Un cajón de sastre al azar

Un cajón de sastre al azar
Imagen de Anita Smith en Pixabay
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martes, enero 15, 2013

Capítulo 34: Promesas


L
a ventana está abierta, las cortinas ondean entre el viento que entra y mi habitación está totalmente fría. No me importa. Mis ojos escuecen, mi cuerpo está helado y mi garganta duele, sin embargo… sigue sin importarme. Son cerca de las dos treinta de la madrugada y sigo aquí, inmóvil y en silencio desde hace unos diez minutos cuando las lágrimas dejaron de salir y cuando mi garganta colapsó y no pudo emitir ningún quejido de llanto por más que lo intentase. En mi interior, aun así, no sé si simplemente lloro o me suicido. ¿Qué hago aquí mirando la inmensa oscuridad de la madrugada que se deja ver por el hueco de mi ventana? ¿Por qué no duermo? ¿Por qué no estoy soñando? ¿Por qué me siento tan vacío? Darme la respuesta duele. Responderme esas preguntas provoca que mi pecho se estruje y duela, hace que el aire me falte y que ese incesante deseo de querer destrozar todo lo que me rodea aflore con facilidad. Sin embargo ya no tengo nada que destrozar. Mi habitación es un desastre de gavetas tiradas, ropa hecha tiras, cristales de mi espejo hechos añico, mi cama está hecha girones, la lámpara de mesa está destrozada y tirada cerca de la puerta y los portarretratos que tenía colgados en la pared yacen rotos y desparramados por todo el suelo. Y yo, yo tengo varias cortadas en las palmas de mis manos y mis pies que hace un rato dejaron de sangrar, cortadas que por accidente o propósito me hice mientras descargaba mi rabia, mi frustración y mi dolor en un espacio en donde no cabía. Sin embargo sé que este dolor no pasará, no se ira, jamás cesará y se quedará ahí, todo porque Cori… ya no está.
Mis padres siguen en el hospital. Kathy, André, Karla y yo hemos regresado en un silencio sofocante y tenso. No sé en qué momento comencé a llorar exactamente. Lo único que recuerdo es que una vez la oscuridad de mi habitación me envolvió, todo fue un tornado de ira desplegándose por doquier, destrozando todo lo que encontraba a mí alcance. Ahora no estoy seguro si podría continuar… o si simplemente detenerme a seguir pudriéndome en rabia internamente como lo hago ahora.
Los chicos están abajo, en la cocina, con Tránsito. Mientras, yo no he tenido el valor suficiente de bajar. Si lo hago siento que mirarlos, ver la mirada compasiva de Tránsito, mirar a Karla, solo logrará hacerme venir abajo. Incluso pensar me hace daño.
Creo que debería de dormir. El cansancio comienza a hacerme efecto pero lucho contra él por quedarme despierto. Lucho por puro egoísmo y rabia, lucho por seguirme sintiendo de esta manera y evitar que el descansar me quite los deseos de morir que tengo. La sensación me desagrada… pero quiero mantenerla conmigo lo más que pueda. Siento que así mantengo a Cori más tiempo conmigo, siento que así retendré sin detenerme esa sensación que tengo de necesitarlo, ahora más que nunca; sin embargo… ya no puedo, no lo estoy logrando, voy perdiendo…
Duermo.
***
La alarma en mi teléfono móvil suena. He olvidado apagarla y me despierta justo a las cinco de la madrugada. He dormido aproximadamente tres horas. Los ojos me arden y el cuerpo me duele por la mala postura en la que he dormido—sentado y recostado en el borde de la pared, mirando por la ventana—. Parpadeo un par de veces ajustando mi vista a la tenue luz del crepúsculo que asoma por la ventana que ahora yace cerrada. ¿Quién lo ha hecho?
Siento un peso recostado contra mi hombro derecho. Karla está aquí. No sentí a qué horas llegó ni en qué momento se sentó a mi lado, pero parece estar dormida. Sostiene mi mano. No, más bien mi mano envuelve la suya, cosa que seguramente he hecho en mi inconciencia adormitada. Unas nauseas horribles suben hasta mi garganta y el estómago se me estruja en un ardor agudo. Necesito salir de aquí.
Con mucho cuidado levanto a Karla y la recuesto sobre mi cama. La cubro con una frazada y la dejo ahí descansando. Cojo uno de los suéteres que están regados entre el desorden de destrozos que he hecho, me pongo unos zapatos y salgo sin hacer mucho ruido por la ventana de mi habitación. Unos segundos después ya estoy abajo, en el patio. Antes de salir a la calle me aseguro que nadie pueda verme, pero para mi sorpresa, incluso Tránsito que suele estar despierta a esta hora afuera sacando la basura no está aquí. Me digno entonces a salir a la calle y sin saber qué más hacer ni a donde ir… comienzo a correr. Voy en dirección del instituto pero no tengo un lugar fijo al cual llegar, simplemente corro y nada más. El aire frío de la mañana inunda mis pulmones haciéndolos arder y los músculos de mis piernas se tensan y relajan con cada paso.
Paso la casa de Karla que en su pórtico mantiene durante la noche y la madrugada una pequeña luz  encendida de una lámpara. No hay nadie, como me lo supuse. Los padres de Karla han de estar también en el hospital con mis padres y los padres de Cori.
Unos minutos después, pasando un buen tramo de bosque, está la casa de Cori. Sin embargo, no hay nadie. No me detengo a pensarlo, así que intento pasar lo más rápido que puedo. Cada cosa que veo, cada cosa que pienso, cada cosa que siento… todo me recuerda a Cori, a su sonrisa, a su mirada, a sus palabras… a él. Pero incluso antes de querer evadir todo esto y evitarme más dolor parece ser que esta cruel realidad tiene la obligación de hacerme ver y sentir aquello que intento olvidar. La muerte de Cori. Su ausencia.  Mi dolor.
El suéter que traigo puesto no es mío. Es el suéter de Cori, el mismo suéter que una vez le regalé para su cumpleaños, el mismo suéter que varias veces en la tienda dijo gustarle y por el cual no pensé dos veces en hacerle de regalo para este último cumpleaños. Es el mismo suéter que el día anterior Cori había dejado en mi casa por olvido… y que aun huele a Cori.
Ya he pasado incluso la calle que lleva a la casa de Jennel y Nixon, he pasado el instituto y me encuentro justo ahora haciendo un pequeño descanso en el puente que por debajo de él pasa un riachuelo con parsimonia inamovible. Sin embargo, ese recuerdo persiste, el recuerdo de ese día ronda por mi cabeza y no quiere irse para dejarme morir en mis adentros. Simplemente permanece ahí.
Este recuerdo… sigue aquí:
***
Es 14 de Octubre, dos días después del cumpleaños de Cori y voy a su casa, cargando en mis manos una pequeña bolsa de cumpleaños y en la otra un libro. Es prácticamente su  regalo con dos días de retraso.
Toco la puerta y espero paciente unos minutos, pero nadie abre. Vuelvo a tocar y nuevamente espero a que alguien salga a la puerta, pero tampoco hay respuesta. Me asomo por la ventana a ver si alguien se encuentra en casa, pero no percibo movimiento en su interior, así que como siempre es costumbre, se me ocurre en subir a la habitación de Cori de la misma manera en la que salgo yo por la ventana de mi habitación; utilizando el tejado.
Tras la casa de Cori hay una valla que él construyo porque su madre necesitaba algo en que se pudiesen sostener unas enredaderas que para el verano se tupen de flores purpuras. Gracias a esa valla desde entonces fue posible entrar al cuarto de Cori por la ventana de su habitación que está en el segundo piso.
He metido el libro en una de las bolsas traseras de mi pantalón y cojo la bolsa con la boca. Una vez me aseguro de tener las manos libres, me dispongo a subir por la valla de madera. Tengo que tener el cuidado de no pisar los tallos de las plantas de la señora Woller, pero teniéndole cuidado a las plantas me he deslizado y casi me caigo. Gracias al cielo pude subir mi trasero hasta el tejado intacto.
El techo de la casa de Cori es bastante amplio, de color azul pálido y un tanto áspero, pero gracias a esto último dar un paso aquí arriba es bastante seguro sin peligro a deslizarse.
Finalmente llego a la habitación de Cori. La ventana de su cuarto es de deslizar hacia un costado, y como es costumbre de Cori dejarla sin seguro, pude entrar con facilidad sin hacer mucho ruido. Coloco la bolsa de regalo y el libro sobre una pequeña mesa a mi derecha.
El dormitorio de Cori es amplio. Su cama está a un costado de la ventana, pegada a la pared en una esquina. Frente a la ventana hay un gran escritorio y al lado del escritorio una gigantesca, pero súper mega enorme librera llena de libros—valga la redundancia—. Por ahí están los libros de Harry Potter, en una esquina los de Crepúsculo, en el centro, en la segunda repisa, está Oscuros, a la par está la saga Mariposas y Libélulas, y seguido de este se encuentran varios de Paulo Coelho. En fin, pudiera seguir mencionándoles títulos y nunca terminaría. Este chico es un come libros. Deberían de verlo utilizando sus lentes para leer, se mira… tierno. En fin, en las paredes hay más repisas clavadas cargando muchos más libros. En el armario, hay más libros. En el escritorio hay otro poco de libros. Debajo de la cama hay cajas llenas de más libros.  Y sobre la cama… está Cori desnudo durmiendo, cubierto ligeramente por una sábana blanca y delgada… con un libro sobre su pecho que yace abierto.  Seguramente ha estado leyendo ¿¡Qué!? ¡Carajo! ¿Qué hace Cori desnudo? Bueno, es su casa, y está en su habitación, y tiene el cabello mojado. Seguramente ha tomado un baño y se ha quedado dormido. ¿A quién no le gusta estar desnudo?  Bueno, en el caso de Cori, su gusto por la desnudes es un poco más elevado.
Me acerco a observar más detenidamente. Esto se amerita una fotografía. He perdido hace unos días una apuesta con Kathy y le prometí que le enseñaría a Cori desnudo… o bueno, lo que pudiera mostrarle de su desnudes. Y considerando que Cori está dormido, y al menos tiene tapada su cosa puntiaguda con la sábana, supongo que será suficiente para pagarle a Kathy lo que le debo.
Click.
Bien. He tomado la fotografía. Me hubiese traído a Karla, seguramente ella le hubiese hecho una mejor en tonos blancos y negros.
Mmmm—Cori gime.
¡Carajo! Va a despertarse. Él se mueve un poco y se reacomoda. Y sorpresa, no estaba del todo desnudo. Tenía puesto su bóxer. Bien, al menos es algo; no es que me guste pasar viendo a Cori desnudo. Me pregunto qué pensará Cori cuando me ve desnudo. Sacudo mi cabeza y alejo mis estúpidas ideas. Mejor prefiero no saber la respuesta a esa pregunta.
Cori parece tan tranquilo cuando duerme. Los moretones en su cuerpo comienzan a desaparecer de a poco. Ahora solo tiene dos moretes, uno pequeño en su antebrazo y otro en su nuca. Seguramente la quimioterapia está funcionando, y hasta el momento, su cabello sigue intacto. Pero como Casey me advirtió, aun no puedo decir certeramente lo que va a suceder, simplemente me queda tener esperanzas.
Cori se está moviendo. Seguido de esto, un estallido vociferado inunda la habitación.
—¡Sasha!—grita. Se levanta de un solo golpe bastante agitado, asustándome y provocando que me caiga hacia atrás.
—¿¡Que!? ¿¡Qué pasa!?—inquiero asustado.
Me observa por unos segundos, pasmado y un poco desconcertado mientras estoy sentado en el suelo. La respiración de Cori es agitada, y bueno, la mía ahora también lo está por esa reacción tan extraña que ha tenido.
—¡Sasha!—vuelve a decirme, pero esta vez no es gritado, parece más bien sorprendido—.
—¿Qué?—mascullo enarcando una ceja.
—¡Estas aquí!
Abro la boca, a punto de decir algo, pero rápidamente me veo cortado por Cori que se levanta apresurado  de la cama. Me levanta de un solo tirón del piso y me abraza con fuerza. Puedo sentir el cuerpo de Cori, su piel, su olor, todo impregnándose en mí con bastante calidez y sin reparos. Su respiración aún sigue agitada, pero a medida transcurren los segundos, sin dejar de abrazarme, se va normalizando.
—¿Su… sucede algo?—pregunto un tanto desconcertado.
—¡Eres un pedazo de idiota!—me dice abrazándome más fuerte.
Hundo mi rostro en el pecho de Cori y puedo sentir más cercanamente su olor tan familiar. Me resulta… agradable. El silencio se nos pega por unos segundos y nos quedamos así, parados en medio de su habitación en una calma bastante acogedora.
—¿Cori?—pregunto casi en un susurro.
Puedo sentir su corazón latir en mi oído. Es un rito bastante suave y reconfortante. Cori respira, y su pecho sube y baja con lentitud. Me sonrojo. Mi cara se pone tibia y los deseos de abrazarlo me invaden. Levanto mis manos poco a poco para envolverlo pero justo cuando voy a posarlas sobre su espalda él se separa y me mira fijamente.
—¡Maldición, deja de darme esos sustos!—masculla un tanto enfadado.
—¿Perdón?
—Tú, en mis sueños—me dice tomándome por los hombros. Su mirada fija en la mía, con su ceño ligeramente fruncido me provoca un tanto de gracia, pero contengo la risa—. Estaba contigo comiéndome un helado, cuando ¡Zas! Aparece Charlé.
—¿La enfermera del instituto?
—¡Si, ella!
—¿Y?
—Te la follabas a media heladería.
Guardo por unos segundos un pasmado silencio; sonrío estúpidamente y luego suelto una carcajada por esto. Rio tanto que incluso tengo que sentarme en una silla porque me duele el estómago y la espalda de tanto hacerlo. Vuelvo a ver a Cori pero el parece bastante molesto respecto a esto. Es… gracioso.
—¿Qué te hace tanta gracia?—me pregunta cruzándose de brazos.
—Bueno, tu ocurrencia—le digo secándome las lágrimas de tanto reír.
—Pues a mí no me parece gracioso.
—Vamos Cori. ¿Yo tirándome a Charlé a media cafetería? Deberías incluso estar exaltado por otros motivos. Fue como ver una película porno en tus sueños ¿O no?
—No—manifiesta el resoplando—.No fue nada bonito ver una película porno donde actúas tú con alguien más.
—No sé si acabas de decir que soy un mal actor porno o que quieres que me quede virgen—resoplo con desdén.
—Ese no es el punto—masculla levantando los brazos—. Antes de que comenzaras… antes de eso…
—¿Qué?
—Me decías que ya no me querías. Que preferías a alguien más y que ya no me querías ver…y… y…
Me pongo de pie y pellizco las mejillas de Cori, halándolas hacia los lados. El aún mantiene su ceño fruncido y no parece hacerle gracia lo que estoy haciendo.
Pongo mi frente contra la suya, quedando nuestros rostros muy cerca. Le sonrío, él se sonroja, pero mantiene su ceño aun fruncido. Sus ojos verdes me llenan de paz como siempre suelen hacerlo y ese notorio desconcierto en Cori por lo que estoy haciendo me agrada. Sin pensarlo dos veces lo beso con lentitud. Mis labios contra los suyos unidos en un beso delicado y suave. Puedo sentir la respiración de Cori, puedo sentir la humedad de sus labios, puedo sentir la calidez de sus besos, y entonces noto como su gesto se suaviza y veo que poco a poco se tranquiliza.
—No tienes de que preocuparte Cori—le susurro—. No voy a abandonarte. No voy a dejar de amarte… no sucederá.
Cori sonríe. Esa sonrisa tan perfecta que me aturde en el buen sentido y que me provoca un cosquilleo en la punta de los dedos. Él toma con sus manos mi rostro y es ahora es él quien me besa sin pensarlo. Indiscutiblemente los besos de Cori son una de las cosas más valiosas que tengo… y además, los besos de Cori siguen sabiendo a guimauve.
—¿Me lo prometes?—me pregunta mirándome fijamente. El gesto en su rostro denota tanta seguridad que parece incluso egoísta, queriendo algo… solo para él.
—Te lo prometo—Cori vuelve a sonreír. Él siempre sonríe… y yo soy feliz cuando él sonríe—. Ahora… ¿Podrías ponerte un poco de ropa?
—¿Ropa? Ya llevo puesta mi ropa.
—Un bóxer no te cubre todo el cuerpo.
—Bien, bien, me pondré algo.
Cori se dirige al armario y saca de él un holgado pants gris, se lo pone, y bueno, ahora solo anda sin camisa. Algo es algo. Como era de esperarse, cualquier cosa que Cori se ponga lo hace ver bien, todo gracias a su bien cuidado cuerpo y a su apuesto rostro. Siempre he pensado que Cori podría trabajar de modelo, pero él dice que no es lo suficientemente lindo para ser uno. Karla por su parte dice que ambos podríamos trabajar para una revista de modelaje masculino, pero es entonces cuando yo digo que no soy lo suficientemente apuesto para poder ser uno de esos chicos de buen parecer que aparecen en las revistas de moda.
—Por cierto, ¿Dónde están tus padres?—pregunto, levantándome a ver en la estantería cuáles han sido las más recientes adquisiciones de Cori en cuanto a libros se refiere. Siempre que vengo me llevo uno conmigo.
Cori saca de una gaveta un par de barras de cereal, se hecha sobre un sillón de relleno de color rojo y me pasa una de las barritas.
—Han salido—me dice dándole un mordisco a su barrad de cereal—.  No supe para dónde pero cuando desperté me encontré una nota de “Regresamos hasta tarde, hay comida en el refrigerador”
—Lindo—le digo con tono de sarcasmo.
—Es arroz cantones, así que no es tan malo.
—Por cierto, te he traído algo.
—¿Crepas?
—No
—Aguafiestas—refunfuña.
Cojo de la mesa la bolsa de regalo y el libro y los escondo tras mi espalda. Espero que Cori no se moleste porque me atrasé con su regalo y espero también y este suéter le siga gustando aún.
—Primero que nada, Feliz Cumpleaños Cori Summer Woller. Ya tienes 18 años de edad y oficialmente eres un pedófilo que sale con un chico de 17 años llamado Sasha—Cori ríe, pero me deja continuar—.  De hoy en adelante también cualquier infracción grave a la ley implicará que serás referido no a un reformatorio para menores, sino a una cárcel del estado.
—Genial—dice el con un tono irónico que ambos se nos antoja gracioso—. ¿Y dígame, señor Leader, ¿Qué se siente estar enamorado de un chico mayor que usted?
—Me siento como un niño explotado por un adulto pedófilo e insensato—le digo entre risas—. Pero ya dejemos de lado tu pedofilia y regresemos a lo importante. Ten—advierto, pasándole el libro que traía conmigo—. No sé si te gustará y tampoco sé si ya lo has leído.
Cori coge el libro y lo revisa. Echa un vistazo rápido en su interior y luego lee su sinopsis. El libro tiene por título Ana de la escritora Lechuga O’Lapin. La verdad es que tenía serias dudas sobre el libro, pero su crítica me pareció muy buena, a parte, el seudónimo de la autora me recordó a una ensalada.
—Linda portada, buena sinopsis… esta cosa me encantará—me dice Cori sonriendo—.
—Genial. Bien, y continuando. El día de hoy he ido a la ciudad a comprar unas cuantas cosas y pasé por una tienda en específico que vende ropa muy a la moda. Y bueno, aquí tu segundo regalo de cumpleaños—le digo, pasándole la bolsa de regalo—. Espero y te quede.
Él toma la bolsa de regalo entre sus manos y la observa con bastante detenimiento. Pareciera que su curiosidad puede más que su emoción.
—¿Puedo abrirlo ya?
—No, si  quieres esperamos que el señor Donovan venga y lo abra—mascullo con un sarcasmo bastante marcado.
—¡Claro! Y le decimos a Charlé que nos acompañe. Tal vez te la quieras follar a mitad de mi habitación también—contraataca él con otra tonta ocurrencia que no logra más que hacernos reír.
Cori sin esperar más despedaza la bolsa como si dentro fuese a encontrar oro o algún manojo de billetes, pero su impresión cuando se topa con el suéter que quería supera en creces a cualquier otra cosa. Lo mira de arriba abajo, de un lado y de otro, y todo con una enorme sonrisa y sus ojos bien abiertos. Esto es incluso gracioso.
—¡El suéter gris con rayas magenta!—exclama con emoción—. Pero… pero… ¿Cómo es que tú…? ¡Ven acá desgraciado!—me dice halándome de la mano desprevenidamente. Sin darme tiempo para poder pensar en lo que va a hacer, Cori me atrae contra sí, sentándome en el sillón de relleno, entre sus piernas extendidas a los costados. Al final quedo mirando hacia la ventana, y Cori queda detrás de mí, envolviéndome entre sus brazos, ambos sentados en el sillón—. Te amo, tontito. Gracias por el suéter, no tienes idea de cuanto lo quería.
Estar en esta posición es algo tan común pero nunca me ha dejado de parecer incomoda. Es solo que… me avergüenza un poco, aunque debo decir que estando solo con Cori, sin la inminente sensación de que alguien nos observa, la escena se torna acogedora. Cori se recuesta un poco más y sin dejar de abrazarme, me atrae hacia atrás, quedando ahora yo totalmente recostado con mi espalda en su pecho que sube y baja por cada vez que respira.
Nos quedamos en silencio por un largo rato. Cori acomoda su cabeza en mi hombro y ahora nuestros rostros quedan uno a la par del otro, con nuestras mejillas tocándose, cogidos de la mano fuertemente con nuestros dedos entrelazados. Cori ha pasado sus brazos por debajo de los míos, agarrándome firmemente por el abdomen y abrazándome con bastante seguridad pero sutileza. No puedo evitar sentir la cara tibia por todo esto, seguramente ya me habré sonrojado y Cori lo habrá notado porque sonríe. La vista por la ventana solo nos deja entre ver varios árboles pintados en colores naranjas y amarillos que se alzan hacia un cielo inalcanzable. La brisa que entra es fresca, el aire huele a vainilla y bueno, también siento cerca ese agradable aroma de la piel de Cori.
Y pensar que hace unos meses esto nunca hubiese pasado. Y pensar que entré tantas veces a esta habitación a jugar video juegos, a leer, a hablar con Cori, a que él me escuchara, a jugar cartas, a tontear en su ordenador y a ser simplemente chicos. Pero ahora, ahora todo es distinto, y curiosamente no me desagrada que lo sea. Es más, me siento cómodo tal y como estamos ahora. Antes de igual manera me sentía así, bastante libre de poder hacer con Cori lo que siempre solíamos hacer, y es seguramente por eso que ahora no se me hace extraño hacer esto, porque lo único que sucedió fue que a nuestro diario vivir se incorporó un amor incondicional que necesita ser demostrado, que necesito demostrarle a Cori, que Cori me demuestra sin pensarlo y que ambos nos demostramos sin tan siquiera premeditarlo. Mas antes estaba ese amor, pero de manera distinta. Era un amor que aparte de inocente era sincero y sin recelar absolutamente nada. Y hasta hace poco lo fue de esa manera, sin embargo eso evolucionó,  porque si bien antes le demostraba que lo quería como un hermano, como alguien por quien daría mi vida y a quien defendería a capa y espada, ahora a eso le sumo el hecho de decirle que con él podría pasar mi vida entera.
Es un poco difícil describirlo. Creces, y una vez pasas tu etapa de la niñez hacia una cruda realidad llamada adolescencia el significado de las cosas cambia. Antes esos abrazos sin inhibiciones ni pensamientos de por medio que se daban, ahora esos abrazos tienen un significado diferente a menos que los limites sean más que visibles. En la adolescencia puede suceder que tu amiga de la infancia comience a gustarte de manera diferente, y te atraiga en sentidos que jamás antes habías imaginado. Antes esos pequeños detalles que obviabas ahora los observas con más detenimiento y dependiendo de cómo te hagan sentir, esos detalles se pueden volver especiales o tal vez, si no significan nada, se vuelvan innecesarios. Ser adolescente incluso significa limitarte a muchas cosas. Decirle a una chica o a un chico que le quieres puede generar un doble sentido que tú nunca pretendiste establecer. No sucede con todos claro, puedo observar el caso de Cori, Karla y yo. Decirles cuanto les quiero no lleva nada de por medio. Es simplemente una demostración de lo que siento por ellos. Y bueno, ahora con la situación de Cori incluso los diferentes te quiero tienen distintos significados, sin embargo él los comprende y yo comprendo los de él, así como ambos comprendemos los de Karla y Karla comprende los nuestros. A veces un “te quiero” que le dedique a Karla o a Cori puede significar estaré ahí cuando me necesites o eres parte importante de mi vida. Un te quiero para Cori puede significar confío en ti, eres como un hermano, puedes confiar en mí pero también, según sea el caso y el tono—cosa que Cori logra interpretar a la perfección—ese “te quiero” puede significar un soy feliz contigo o incluso un te necesito. Y los te amo, bueno, esos son un caso aparte. Decirle a veces a Karla o a Cori que los amo es como decirles que son todo para mí, y lo son. Pero están aquellos te amo que le dedico a Cori y que él los identifica con tanta facilidad que significan mi vida es feliz porque tú estás conmigo.
Ya habrán podido notar entonces que la adolescencia es todo esto, y más por supuesto. Un conjunto de vivencias, emociones y palabras que tenemos que aprender a interpretar de la manera más minuciosa posible, para así poder tener lo mejor de cada cosa. Gracias al cielo que tengo a dos personas que están ahí para recibir esas palabras de afecto. Gracias a Dios que tengo a Cori y a Karla que me dan más afecto del que podría pedir.
—Oye, Sasha…—murmura Cori que aún no deja de abrazarme.
—¿Qué sucede?
—Te amo. ¿Sabes?
—Por supuesto que lo sé, Cori—musito con una sonrisa—. Yo también te amo.
El aguarda en silencio por unos segundos. Puedo sentir su corazón latir a un ritmo bastante agradable.
—Sasha—vuelve a musitar.
—¿Si?
—Voy a amarte para siempre, pase lo que pase.
—Sabes que yo voy a amarte suceda lo que suceda—le digo mientras aprieto más fuerte su mano.
—No—murmura en mí oído con una voz casi imperceptible. Algo aquí no está yendo bien. La voz de Cori… sus susurros son inconsistentes—. No puedes amarme para siempre, Sasha.
—Si tú puedes hacerlo, yo también podré Cori.
El separa su rostro del mío y se hace un tanto hacia atrás. Ahora estoy recostado en el abdomen de Cori, con él mirándome desde arriba y yo mirándolo desde abajo. Siempre en la misma posición, yo delante, y él atrás. Él coge mis manos y besa mis dedos con bastante delicadeza. Hay bastante silencio.
—Necesito que me prometas algo —musita, acercando su rostro. Cori me besa delicadamente. Un beso corto y sencillo—. Necesito que nos prometamos algo, Sasha.
Esto comienza a inquietarme. Esa sensación de que voy a salir dañado y de aflicción comienza a hacer cosquilleos en mi pecho. Debería detener esto. Debería.
—¿Qué sucede Cori? ¿Pasa algo malo?
Él niega con su cabeza, sin embargo, puedo notar en su mirada que algo lo está perturbando.
—Sasha…—Cori musita mi nombre con tono bastante suave. Hace una breve pausa y luego continúa—. …si algo llega a pasarme. Si algo me sucediese y ya no pudiese estar más aquí, tendrás que continuar.
—No entiendo. Continuar… ¿Sin ti? No va a sucederte nada Cori, si es por lo de la enfermedad ya verás que…
—Por favor, Sasha, prométemelo—me interrumpe, mirándome con cierto remordimiento. Sus ojos se han tornado vidriosos—. Si algo me sucede, si muero, prométeme que vas a continuar haciendo lo que más amas.
Otra vez esa pesadez tan desgarradora en mi estómago y esa opresión en el pecho que  me sofoca. Sabía que algo iba a suceder, sabía que en algún punto de mi algo saldría lastimado, sabía incluso que Cori saldría lastimado. Los ojos comienzan a escocerme y el nudo en mi garganta se acentúa.  Puedo notar como una pequeña y diminuta lagrima se escapa de Cori y cae sobre mi mejilla.
Está tibia.
Cori está en silencio. Yo estoy en silencio. Algo se desmorona dentro de mí y en un impulso desesperado porque Cori no note mi debilidad tapo mis ojos con mi mano y comienzo a llorar en silencio. Las lágrimas bajan por las comisuras de mis ojos, filtrándose entre mis dedos hasta llegar al abdomen de Cori. ¿Seguir sin Cori? No podría.
—Lo siento Cori, yo…
—¿Tú me amas, Sasha?—inquiere con voz firme.
Asiento con mi cabeza sin soltar ni una sola palabra. Mi voz se está resquebrajando y los sollozos no tardaran en aflorar de mi interior. ¿Por qué me estoy conteniendo? ¿Por qué no dejo salir esta sensación tan suicida de mi interior?
—Entonces prométemelo. Hazlo porque me amas—musita. Una pausa entre sus palabras solo aumenta la pesadez del ambiente—. Hazlo porque te amo.
Y son esas las palabras que logran romperme desde adentro hacia afuera. Las lágrimas comienzan a brotar de mis ojos sin poder detenerlas y las contracciones de mi abdomen por unos sollozos que ya no puedo retener comienzan a hacer estragos en mi estado de ánimo.
—Prométeme que continuarás haciendo lo que más te gusta, que seguirás haciendo muchos amigos y conocerás a muchas personas. Prométeme que te esforzarás por graduarte del instituto sin problemas, que irás a la universidad, que te cuidaras de hacer tonterías y que no dejaras que nadie te lastime. Prométeme que cuidaras a Karla y que no dejarás que nada malo le suceda ni que nadie le haga daño…
Mi silencio se pierde entre mis sollozos y Cori espera una respuesta que me siento incapaz de darle. El me abraza con fuerza y me envuelve en su presencia. Cori espera que responda, pero darle una respuesta me hace sentir que solo voy a alejarme de él, pero no responderle me hace sentir peor, me hace sentir como un vil traidor que hecha por la borda el amor que le tengo. 
Cori agacha su rostro, descubre mis ojos y besa mi frente. Me susurra al oído que me ama. Me dice que hace esto porque me quiere y porque no quiere que nada vaya a lastimarme. ¿Pero acaso prometer esto no nos va a lastimar a ambos?
—Sasha… vuelve a murmurarme—. Prométeme que si muero… prométeme que volverás a enamorarte.
***
La mañana sigue fría y el silencio, como un arma de doble filo, solo me envuelve y me hace divagar en mis recuerdos más dolorosos. El riachuelo fluye entre las piedras bajo el puente y su susurro se pierde a lo lejos.
Miro la hora en mi móvil. Las seis de la mañana. Debería de regresar. Karla… Karla se preocupará si no me encuentra y lo último que quiero es hacerla pasar otro mal rato.
Me pongo de pie, sacudo mi pantalón, pero justo antes de irme de acá, me quito el suéter  y lo presiono fuertemente contra mi rostro. El olor a Cori me invade hasta lo más profundo, recordándome a él, a su sonrisa, a sus ojos, a su piel, a sus besos, a sus palabras y a su presencia. Incluso de esta manera momentáneamente él me ha dejado de parecer tan lejano. Pero la realidad me da una bofetada en el rostro y me recuerda que esto no va a solucionar nada y esa sensación de tristeza regresa como un trago amargo a mi paladar.
Necesito a Cori. Quiero que Cori vuelva. Quiero a Cori… conmigo, a mi lado… para siempre.
Quiero morir.
Comienzo a caminar lentamente de regreso a mi casa en silencio y cabizbajo. De la nada algo tibio baja por mi rostro y cae sobre el suéter que traigo entre mis brazos. Toco mi rostro y puedo sentir la humedad de las lágrimas que han regresado nuevamente. No puedo detenerlas. No puedo dejar de llorar, así que esas lágrimas afloran con total libertad, sin hacer mucho revuelo y en silencio. El llanto está ausente, pero estas lágrimas no lo necesitan. Simplemente quieren salir… simplemente me hacen regresar una y otra vez al recuerdo de Cori.
Paso el instituto y la calle que da a la casa de Nixon y Jennel. No me he encontrado a nadie en todo el camino y agradezco a Dios por ello. Quiero llorar en silencio sin que nadie me interrumpa, sin que nada me haga retener este dolor. Necesito que salga y que se vaya, pero también necesito que se quede y que me recuerde a Cori. Es una manera masoquista de aferrarme a él, a su amor, al amor que le tengo.
Camino todo el tramo del bosque hasta que a lo lejos logro divisar la casa de Cori. Veo el auto de la señora Woller y de Henry parqueado a la orilla de la calle y tras del auto está un pequeño camión blanco. ¿Qué está sucediendo?
A medida que me acerco alcanzo a notar que mis padres están con Cecilia y los padres de Karla hablando en la entrada de la casa. Ya han regresado del hospital. No quiero acercarme a ellos, no quiero que me miren con lastima ni que me susurren que todo estará bien cuando todos sabemos que no es así, pero cuando creo que sus palabras serán el detonante para terminar de desperdigar mi sanidad por los suelos algo asoma de atrás del camión blanco, y es entonces cuando me salgo de mis cabales e internamente me desvanezco.
Un ataúd. Un ataúd color marrón.
Cori…
Esto no está bien. Yo no estoy bien. Mi vida no está nada bien… sin embargo, en mi aturdida conciencia solo cruzan unas cortas palabras que sirven como un débil apoyo en momentos como este, una corta respuesta que le di a Cori entre lágrimas y besos.
Palabras que hasta ahora… siguen remordiéndome el alma.
Te lo prometo, Cori… te lo prometo.
Sábado 30 de Octubre de 2010
Incluso prometer por amor duele… también recordar  hiere. Incluso hay ocasiones en los que recordar momentos felices es casi un suicidio, sin embargo somos incapaces de controlar esos recuerdos para que no afloren para destrozarnos.
Necesito a Cori. Lo necesito conmigo
Necesito  que me susurre al oído que me ama… necesito decirle que lo amo…
Necesito morir…
Sasha.

Ending:


Autor: Luis F. López Silva
Todos los derechos reservados ©

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