Un cajón de sastre al azar

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Imagen de Anita Smith en Pixabay
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jueves, septiembre 29, 2011

Amores que matan

Gabriella Campbell



CUIDADO: SPOILER DE "ROMEO Y JULIETA, ANTONIO Y CLEOPATRA, GINEBRA Y LANCEROTE, TRISTÁN E ISOLDA, PÍRAMO Y TISBE, LA DIVINA COMEDIA, MADAME BOVARY, ANA KARENINA, CUMBRES BORRASCOSAS, DON JUAN TENORIO, BERENICE DE EDGAR ALLAN POE, JANE EYRE, LA DONCELLA DE HIELO DE HANS CRISTIAN ANDERSEN, LA MUJER DEL VIAJERO DEL TIEMPO, ETC".

Parte 1:

Parece ser tópico habitual en cualquier buen romance que los protagonistas del idilio se vean obligados a enfrentarse, de manera más o menos continua, a grandes obstáculos, con el doble objetivo de rellenar páginas y de otorgarle al lector una sensación de triunfo si el amor vence, o un provechoso torrente de lágrimas en el caso contrario. Y siempre hay obstáculos más memorables que otros, protagonistas más interesantes que otros, momentos dignos de banda sonora propia, y finales merecedores de premios y alabanzas variadas.

Cuando hablamos de amores mortales, de aquellos que terminan en trágica muerte, desconsuelo y espanto, siempre surge una pareja de fama ilimitada, la formada por los herederos de las familias enfrentadas Montesco y Capuleto; hablamos, cómo no, de Romeo y Julieta, esos nobles italianos surgidos de la pluma del dramaturgo anglosajón William Shakespeare (aunque en el caso de Shakespeare, casi mejor no poner la mano en el fuego en lo que se refiere a autoría). En lo que se refiere a estos dos tortolitos, se sigue la línea clásica de la tragedia, por la que los lectores son conscientes de que la terrible muerte de los amantes podría haberse evitado con un poco de suerte, algo más de tiempo o simplemente una pizca de inteligencia. Lo mismo podría aplicarse a Tristán e Isolda, o a Píramo y Tisbe, por ejemplo, y a tantas otras parejas cuyo patetismo es, precisamente, lo que más nos afecta, lo que más injusto y frustrante nos resulta. Muchas de ellas son, además, adúlteras, lo que parece proporcionar una dimensión más interesante a su relación, debido a su carácter pecaminoso y prohibido. Podemos mencionar a Paolo y a Francesca, de la Divina Comedia de Dante, que fueron descubiertos y asesinados por el marido de Francesca, al descubrirlos en amoroso abrazo precisamente por haber leído la historia de otra pareja muy literaria y muy adúltera: Ginebra y Lanzarote. ¿Quién no recuerda la triste historia de la reina de las leyendas artúricas, y el muy fiel caballero de la mesa redonda, que se vieron traicionados por su pasión (y por el maléfico Mordred, que los acusó ante el Rey Arturo, a sabiendas del caos que acarrearía)? Aunque Ginebra fue rescatada por Lanzarote justo antes de arder en la pira como castigo por su grave afrenta, su huida sirvió de poco en el mundo revuelto que ellos mismos habían propiciado, y terminaron de manera triste, él perdido en las Cruzadas y ella recluida en un monasterio. Por otro lado, algunas versiones de la leyenda apuntan a que Lanzarote del Lago tuvo un hijo con otra mujer (si bien dejó embarazada a su madre, Elaine, por obra de un hechizo, pensando que yacía con Ginebra), por lo que su pecado tenía un doble filo, como tantas otras leyendas en las que intervienen rivales y terceras personas. Mucho se ha escrito también sobre Marco Antonio y Cleopatra, y sobre infinitos personajes históricos que han inspirado a los escritores para llevar sus propias adaptaciones al papel.

Fuente: Lecturalia

Parte 2:

A veces el amor parece una simple excusa, una gota más en el vasto océano de la disconformidad, la depresión y el hastío. Que se lo digan a Emma Bovary, que con aquello de serle infiel a su marido y ser adicta a ciertas sustancias poco recomendables, decidió convertirse en una heroína romántica como las de las novelas y suicidarse ingiriendo arsénico. En situación parecida se vio Anna Karenina, el célebre personaje de Tolstoi, si bien para ella no fueron las deudas y el miedo, sino los celos y la ira, las manos que la empujaron a la vía del tren, en un memorable suicidio digno de una gran novela. Eso sí, ambas compartían el gusto por los opiáceos y el odio hacia la reclusión rural, con el aburrimiento que ello implicaba. Y no es raro en la literatura que el amor trascienda a la propia muerte, de un modo más o menos amable. No parecía muy contento Heathcliff con las apariciones de su amada Catherine en las noches tormentosas de Cumbres borrascosas, la novela escrita por Emily Brontë, cuya visión extrema de la devoción amorosa contrasta con su vida personal, en la que parece que no hubo ningún gran romance (probablemente porque ya tenía que lidiar con su propio hermano, un personaje de lo más byroniano que ya era protagonista de grandes historias pasionales y adúlteras). Otra aparición fantasmagórica más bienvenida es la intervención estelar de Doña Inés, quien salva de la condenación eterna al incorregible Don Juan Tenorio; y en lo que a regresos desde el más allá se refiere, podemos incluir en dicha categoría a gran parte de la literatura de vampiros (¡o de zombies!), por la que aquellos que se ven separados por la muerte pueden volver a encontrarse, para bien o para mal, como la Berenice de Edgar Allan Poe, que regresó en busca de su amado y de sus dientes.

En lo que se refiere a muertes literarias asociadas al amor, el suicidio acompañó a la esposa enajenada de Rochester, que se lanzó desde el tejado tras provocar un gran incendio que devoró su vivienda, dejando vía libre para que éste pudiese vivir feliz para siempre (o por lo menos, una vez recuperó la vista) con su querida Jane Eyre. Y es que para que triunfe el amor con frecuencia tienen que sufrir otros, añadiendo el asesinato, el suicidio o el desafortunado accidente al pecado de los amantes. En otras ocasiones, es la tercera persona la que origina el fallecimiento de uno o dos de los enamorados, como en el cuento de La doncella de hielo de Hans Christian Andersen, donde una entidad femenina que vive bajo un lago helado reclama para sí al personaje principal, quitándole la vida con sus besos de nieve. Y el amor y su tragedia pueden ir también más allá del tiempo, como ocurre con la pareja protagonista de La mujer del viajero en el tiempo, de Audrey Niffenegger. En todos estos supuestos, en relación con todas estas variantes de lo trágico y lo amoroso, todos tenemos nuestros favoritos, todos recordamos esa triste historia amorosa que nos llevó a la relectura y tal vez a la lágrima. Como siempre, os animamos a que mencionéis los vuestros en los comentarios al artículo.

Fuente: Lecturalia

Comentario personal: Espero que su amor culmine en dicha y felicidad y no en dolor y muerte.

Son mis deseos,

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