Un cajón de sastre al azar

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Imagen de Anita Smith en Pixabay
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sábado, enero 22, 2011

Cuento on-line: Corre, que se descubrio todo! (Luis Britto Garcia)



CORRE, QUE SE DESCUBRIÓ TODO!

Luis Britto García

A eso de la medianoche hice la primera llamada al azar. Me contestó una voz masculina:

–Aló. ¿Quién habla?

–¡Corre! ¡Se descubrió todo!

–¿Qué? ¿Cómo?

–Estamos perdidos. Se sabe todo.

–Pero, ¿quién habla?

–Tú sabes que no te puedo decir nada. Los teléfonos están controlados.

–¿Qué pasó? ¿Quién falló?

–Él.

–¿Quién él?

– Quién va a ser. El más importante.

Se oyó un quejido. Corté. Volví a discar al azar. Me contestó una voz femenina:

–Aló.

–Todo está descubierto.

–¿Qué? ¿Quién habla?

–Te hablo de parte de él. ¡Corre!

–Pero, ¿quién descubrió la cosa?

–El otro. Acaba de salir para allá.

El auricular me transmitió un ruido de muebles tropezados, de jarrones que caían. Colgué. Volví a discar al azar. Esta vez, antes de que pudiera hablar, me rechazó una voz femenina:

–El señor Ministro no está.

–Localícelo. Es urgente. Dígale que todo está descubierto.

–¿Cómo? ¿Quién es?

Antes de colgar, tuve un rasgo de genio:

–Dígale que avise a los demás.

–Cuando bajaba la bocina, escuché que el Ministro gritaba por ella, pero fui impecable y corté.

Volví a discar, y repetí lo mismo:

–¡Corre! ¡Nos descubrieron!

La voz que contestó tenía una pretendida seguridad:

–Y a mí qué me importa. Todo el mundo sabe que aquí robamos descaradamente pasándole al público facturas por las llamadas telefónicas que nadie hizo. Nos reímos de que el país sepa lo que somos. ¡Ja! ¡Ja!

Antes de que siguiera, lo aplasté:

–Sí, pero él sabe que no le estás dando su parte completa.

Tras el auricular, escuché un silbido como el de un neumático que se desinfla. Una voz gimoteante me preguntó:

–¿Quién dijo?

–¡Llámalo y pregúntale!

Colgué. Desde ese momento, noté las líneas ocupadas. Las frecuentes ligas me dejaban oír voces trémulas que comentaban sobre paquetes descubiertos, cuentas bancarias y pasajes para el exterior.

Hice otra llamada. Al final de ella escuché un disparo y la caída de un cuerpo.

Colgué, para facilitar que el primero en descubrir el cuerpo le pudiera telefonear la noticia a los cómplices.

Hice diez llamadas mas.

La última fue la más dramática:

–Huye. Nos descubrieron.

–Ya me avisaron. ¿Y qué puedo hacer?

–Correr en vez de estar como unos pendejos hablando por teléfono.

Colgué.

Iba a llamar de nuevo, pero el aparato sonó primero. Descolgué y escuché la voz de un amigo que, desesperado, me avisaba:

– ¡Corre! ¡Se descubrió todo!

–“Ya sé”–le contesté. Pero no me pudo oír.

Un estruendo de motores llenaba todas las autopistas que dan hacia los muelles y el aeropuerto. Muchedumbres frenéticas se disputaban a tiros y maletinazos las plazas en los aeroplanos. Políticos e industriales intentaban despegar sus aparatos privados en medio de marejadas de Directores Generales y activistas que les imploraban cumplir con el compañerismo. Los rechazados hacían llamadas frenéticas por teléfonos públicos, que aumentaban la incontenible oleada humana que corría hacia costas y fronteras, al grito de: ¡Se descubrió todo! ¡Sálvese quien pueda!

Yo había planeado lograr el primer país sin gobierno, y ahora estaba a punto de quedarme con el primer país sin población del mundo.

FIN.

Comentario personal: En el fondo de nuestras almas, siempre tenemos algo que esconder, algo que tiene que ver con alguien, algun secreto oscuro guardado durante mucho tiempo y que, si se descubre... podria ser nuestro fin.

O, ¿acaso estoy equivocada?

Un saludo!

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