Un cajón de sastre al azar

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Imagen de Anita Smith en Pixabay
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domingo, enero 08, 2012

Reto: Personajes literarios V y VI.

Como ayer, estuve completamente desconectada todo el día de la pc, hoy toca doble para no atrasarse con los retos, así que, aquí vamos:

5- Enemigos favoritos.

Heathcliff y Edgar Linton de Cumbres Borrascosas por Emily Bronte


Heathcliff y Cathy


Edgar y Cathy

Dejemos que la misma Catherine (o Catalina) nos explique como están las cosas (Fragmento)

"-Pues soñé -dijo- que estaba en el cielo, que comprendía y notaba que aquello no era mi casa, que se me partía el corazón de tanto llorar por volver a la tierra, y que, al fin, los ángeles se enfadaron tanto, que me echaron fuera. Fui a caer en medio de la maleza, en lo más alto de «Cumbres Borrascosas», y me desperté llorando de alegría. Ahora, con esa explicación, podrás comprender mi secreto. Tanto interés tengo en casarme con Eduardo Linton como en ir al cielo, y si mi malvado hermano no hubiera tratado tan mal al pobre Heathcliff, yo no habría pensado en ello nunca. Casarme con Heathcliff sería rebajarnos, pero él nunca llegará a saber cuánto le quiero, y no porque sea guapo, sino porque hay más de mí en él que en mí misma. No sé qué composición tendrán nuestras almas, pero sea de lo que sea, la suya es igual a la mía, y en cambio la de Eduardo es tan diferente como el rayo lo es de la luz de la luna, o la nieve de la llama(...)Todos mis dolores en este mundo han consistido en los dolores que ha sufrido Heathcliff, y los he seguido paso a paso desde que empezaron. El pensar en él llena toda mi vida. Si el mundo desapareciera y él se salvara, yo seguiría viviendo, pero si desapareciera él y lo demás continuara igual, yo no podría vivir. Mi afecto por Linton es como las hojas de los árboles, y bien sé que cambiará con el tiempo, pero mi cariño a Heathcliff es como son las rocas del fondo de la tierra, que permanecen eternamente iguales sin cambiar jamás. Es un afecto del que no puedo prescindir. ¡Elena, yo soy Heathcliff! Le tengo constantemente en mi pensamiento, aunque no siempre como una cosa agradable. Tampoco yo me agrado siempre a mí misma. No hables más de separarnos, porque eso es irrealizable."

¿Porqué me gustan? (SPOILER)

Edgar Linton y Heatchliff representan de manera perfecta los dos tipos de amor: uno pasional e intenso y otro suave y respetuoso. Creo, que aunque la decisión de Cathy fue "conveniente" incluso para la época, donde las mujeres no podían casarse con quien querían, no fue lo más acertado. Es decir, ellos estaban hechos el uno para el otro y el reprimir eso, llevo a su destrucción y a la de dos generaciones de vidas. Cuando un amor así de intenso es reprimido, el cerebro transforma la emoción en una obsesión (y aplica aunque ellos sean imaginarios), y puede resultar muy peligrosa. Si ella hubiera esperado a Heathcliff cuando se fué, ellos pudieron haber estado juntos. Claro, también faltó ahí la comunicación, ya que Heathcliff solo agarró camino, no le dijo que iba a hacer fortuna para ser digno de ella, entonces, Cathy pensó que él la había abandonado y apresuró la boda con su prometido.

Esta historia debería servir como lección: jamás dar las cosas por sentado y dudar de todo hasta confirmarlo con una buena comunicación entre ambas partes.

6- Relación amor-odio favorita.

Heathcliff y Cathy de Cumbres Borrascosas por Emily Bronte



Fragmento:

"Catalina miraba ansiosamente hacia la entrada de la habitación. Heathcliff, al principio, no encontraba el cuarto, y la señora me hizo una señal para que fuera a recibirle, pero él apareció antes de que llegase yo a la puerta, y un momento después ambos se estrechaban en un apretado abrazo.

Durante cinco minutos él no le habló, limitándose a abrazarla y a besarla más veces que lo hubiese hecho en toda su vida. En otra ocasión, mi señora habría sido la primera en besarle. Bien eché de ver que él sentía, al verla, la misma impresión que yo, y que estaba convencido de que Catalina no recobraría más la salud.

-¡Oh, querida Catalina! ¡No podré resistirlo! -dijo, al cabo, con desesperación. Y la miró con tal intensidad, que creí que aquella mirada le haría deshacerse en lágrimas. Pero sus ojos, aunque ardían de angustia, permanecían secos.

-Me habéis desgarrado el corazón entre tú y Eduardo, Heathcliff -dijo Catalina, mirándole ceñuda-. Y ahora os lamentáis como si fuerais vosotros los dignos de lástima. No te compadezco. Has conseguido tu objeto: me has matado. Tú eres muy fuerte. ¿Cuántos años piensas vivir después de que yo me muera?

Heathcliff había puesto una rodilla en tierra para abrazarla. Fue a levantarse, pero ella le sujetó por el cabello y le forzó a permanecer en aquella postura.

-Quisiera tenerte así -dijo- hasta que ambos muriéramos. No me importa nada que sufras. ¿Por qué no has de sufrir? ¿Serás capaz de ser feliz después de que yo haya sido enterrada? Dentro de veinte años dirás quiza: Aquí está la tumba de Catalina Earnshaw. Mucho la he amado, pero la perdí, y ya ha pasado todo. Luego he amado a otras muchas. Quiero más a mis hijos que lo que la quise a ella, y me apenará más morir y dejarles que me alegrará el ir a reunirme con la mujer que quise.» ¿Verdad que dirás eso, Heathcliff?

-No me atormentes, Catalina, que me siento tan loco como tú -gritó él.

Había desprendido la cabeza de las manos de su amiga y le rechinaban los dientes.

La escena que ambos presentaban era singular y terrible. Catalina podía, en verdad, considerar que el cielo sería un destierro para ella, a no ser que su mal carácter quedara sepultado con su carne perecedera.

En sus pálidas mejillas, sus labios exangües y sus brillantes ojos se pintaba una expresión rencorosa.

Apretaba entre sus crispados dedos un mechón del cabello de Heathcliff, que había arrancado al aferrarle.

Él, por su parte, la había cogido ahora por el brazo, y de tal manera la oprimía, que, cuando la soltó, distinguí cuatro huellas amoratadas en los brazos de Catalina.

-Sin duda te hallas poseída del demonio -dijo él con ferocidad- al hablarme de esa manera cuando te estás muriendo. ¿No comprendes que tus palabras se grabarán en mi memoria como un hierro ardiendo, y que seguiré acordándome de ellas cuando tú ya no existas? Te consta que mientes al decir que yo te he matado, y te consta también que tanto podré olvidarte como olvidar mi propia existencia. ¿No basta a tu diabólico egoísmo el pensar que, cuando tú descanses en paz, yo me retorceré entre todas las torturas del averno?

-Es que no descansaré en paz -dijo lastimeramente Catalina.

Y cayó otra vez en un estado de abatimiento. Se sentía latir su corazón con tumultuosa irregularidad.

Cuando pudo dominar el frenesí que la embargaba, dijo más suavemente:

-No te deseo, Heathcliff, penas más grandes que las que he padecido yo. Sólo quisiera que nunca nos separáramos. Si una sola palabra mía te doliera, piensa que yo sentiré cuando esté bajo tierra tu mismo dolor. ¡Perdóname: ven! Arrodíllate. Nunca me has hecho daño alguno. Si estás ofendido, ello me dolerá a mí más que a ti mis palabras duras. ¡Ven! ¿No quieres?

Heathcliff se recostó en el respaldo de la silla de Catalina y volvió el rostro. Ella se ladeó para poder verle, pero él, para impedirlo, se volvió de espaldas, se acercó a la chimenea y permaneció callado.

La señora Linton le siguió con los ojos. Encontrados sentimientos nacían en su alma. Al fin, tras una prolongada pausa, exclamó, dirigiéndose a mí:

-¿Ves, Elena? No es capaz de ceder un solo instante, ni aun tratándose de retardar el momento de mi muerte. ¡Qué modo de amarme! Me da igual... Pero éste no es mi Heathcliff. Yo seguiré amándole como si lo fuera, y será esa imagen la que llevaré conmigo, ya que ella es la que habita en mi alma. Esta prisión en que me hallo es lo que me fatiga -añadió-. Estoy harta de este encierro. Ansío volar al mundo esplendoroso que hay más allá de él. Lo vislumbro entre lágrimas y sufrimientos, y sin embargo, Elena, me parece tan glorioso, que siento pena de ti, que te consideras satisfecha de estar fuerte y sana... Dentro de poco me habré remontado sobre todos vosotros. ¡Y pienso que él no estará conmigo entonces! -continuó como si hablase consigo misma-. Yo creía que él quería estar también conmigo en el más allá. Heathcliff, querido mío, no quiero que te enfades... ¡Ven a mi lado, Heathcliff!

Se levantó y se apoyó en uno de los brazos del sillón. Heathcliff se volvió hacia ella con una expresión de inmensa desesperanza en la mirada. Sus ojos, ahora húmedos, centelleaban al contemplarla, y su pecho se agitaba convulsivamente. Un instante estuvieron separados; luego Catalina se precipitó hacia él, y él la abrazó de tal modo, que temí que mi señora no saliera con vida de sus brazos. Cuando se separaron, ella cayó como exánime sobre la silla, y Heathcliff se desplomó en otra inmediata. Me acerqué a ver si la señora se había desmayado, y él, rechinando los dientes, echando espuma por la boca, me separó con furor. Me pareció que no me hallaba en compañía de seres humanos. Traté de hablarle, pero no parecía entenderme, y acabé apartándome llena de turbación.

Pero después Catalina hizo un movimiento, y esto me tranquilizó. Levantó la mano, cogió la cabeza de Heathcliff, y acercó su mejilla a la suya. Heathcliff la cubrió de exasperadas caricias y le dijo, con un acento feroz:

-Ahora me demuestras lo cruel y falsa que has sido conmigo. ¿Por qué me desdeñaste? ¿Por qué hiciste traición a tu propia alma? No sé decirte ni una palabra de consuelo, no te la mereces... Bésame y llora todo lo que quieras, arráncame besos y lágrimas, que ellas te abrasarán y serán tu condenación. Tú misma te has matado. Si me querías, ¿con qué derecho me abandonaste? ¡Y por un mezquino capricho que sentiste hacia Linton! Ni la miseria, ni la bajeza, ni aun la muerte nos hubieran separado, y tú, sin embargo, nos separaste por tu propia voluntad. No soy yo quien ha desgarrado tu corazón. Te lo has desgarrado tú, y al desgarrártelo has desgarrado el mío... Y si yo soy más fuerte, ¡peor para mí! ¿Para qué quiero vivir cuando tú ... ? ¡Oh, Dios, quisiera estar contigo en la tumba!

-¡Déjame! -respondió Catalina sollozando-. Si he causado mal, lo pago con mi muerte. Basta. También tú me abandonaste, pero no te lo reprocho y te he perdonado. ¡Perdóname tú también!

-¡Perdonarte cuando veo esos ojos y toco esas manos enflaquecidas! Bésame, pero no me mires. Sí; te perdono. ¡Amo a quien me mata! Pero ¿cómo puedo perdonar a quien te mata a ti?

Callaron, juntaron sus rostros y mutuamente se bañaron en lágrimas. No sé si me equivoqué al suponer que Heathcliff lloraba también, pero, en verdad, el caso no era para menos.

Yo me hallaba inquieta. Caía la tarde y se veía salir ya a la gente de la iglesia de Gimmerton y esparcirse por el valle. El criado que enviara al pueblo estaba de regreso.

-El oficio religioso ha concluido -anuncié- y el señor volverá antes de media hora.

Heathcliff lanzo un juramento y abrazó más apretadamente aún a Catalina, que permaneció inmóvil. A poco, distinguí a los criados, que avanzaban en grupo por el camino. El señor Linton les seguía a corta distancia. Abrió por sí mismo la verja. Parecía extasiado en contemplar la hermosura de la tarde de verano y aspirar sus dulces perfumes.

-Ya ha llegado -exclamé-. ¡Baje enseguida, por Dios! No encontrará usted a nadie en la escalera principal.

Ocúltese entre los árboles hasta que el señor haya entrado.

-Debo irme, Catalina -dijo Heathcliff separándose de sus brazos-. Pero, de no morirme, te volveré a ver antes de que te hayas dormido... No me separare ni cinco yardas de tu ventana.

-No te irás -repuso ella, sujetándole con todas sus fuerzas-. No tienes por qué irte.

-Vuelvo antes de una hora- aseguró él.

-No te irás ni siquiera por un minuto -insistió la señora.

-Es forzoso que me vaya -repitió, alarmado, Heathcliff-. Linton estará aquí dentro de un momento.

Por su gusto, él se hubiera levantado y desprendido de ella a viva fuerza, pero Catalina le sujetó firmemente, mientras pronunciaba expresiones entrecortadas. En su rostro se transparentaba una decidida resolución.

-¡No! -gritó-. ¡No te vayas! Eduardo no nos hará nada. ¡Es la última vez, Heathcliff: me muero!

-¡Maldito necio! Ya ha llegado -exclamó Heathcliff dejándose caer otra vez en la silla-. ¡Calla, Catalina! ¡Calla, alma mía! Si me matase ahora, moriría bendiciéndole.

Y volvieron a unirse en un estrecho abrazo. Sentí subir a mi amo por la escalera. Un sudor frío bañaba mi frente. Estaba horrorizada.

-¿Pero es que va usted a hacer caso de sus delirios? -dije a Heathcliff, fuera de mí-. No sabe lo que dice. ¿Es que se propone usted perderla aprovechando que le falta la razón? Levántese y márchese inmediatamente. Este crimen sería el más odioso de cuantos haya cometido usted. Todos nos perderemos por culpa suya: el señor, la señora y yo.

Grité y me retorcí las manos con desesperación. Al oírme gritar, el señor Linton se apresuró más aún. No dejó de aliviar un tanto mi turbación el ver que los brazos de Catalina, dejando de oprimir a Heathcliff, caían lánguidamente y su cabeza se inclinaba con laxitud.

«Se ha desmayado o se ha muerto -pensé-. Mejor. Vale más que muera que no que siga siendo una causa de desgracias para todos los que la rodean.»

Eduardo, lívido de estupor y de ira al divisar al inesperado visitante, se lanzó hacia él. No sé lo que se proponía. Pero Heathcliff le detuvo en seco poniéndole entre los brazos el inmóvil cuerpo de su esposa.

-Si no es usted un demonio -dijo Linton- ayúdeme primero a atenderla, y ya hablaremos después.

Heathcliff se marchó al salón y permaneció sentado. El señor Linton recurrió a mí, y entre los dos, con grandes esfuerzos, logramos reanimar a Catalina. Pero había perdido la razón completamente: suspiraba, emitía quejidos inarticulados y no reconocía a nadie. Eduardo, en su ansiedad por su esposa, se olvidó de su odiado rival. Aproveché la primera oportunidad que tuve para pedirle que se fuese, afirmándole que Catalina estaba un poco repuesta y que a la mañana siguiente le llevaría noticias suyas.

-Saldré de la casa -dijo él- pero permaneceré en el jardín. No te olvides de cumplir tu palabra mañana, Elena. Estaré bajo aquellos pinos: tenlo en cuenta. De lo contrario, volveré, esté Linton o no.

Lanzó una rápida mirada por la puerta entreabierta de la alcoba, y al comprobar que, al parecer, yo no había faltado a la verdad, se fue, librando a la casa de su malvada presencia."

¿Porqué son mis favoritos?

Basta leer ese fragmento para saber que se llevan la nómina en la categoría. Nadie puede competir contra ellos. Son de naturaleza tan parecida, que tendrían que haber estado juntos, de lo contrario, (como dije allá arriba) se volvían obsesivos y destructivos con ellos y con los demás (dada la personalidad de ambos). Repito: esta historia debería servir de ejemplo, el amor no debe convertirse en obsesión y ciertamente, el amor no debe ser destructor de una persona o de ambas...

Bonus: Vídeo de la escena antes descrita (espero sepan inglés)

Sean felices, con mucho cariño, se despide,

4 comentarios:

Nina dijo...

¡Buenas! Deberías de intentar verte el especial que emitió la BBC de Wuthering Heights en 2009 =) Los actores son fantásticos =P

Anónimo dijo...

Gracias por la recomendación! me la estoy buscando ahorita! cuidate mucho! chao! ^_^

laqua dijo...

Fuertísima historia, buen post :)

Anónimo dijo...

Uff! es una de las más fuertes que he leído, te lo puedo asegurar, es violencia al extremo... ^_^, muchísimas gracias. Un beso!

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