al finalizar la historia se dispuso a doblar el cuadrado que escogió.—Recuerdo muy bien que fue uno de color verde—. Sus manos se movían habilidosas, doblando y plegando por la mitad y las esquinas, marcando el contorno y replegando nuevamente hasta que de un simple pedazo de hoja coloreada surgió una hermosa grulla de papel. Jamás había visto ninguna y esa fue la primera vez que pude tener una en mis manos.

—Tan solo es una grulla—me dijo Cori sonriendo. Aquella sonrisa que se dibujaba perfecta en su rostro y que encajaba a la perfección con sus ojos verde esmeralda lograron hacerme sentir tan en paz y a gusto—pero estoy seguro que es un buen comienzo.

—Mejorarás pronto—me dijo Karla—así podremos salir a jugar.

Ella se acercó a mí y me dio un beso en la frente. Me sentí tan aliviado por aquel gesto, tan inmerso en una realidad llena de calidez y amor en estado puro que solo Karla sabe darme. Es ella quien siempre reconoce cuando un abrazo será de mas ayuda que unas simples palabras, quien provoca que mi estomago hormiguee cuando sonríe de felicidad, quien acaricia mi rostro y limpia mis lagrimas cuando estas empapan mis ojos llenos de amargura. Pero está también Cori, en ese mismo lugar, complementando la otra parte que me hace falta. Es él quien me apoya y da ese empujón que necesito, quien me inspira confianza y me da valor cuando estoy a punto de desfallecer, quien hasta ahora…me tiene con esta angustia que no es más que el desbordamiento de algo dentro de mi, pero ¿qué es?. Solo hay algo, ese algo que ambos comparten dentro de mí y que irremediablemente estará unido para siempre y es el amor; el amor que siento por ellos. Ese mismo afecto por ambos, ni mas mi menos, de manera equitativa para cada uno, sin ser divisible por mitad. ¿Qué es lo que siento entonces?

—Hubo una vez, Sasha, hace mucho tiempo—musita Darien. La expresión de su rostro no parece mostrar mucho deseo de recordar su pasado—pero no creo que la historia de amor de una chica de veintiocho años sea de ayuda.

—¿Cómo se siente enamorarse?

—Todo eso depende.

—¿Depende?

—Así es—me dice ella mientras sigue doblando el papel—todo depende de quien te enamores, como te enamores y como decidas amar.

—¿A caso con el amor no se puede amar de una misma manera?

—Es posible, Sasha. Pero la manera en la que nuestro corazón perciba ese amor dependerá de cuan perfecta sea nuestra alma.

—Entonces el amor no es perfecto.

—Te equivocas—advierte. Finalmente termina de doblar el papel y una grulla hermosa resulta de sus dobleces—el amor si es perfecto. Nosotros somos los imperfectos. Somos como una jarra agrietada que contiene agua. De la misma manera que el agua se filtra por la grietas, de esa misma manera el amor se filtra por nuestras imperfecciones y termina siendo un flujo inconstante.

—Pero entonces volvemos al mismo punto. Al final de cuentas—le digo haciendo una breve pausa, recordando momentáneamente aquel momento en el armario—el amor se vuelve imperfecto una vez se sale por esas grietas.

—Es ahí en donde entra en juego la manera en la que lo percibamos, Sasha. Debemos tener en claro que el amor es perfecto, Dios es perfecto y fuera de lo que cualquiera diga Dios es amor. Un dios con imperfecciones no es dios. Un amor imperfecto implica que existe un dios imperfecto y por lo tanto se diría que Dios no es dios.

—Pero Dios si existe. Al menos para mí—asevero con bastante seguridad.

—No solo para ti, Sasha. También existe para mí.

—Comprendo—musito, finalmente teniendo algo en claro—Soy entonces yo el imperfecto.

—Todos somos imperfectos, a excepción de Dios. Pero eso no significa que no podamos amar sin imperfecciones.

—¿Qué sucede si alguien se enamora de ti sin razón aparente?

—Amor es amor, sin importar las razones venideras ni las que le anteceden una vez que el corazón tiene bien establecido ese sentimiento.

—¿Y como sabré que ese amor es correcto? ¿Cómo sabré que enamorarme de esa persona es correcto? ¿Cómo sé que no es simplemente una estupidez?

Darien me sonríe y toma otro trozo de papel de colores. Comienza nuevamente con los mismos dobleces de la vez anterior. Me pregunto que estará pensando Cori en estos momentos, me pregunto si Karla sabrá lo que ha sucedido. Seguramente Cori se lo ha comentado. Espero esto no empeore.

—Simplemente lo sientes. El origami no solo se llama origami Sasha, al igual que el amor no se siente todo el tiempo como si fuera amor ni toca la puerta presentándose como tal. El amor al igual que la felicidad, viene en muchas presentaciones, pero el resultado es el mismo.

—¿A que te refieres?

—A lo que me refiero es que, funciona como una especie de medicamento para la tos. Vas a la farmacia y encuentras miles de medicamentos para curar la tos, pero todos cumplen la misma función: Curar la estúpida tos, y lo harán según tu cuerpo acepte ese medicamento. El amor trabaja casi de la misma manera, con la única diferencia de que tú no vas en busca de él, simplemente te lo encuentras por casualidad y se te pega como un chicle en el zapato. Puede provenir de cualquier persona, sin embargo, al igual que el medicamento para la tos, tiene el mismo propósito siempre, pero hace efecto de diferentes maneras.

—¿Cómo inquietud?

—Posiblemente. Muchas veces la inquietud no es más que el esfuerzo innecesario por negarnos algo que realmente existe y esta sucediendo. ¿A caso hay algo que te inquieta?

—Creo que el amor me inquieta.

—Entonces posiblemente tú también estés…

El timbre de mi celular resuena entre las paredes de la casa e interrumpe nuestra charla. Realmente perdí la noción del tiempo, reviso mi celular con la seguridad de que es otro mensaje de texto pero me he equivocado, es la alarma de mi celular. ¡Ya son las seis treinta de la mañana! Si no me apresuro llegaré tarde al instituto.

—¿Sucede algo?—me pregunta Darien al escuchar el sonido de mi móvil

—No es nada importante, solo la alarma de mi celular. Creo que debo de retirarme—le digo un poco triste. Realmente esta conversación me estaba siendo de mucha ayuda y quisiera seguir hasta terminarla.

—Ya veo. Ha sido entonces un gusto charlar contigo, Sasha.

—¿Puedo regresar nuevamente? Me encantaría seguir conversando.

—Claro—asiente Darien. Coloca sus manos en mi rostro y lo acaricia suavemente. Sus manos siguen cálidas—será un gusto seguir charlando contigo—musita con una sonrisa que desde mi punto de vista, es tan dulce como la misma miel.

—La próxima vez traeré algo de papel, estoy seguro de que la charla durará más y habrá mucho origami por hacer.

Darien ríe nuevamente y se acerca a mi oído y murmura—«recuerda que el amor es amor, no importa de donde venga»—Se pone de pie y me acompaña hasta la puerta. Me despido de ella un tanto negado, pues quisiera continuar charlando pero las obligaciones me llaman. El señor Donovan se molestaría demasiado si se da cuenta que he dejado de ayudar en las preparaciones del festival de deportes. Fue bien claro cuando dijo «Rodaran cabezas si alguien no ayuda a preparar lo necesario para el festival, incluso si enferman, primero terminan sus obligaciones y luego si se quieren morir pueden hacerlo».

Amo mi cabeza—ambas cabezas, no sé a cual de las dos se refería—en el lugar donde esta y deseo que se quede ahí, así que emprendo mi camino de regreso a casa. Cruzo el inmenso valle, siguiendo el sendero hasta llegar al borde del bosque. La bruma y el humo se han disipado un poco y el sol ya ha salido lo suficiente como para que todas la estrellas hayan desaparecido. Corro lo más rápido que puedo, atravesando con dificultad el laberinto de pinos, llenando a bocanadas mis pulmones de aire y dando zancadas de ser necesario para avanzar lo mayor posible. Cruzo el bosque en cuestión de quince minutos y llego finalmente hasta la llanura que se encuentra tras mi casa. Corro nuevamente, deteniéndome por momentos a respirar y reponer fuerzas. Llego hasta el estanque sin detenerme y sigo avanzando hasta perder de vista aquel espejo de agua, finalmente tras subir una pequeña colina puedo ver mi casa. Miro nuevamente la hora en mi celular; las seis cuarenta y dos. Tengo aproximadamente hora y media para alistarme. Suficiente tiempo, creo.

Llego al patio de mi casa y sin muchas fuerzas para escalar nuevamente el árbol y entrar a la casa por la ventana de mi habitación, decido hacerlo por la puerta, pues para algo se le llama puerta ¿o no? Cruzo el patio saliendo a la calle por el costado izquierdo de la casa, camino unos cuantos metros hacia la entrada y me encuentro con alguien.

Alguien esta recostado en la puerta de la entrada, lleva una bufanda puesta y unos guantes color gris. Sus pómulos y nariz están rojos, seguramente lleva bastante tiempo aquí afuera. Parece tener la mirada perdida en el suelo pero cuando me ve asomar levanta su rostro.

Me topo con una mirada que parece alegrarse al verme pero a la vez también está decaída. Aquella mirada parece un poco apagada, pero sus ojos, aquellos ojos que siempre mantuvieron un brillo excepcional, ahora solo muestran inquietud y angustia. Sus ojos son verde esmeralda.

Creo que mi diario tendrá que esperar un poco para saber de todo esto. Mi corazón se acelera, mi pecho duele ¿Por qué? Cori…está aquí…

Ending:









Autor: Luis F. López Silva

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