Capítulo 37: Esta
fue mi vida
E
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s
lunes. Es primero de noviembre. Son las dos con treinta de la tarde y los
minutos siguen avanzando. Hoy es el funeral de Cori. La mañana ha estado
bastante movida, preparando una cosa y otra para que el evento se dé de lo más
solemne y todo con el debido procedimiento. Al funeral solo podremos asistir
André, Kathy, Tránsito y yo. Mis padres tienen que regresar ahora al extranjero
por motivos de trabajo. Han pedido una prorroga pero les ha sido imposible
conseguirla. Todo sucedió demasiado rápido y como son empleados del gobierno,
el trámite de lograr uno o dos días libres en su caso es un poco complicado.
El
día de ayer fue Halloween. La sensación de diversión fue suplantada por un
mustio ambiente del que no pudimos deshacernos por ningún motivo. André intentó
animarnos el rato viendo películas y con mucha azúcar—preparó
una torta de caramelo, él puede cocinar—pero Karla y yo no pudimos pasar más de
dos bocados. El resto de la tarde solo nos limitamos a ver por la ventana a los
niños llegar a pedir dulces. A pesar de que vivimos en las afueras de la
ciudad, el poblado de esta zona tiene muchos niños y adolescentes que salen en
el día de brujas a conseguir caramelos, y bueno, mi casa es la última antes de
pasar camino a la ciudad. De cualquier manera, siempre vienen muchos hasta
aquí. Fue efímeramente reconfortante verlos vestidos con sus disfraces, escucharlos
decir trato o truco, verlos reírse y alegrarse cuando Tránsito les daba las
golosinas… momentáneamente nos hizo sonreír. Luego se acabó.
Aún
no hemos terminado de sacar todo lo que llevamos dentro. ¿Qué nos está faltando
entonces? ¿Qué tengo que hacer o decir? ¿A quién tengo que reclamarle? ¿Qué
tengo que comprender?
Termino
de abotonar mi camisa manga larga blanca y me la acomodo dentro del pantalón. Al
final, mi traje se mira impecable, haciendo juego con mis zapatos negros y el
cinturón de cuero color azabache. Solo me falta algo. Trato de ponerme la
corbata, pero el nudo no logro hacerlo correctamente. Por suerte, Kathy aparece
y me ayuda con el asunto.
—Venga,
pero que guapo—esboza una sonrisa, mientras me mira de arriba abajo—. En serio,
te miras apuesto. Ahora, déjame ayudarte con esa cosa.
Ella
con bastante habilidad hace el nudo en un dos por tres y al final, la corbata
termina puesta alrededor de mi cuello. Pareciera que voy a una de esas
reuniones profesionales en donde me darán un empleo bien pagado, pero no, voy
hacia un funeral. Al funeral de mi mejor amigo.
Kathy
me ayuda a ponerme el saco y finalmente estoy listo. Un chico vestido de negro,
con camisa blanca y manga larga bajo el saco, con corbata negra y con sus ojos
azules que se observan a través del espejo. Su cabello un poco largo cayéndole
por las orejas y unos mechones en su frente, pero sobre todo, una expresión
lánguida y sin emociones. No me reconozco. Parezco tan vacío.
Desvió
por unos momentos la mirada a través del espejo y me cercioro que a mi lado se
encuentra Kathy. Reparo en que ella se mira hermosa, con su pantalón negro de
vestir, con su blusa en tonos oscuros y sus zapatos de tacón alto. Parecemos
ambos ejecutivos, un par de personas de negocios listos para ir a meter tres
metros bajo tierra a alguien que amamos demasiado. Es deprimente.
—¿Ya
se han ido?—pregunto sin mucho empeño.
—¿Quiénes?
¿Tus padres?—me pregunta ella.
Me
encojo de hombros y asiento con la cabeza. No quise despedirme de ellos. No
tenía deseos de verlos. No sé cómo es que ellos están llevando el asunto de su
divorcio tan a la ligera. No sé cómo es que pueden irse en el mismo auto hacia
el aeropuerto sin intentar matarse entre ellos mismos. No sé cómo pudieron
haberse ido este día si a pesar de las consecuencias podían quedarse. A veces
siento lastima por ellos, pero supongo que ellos han de sentir más lastima por
mí. No sé quién es más cruel, si yo o mis padres.
—Se
fueron hace una hora—musita Kathy—. Ya es hora de que nosotros también nos
vayamos.
Bajamos
y esperamos en la entrada al taxi que nos llevará al cementerio. André lleva a
mis padres al aeropuerto en el auto, y como queremos ir a ver en qué podemos
serle útiles a Cecilia, nos iremos antes que él. André llegará luego al lugar.
Espero y no tarde mucho. El funeral será a las cuatro de la tarde, falta una
hora y media y la ansiedad me está jodiendo.
El
taxista no tarda en aparecer y en diez minutos llegamos a la casa de Cecilia.
Ya hay unas cuantas personas reunidas aquí, sin mencionar a los familiares de
Cori que desde hace tres días han venido. El padre de Casey nos recibe y tal y
como Cori mencionó en una ocasión, Henry y él son idénticos, con la única
diferencia de que Tony—así se llama el padre de Casey—no es un condenado
bastardo. También me encuentro con Karla que habla por teléfono en la entrada
de la cocina. Khana ayuda a Cecilia con unas cosas e incluso el equipo de
futbol soccer está acá. También el capitán del equipo de futbol americano ha
venido. ¿Lo recuerdan? Era aquél que quería salir con Karla pero que ella
rechazó porque dijo que era un idiota. De cualquier manera, aún faltan más
personas por llegar y no me sorprendería que todo el instituto viniera. A Cori
lo conocían todos… a Cori lo querían todos.
Saludo
a cuantos puedo, tratando de disimular mi mustia actitud y me acerco hasta
donde Karla que habla por su celular.
—Bien,
ya está todo listo. El auto que transportara el ataúd también—dice Karla. Ella
levanta su rostro y me observa por unos segundos, alejando su móvil de su boca
y tapando con sus dedos el agujero por donde se capta la voz—. Te miras
bastante apuesto—me dice con una sonrisa—. Dame unos segundos, ya casi termino
de hablar—ella vuelve a colocarse el móvil al oído y sigue en lo que estaba—.
Si, acaba de venir. Kathy y Tránsito también están acá—hace una breve pausa,
seguramente la otra persona está diciéndole algo pero unos segundos después
Karla responde—. Bien, me avisas cuando ya estén acá.
Ella
presiona un botón en su móvil y la llamada finaliza. Me observa de arriba
abajo, tal y como Kathy hizo y suelta un silbido.
—La
ropa formal te sienta bastante bien. Te miras elegante.
—Tú
te miras hermosa—advierto con una pequeña sonrisa. Trato de sonar lo más
sincero posible. Karla en serio se mira hermosa en su vestido negro y en sus
zapatos de tacón alto. Su cabello recogido en un peinado que lejos de ser
exagerado termina siendo sencillo, le da ese toque bastante elegante a su figura
femenina.
—Gracias.
—¿Has
visto a Jennel y a Nixon?—le pregunto, echando un vistazo a mi alrededor.
—Hablaba
con Nixon—me hala a la cocina y cierra la puerta—dice que vendrán en unos
momentos. ¿Qué tal siguen tus manos?—me pregunta, observando con detenimiento
los vendajes.
—Mucho
mejor.
Karla
me sonríe y me mira fijamente por unos segundos a los ojos. Por un instante me
da la sensación de perderme en sus pupilas y hundirme en cielo nocturno. Los
ojos de Karla son preciosos.
—¿Sucede
algo?—pregunto, al percatarme que nos hemos quedado en silencio.
Karla
desvía su mirada y puedo notar que la expresión en su rostro ha cambiado. Se
frota las manos y suspira. No sé por qué esa sensación de que algo desagradable
va a pasar comienza a hacer presencia en mi perdida conciencia. Estos días han
sido todo un caos y lo último que necesito es que ese caos se vuelva un maldito
apocalipsis. Ya tengo bastante con lo que ha sucedido.
—Cecilia
va a irse.
Y
las palabras son como una bofetada en mi rostro. Un punzante dolor de cabeza
cruza por mis sienes y siento como la punta de mis dedos me palpitan por unos
instantes. Algo se me estruja por dentro, no sé si son mis pulmones o mi
estómago.
—¿Qué
quieres decir con que va a irse?—la interrogo desconcertado.
—Se
mudará. Se irá a vivir a Virginia, con Henry.
—Pero…pero…
¡Mierda! ¡Tiene que ser una broma! ¿Y se irá con ese animal?—exclamo furioso.
No
sé cómo tomar esto, si a bien o a mal. Comprendo que Cecilia quiera alejarse de
este lugar, solo le trae recuerdos dolorosos, pero irse también solo puede
empeorar las cosas. Cuando sucedió lo de Emily, Cecilia era demasiado
inestable. Incluso superarlo fue todo un lío. ¿Y ahora se desprenderá así nomás
de Cori? Esto va a dañarla.
—Esta
mañana estuve hablando con ella—musita Karla
con voz preocupada—. Se irá en dos días.
—¿¡Tan
pronto!?—exclamo alarmado—. ¿Qué hay de la casa, de Emily, de Cori… que hay de
todo?
—Venderá
la casa, Sasha. Supongo que vendrá de vez en cuando a visitar las tumbas—musita
sin muchos deseos—, Deberíamos apoyarla. Ella está pasando un muy mal momento.
—¿Y
qué hay de nosotros?—reclamo con enfado—. ¿Acaso nosotros estamos disfrutando
de esto? ¡No lo creo!
—Nosotros
nos quedaremos aquí.
Karla
extiende su mano y la posa sobre mi mejilla, acariciándola con dulzura. Pongo
mi mano sobre la suya y dejo que la calidez de su tacto me calme lo más que
pueda.
—Las
cosas están desapareciendo demasiado rápido, Karla—advierto con un hilo de voz
bastante débil—. Nos estamos quedando atrás.
Ella
niega con su cabeza me mira con unos ojos comprensivos. Parece que tampoco está
de acuerdo con que Cecilia se mude.
—No.
Es solo que nuestra vida se está acelerando más de lo que debe—su voz suena
apagada—. Vamos muy adelante, Sasha, ya no podemos regresar, y apenas podemos
mirar atrás.
Ella
retira su mano de mi rostro con bastante lentitud y desvía su mirada. Por un
instante me siento solo, como si el tacto de Karla hubiese llenado algún vacío.
Pareciera pensarlo por unos segundos sobre si quedarse ahí conmigo, pero al
final decide retirarse de la cocina, pero justo antes de desaparecer tras la
puerta, vuelve a verme con un semblante preocupado.
—En
algún momento se detendrá—musita exhalante. Hace una breve pausa y puedo notar
como aprieta fuertemente la perilla de la puerta. Luego de unos momentos,
decide hablar—. Espero que sea pronto… porque ya no lo soporto.
Karla
sale de la cocina y me quedo solo en el lugar, envuelto en silencio sofocante
de toda esta lastimera y deprimente situación. Esto solo me recuerda a la
ocasión en la que Karla tuvo que mudarse de Nueva York a acá. Solo que en este
caso, Cecilia se irá sin nadie más que Henry. Sin embargo, el hecho de que ella
ya no estará más aquí me hace pensar que puede que también se lleve consigo
cosas que necesitaré, cosas que me recuerden a Cori. A diferencia de ella, yo
no podré arrancarme del pecho tan sencillamente todo esto, al contrario, trato
de aferrarme con ahínco a cada cosa que me pueda recordar a Cori. No sé si es
una estupidez… o es masoquismo.
Prefiero
mejor alejar por el momento todas estas tonterías de mi cabeza, así que salgo y
me reúno con Casey que está sentada al pie de las escaleras con Andrea entre
sus brazos.
—Pronto
se quedará dormida—me dice Casey, volviendo a mirar a Andrea—. Parece muy ajena
a todo.
—Lo
está—advierto, sentándome a su lado—. Pero supongo que es mejor para ella que
sea así.
—Supongo
que sí. No sé qué le diré cuando pregunte por el chico que aparece en su
partida de nacimiento.
—Tendrás
que contárselo—musito, encogiéndome de hombros—. Un día tendrá que saberlo.
—Un
día también tendré que volver a recordar todo esto—la voz de Casey se desencaja
un poco, se aclara la garganta y agacha su rostro—. Verla solo me recuerda a
él.
Casey
tiene razón. Andrea es el vivo retrato de Cori, verla a ella es como ver a la
versión de pequeño de mi amigo. Es curioso, pero tal vez sea por esto que en
aquella ocasión no pude pensar otra cosa más que en que era verdad lo que Cori
decía sobre la niña. Legalmente era cierto, Cori era su padre, pero en ese
momento lo único que se me vino a la mente fue “¡Mierda! Tiene una hija y no me lo había dicho” Si lo pienso detenidamente, lo que sentí en
ese instante no fue sorpresa, sino enojo, eso y me sentí traicionado. Y para
que quede claro, cuando digo traicionado, me refiero al hecho de que no me lo
había contado. Fue como una oleada de celos. Si, fue eso, celos. Ahora puedo
decir a ciencia cierta que inconscientemente estaba queriendo el amor de Cori
solo para mí. ¿Nunca les ha pasado? ¿Esa sensación de desear que toda esa
atención y afecto incondicional de alguien muy especial sea para nosotros
solos? Es egoísta, lo sé, pero llegados a ese punto ya estaba más que enamorado
de Cori. Yo sé que él sabía qué era lo que yo sentía exactamente, y le causaba
risa porque yo era muy incapaz de exteriorizarlo con facilidad.
“A veces eres tan
tierno cuando te enojas—me dijo en una ocasión—pero cuando tienes celos solo provocas que
me enamore más de ti, tontito”
A
veces pienso que él era demasiado sincero… otras tantas creo que yo no le
demostré lo suficiente cuanto le amaba.
Esperamos
hasta que se hacen las cuatro de la tarde y André aun no viene. Nixon y Jennel
ya hace un rato que han llegado, hace un buen tiempo que no he tenido la
posibilidad de hablar con ellos. Así que aprovecharé la oportunidad. Es hora de
que nos vayamos al cementerio, y como de aquí queda cerca, muchos se irán
caminando, a pesar del frío. También ha venido Darien, y en esta ocasión la
acompaña Carol. Al verla, a Carol, lo primero que se me viene a la cabeza es la
prueba de ADN que llegó a casa, luego mi padre, luego lo del divorcio y al
final todo se arremolina dentro de mi causándome una angustia momentánea.
Respiro hondo y trato de calmarme. Debo de alejar momentáneamente todos estos
pensamientos estúpidos de mi cabeza, si no lo hago no podré estar a gusto en lo
que resta del rato y posiblemente le grite a alguien camino al cementerio.
—Halo Sasha—me saluda Nixon al acercarme
a ellos. Jennel y él vienen también con trajes de luto. Tanto color negro
comienza a irritarme—. ¿Cómo va todo?
—Supongo
que bien, hasta donde la palabra pueda alcanzar.
—Arriba
esos ánimos, todo mejorará pronto—Nixon me da unas palmadas en la espalda y me
sonríe—. Por cierto, ¿Dónde está Karla?
—Ella
está adentro, en la sala.
—Voy
a verla entonces. Regreso en un momento.
Nixon
entra a la casa, abriéndose paso entre tanta gente que ha venido. Es tal
cantidad de personas que ya no caben, por eso muchos esperan aquí afuera. No
soporto estar en ese ambiente tan tenso de ahí adentro, el aire es pesado y me
sofoca el calor de tantos adultos murmurando quién sabe qué cosas. Es por eso
que he decidido quedarme en el corredor de enfrente, observando la multitud y
el ajetreo.
—Pensé
que estarías con tus padres—me dice Jennel, que se sienta a mi lado en un
sillón que han sacado para quien desee descansar un poco—. ¿Dónde están ellos?
—No
podrán venir. Han tenido que viajar nuevamente—le digo con dejo de ironía—.
Nunca están cuando la situación es importante.
—Seguramente
era algo muy importante—trata de reconfortarme ella—. Tal vez era inevitable.
—Sí,
esa es la perfecta excusa que siempre utilizan—mascullo con desdén—. Comienzo a
pensar que para lo único que están es para mantenerme.
—Vamos—Jennel
me aprieta la mano y me mira con cariño—. ¿Por qué tan molesto?
—Lo
siento. Es solo que comienzo a cansarme ¿Sabes? Siempre soy solo yo.
Jennel
niega con su cabeza y se pone de pie. Vuelve a mirarme y frunce sus labios con
desaprobación.
—Estamos
nosotros—advierte. Suaviza su gesto, extiende su mano y me reacomoda la corbata—.
Solo debes darte cuenta que estamos ahí. No somos invisibles.
Acto
seguido, entra a la casa y vuelvo a quedarme solo. El sonido estridente de una
ambulancia comienza a escucharse a lo lejos hasta que pasa en frente de la
casa, bastante acelerada. No quiero ni pensar qué momento tan malo estará
pasando la persona que necesite de esa atención médica. El hospital no me
agrada demasiado, pero comienzo a acostumbrarme a él. En este año he estado
tantas veces ingresado que empiezo a pensar que ya tengo una habitación
asignada solo para mí.
La
tarde pasa lenta, fría y mustia. Ya es hora de irnos para el cementerio y André
sigue sin aparecer, a pesar de que el funeral se ha atrasado media hora. El
ataúd ya está sobre el auto de la funeraria que lo transportará y todos estamos
listos para partir. Hemos decidido irnos de último, con Karla, Jennel, Nixon,
Khana y Kathy. Tránsito va adelante con Cecilia y Casey. Andrea va siendo cargada
por su abuelo, que acompaña también a Cecilia, dándole todo el apoyo posible.
—Deberías
de llamar a André—me sugiere Khana.
—Ya
lo hice y no responde.
—Tampoco
a mí—advierte Kathy—. ¿Dónde estará metido?
—Seguramente
se ha quedado en el cementerio. Al final, el aeropuerto esta de camino—supone
Karla.
—Eso
espero—musito esperanzado.
El
camino hacia el cementerio se me hace eterno. Es tanta gente la que acompaña
que se me dificulta ver un poco por donde va el auto que lleva el ataúd. Karla camina a mi lado, tomada de mi brazo y
en silencio. De vez en cuando la miro de reojo en busca de una señal que me
indique que algo le pasa. Yo sé que ella está reprimiendo muchas cosas, sé
también que está tratando de hacerse la fuerte. Lo está logrando la verdad. En
cambio yo, a mí me está importando un pepino ser o no fuerte, si lo tengo que
sacar, voy a sacarlo de mi organismo. Luego podría ser peor.
Tardamos
diez minutos en llegar al cementerio y tan pronto estamos ahí, comienzo a notar
cierta impaciencia y tensión en todos. Khana, a pesar de que ha mantenido su
actitud tan enérgica, a medida que nos acercábamos ha comenzado a verse
cabizbaja y un poco más seria. Kathy mira de un lado a otro, tratando de
distraer su mente en quién sabe qué y luego estamos Karla y yo. Ni siquiera sé
cómo estamos. Sin embargo, ahora no me despegaré de ella, no dejaré que se
aleje, no ahora, no se irá a consolar a nadie, no se ira a ver que Cecilia esté
bien. Esta vez se quedará aquí, conmigo, y si va a llorar, lo hará con todo el derecho
de hacerlo sin reprimirse, si se va a desmoronar, que lo haga sin estar
pendiente de alguien más. Ella no puede con todo.
Los
de la funeraria han bajado el ataúd y lo han colocado junto a la zanja que han
cavado en el suelo. Todos nos hemos puesto alrededor del ataúd, siendo nosotros
los primeros. Luego, tras nosotros, se extiende un mar de gente que esperan con
un silencio penetrante a que todo suceda.
El
párroco de la iglesia local, un hombre de casi setenta años, con cabello canoso
y de facciones suaves y mirada dulce comienza con la ceremonia. Puedo ver como
entre cada palabra que dice se escapa una nube de vaho de su boca. Comienza a
rociar agua bendita sobre el ataúd, seguidamente reza algo a lo que no le
prestó atención por estar hundido en mis propias cavilaciones, siempre
pendiente de Karla y de que André venga, pero él no aparece por ninguna parte.
—…Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis
angustiadores;
Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando.—Salgo de mi ensimismada conciencia y reparo en que el párroco ya está llegando al final, citando el Salmo 23. Pronto será momento de enterrar a Cori—.Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa de Jehová moraré por largos días.
Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando.—Salgo de mi ensimismada conciencia y reparo en que el párroco ya está llegando al final, citando el Salmo 23. Pronto será momento de enterrar a Cori—.Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa de Jehová moraré por largos días.
Termina de
citar el salmo y compruebo como todos están en silencio. Escucho a Cecilia
comenzar a sollozar y a Tránsito que le dice que todo estará bien. Escucho a
Casey soltando un llanto ahogado y a Kathy que trata de ayudarla cuando ella
también está mal. Veo a Jennel escondiendo su rostro en Nixon que la abraza e
intenta aminorar una tristeza que también él siente. Escucho a las personas
moverse y pasar a mirar por última vez a Cori. Siento que todo se enlentece y
que avanza como en cuadros de imágenes. En un pestañeo es una cosa, en otro
pestañeo sucede otra. Otra vez ese nudo en mi garganta, y las personas siguen
yendo y viniendo. Van pasando uno a uno,
desde los familiares hasta nuestros compañeros de clase, yendo de ultimo los
profesores. Son alrededor de las cinco con cuarenta y cinco de la tarde. El
atardecer comienza a pintar el cielo de tonos naranjas, el frío comienza a
acentuarse, y uno a uno, los que han acompañado al acto fúnebre, se retiran. El
silencio se pega a nosotros como una enfermedad y la luz trémula de una lámpara
del cementerio intenta iluminarnos. Pronto procederán a enterrar a Cori.
Normalmente no suelen quedarse personas en un funeral cuando lo hacen. Es muy
doloroso. Cecilia se ha puesto demasiado mal y se la han tenido que llevar a casa.
Los chicos también se han retirado y solo hemos quedado Karla, yo y los señores
de la funeraria. Esto es realmente suicida.
—¿Van a
verlo por última vez?—nos pregunta uno de los hombres empleados del cementerio.
Trae consigo una pala y una manguera—. Ya es momento de que lo enterremos.
Karla
vuelve a verme, y con total resignación y sin mucho ánimo, asiente. Coge mi
mano y comenzamos a acercarnos al ataúd. Respiro hondo en cada paso. El aire
helado pasa rápidamente a mis pulmones, provocándome un ardor en el pecho. Los
dedos de Karla se entrelazan entre los míos. Puedo sentir como su mano tiembla.
Vuelvo a verla y descubro que su entrecejo está fruncido y que su quijada
también está tensa y tiembla. Ella me mira y noto entonces que ya no lo soporta
más, me percato que está a punto de soltarlo todo, de venirse abajo. Percibo su
angustia. Sus ojos se tornan rojos, las lágrimas comienzan a acumularse en sus
parpados y escucharla soltar el primer sollozo me parte el alma en dos. Es
entonces cuando siento mis ojos arder y la nariz me pica. Otra vez esa
sensación de vacío. Otra vez esa sensación de que pierdo algo. El nudo en mi
garganta se vuelve doloroso y siento un hormigueo en mi rostro. Siento que voy
a morir.
Tal y como lo
hicimos en aquella madrugada, asomamos nuestras cabezas por el cristal que da
vista al rostro tan sereno de Cori. Karla a un lado del ataúd y yo al otro. Nos
quedamos en silencio, apoyados en la caja de madera que contiene una de
nuestras razones de existir. Aquí está él, aquí está una de las partes más
importantes de mi vida, aquí yace con sus ojos cerrados mi mejor amigo, aquí se
encuentra tras este cristal mi hermano, la persona a la que más amo, el chico
de los ojos verdes que me sonría todas las mañanas, aquel que siempre decía
tonterías de las que Karla y yo nos reíamos. Vamos Sasha, grítalo. Mi conciencia me reclama y me dice que lo
haga, me sofoca porque lo saque de mi pecho. Llóralo Sasha, siente ese dolor y sácalo de ti.
Cuando creo
que voy a hacerlo, mi silencio es interrumpido por un alarido lastimero, un
llanto desgarrador que me atraviesa hasta las coyunturas y que hace eco en mis
tímpanos. Karla llora. Sobre el ataúd, recostando su cabeza sobre el cristal y
dejando salir las lágrimas sin esforzarse por detenerlas, se desmorona. En un
intento por consolarla le beso en la frente y comienzo a llorar a su lado. El
frío viento sopla y vuelve heladas nuestras lágrimas que bajan por nuestros
rostros hasta caer al mustio suelo.
—¡Eres un
idiota Cori!—reclama Karla entre gritos que se cortan por su llanto—. Me
prometiste que estarías bien, me dijiste que mejorarías…
—Karla…—musito
entre sollozos.
—Me
prometiste que iríamos de vacaciones al
lago. ¡Incluso dijiste que celebraríamos a lo grande el cumpleaños de Sasha,
maldición!
Sus
reclamos no son más que palabras que me hieren y que la lastiman a ella. Sus
palabras aceleradas se terminan ahogando en mi pecho y entre la soledad del
cementerio.
—Regresa…
Cori—musita ella con un hilo de voz—. Por favor, regresa.
Puedo
sentir las lágrimas bajar por mi rostro, puedo sentir mi cuerpo contraerse en
un sollozo que comparto con Karla. Puedo incluso escucharme a mí mismo decirle
a Cori que vuelva. Pero nadie contesta. Nadie me responde ni me calla. ¿Me escuchas, Cori? ¿Lo sientes? ¿Te
quedaras? ¿Regresarás? Pero en mis acelerados pensamientos… hay solo
silencio. Te necesito, Karla te necesita,
ambos te necesitamos… por favor, una vez más, dime algo, escúchame, dime que me
amas, escucha y siente cuanto te amo… abre tus ojos.
Ya no hay
nada. Ya no está. Ya no somos tres.
Todo se ha
vuelto gris. Frío, atroz, suicida…solitario.
Si ha ido,
él se ha ido.
***
Nos
quedamos hasta que la última partícula de tierra es esparcida sobre el ataúd.
Son aproximadamente las seis con treinta y el ambiente se ha vuelto totalmente
gélido. La lámpara es la única luz que nos envuelve. El atardecer hace un rato
que ha terminado, André no apareció, y ahora, solo estamos Karla y yo. Nadie
más que nosotros, sentados sobre la bóveda de algún difunto olvidado,
abrazados, mirando el lugar donde ha sido enterrado Cori. Nuestros cuerpos
inmóviles, sin tiritar por el frío y en silencio, respirando con lentitud y
sincronía, se percatan que es momento de que nos vayamos.
En ese
mismo mutismo comenzamos a caminar, iluminados tenuemente por las lámparas del
cementerio y arrullados con el silencio nocturno y el ulular de los búhos.
—¿Vamos a
estar mejor mañana? ¿Verdad?—me pregunta Karla con un tono de voz tan suave que
pareciera que no desea la verdadera respuesta.
—No—respondo.
Ella
sonríe, con bastante tristeza.
—No—susurra—por
supuesto que no.
Llegamos a
la salida del cementerio y aun me estoy preguntando por qué André no ha venido.
No estoy molesto con él por ello. La verdad es que en estos momentos no tengo
ánimos para molestarme. Solo quiero saber las razones del por qué no está acá.
Mi teléfono
móvil suena. Es Kathy. Tengo incluso cuatro mensajes sin leer y doce llamadas
pérdidas, que seguramente inconsciente he ignorado. Tomo un respiro y me aclaro
la garganta antes de contestar.
—Hola
Kathy.
—¡Sasha!, ¿¡Dónde estás!?
Ella suena
alarmada, grita incluso y escucho un sonido de personas por el auricular que me
desconcierta.
—Saliendo
del cementerio. ¿Sucede algo?
—¿Qué pasa?—me
interroga Karla.
Me encojo
de hombros y espero a que Kathy me diga algo.
—¡Tienes que venir rápido!—grita con la
voz quebradiza. ¿Está llorando?—. ¡Esto
está mal, Sasha! ¡Por favor, necesito que vuelvas!
—¿Pero qué
sucede?—exclamo ahora con tono preocupado. La voz de Kathy se ha quebrado y en
serio ya me ha preocupado. Pongo en altavoz el móvil para que Karla también
pueda escuchar—. ¿Kathy?
—André…—solloza, hace una pequeña pausa
en la que puedo escuchar soltar un pequeño quejido de su llanto—. Ha tenido un accidente Sasha.
Karla deja
escapar un grito que ahoga con su mano, mientras, yo abro los ojos como platos
ante la noticia. Un mareo desagradable me invade momentáneamente pero trato de
controlarme y no perder los cabales.
—¿¡Se
encuentra bien!? ¿¡Es grave!?—pregunto acelerado.
—Kathy,
¿Dónde se encuentra André?—pregunta Karla con bastante preocupación.
—Estamos en el hospital—solloza—. André está muy grave chicos.
Es hasta
entonces que un recuerdo fugaz cruza por mi mente. ¡La ambulancia! ¡Carajo!
¡Por eso esa ambulancia iba tan rápido! ¡Ha sido por eso que André no ha podido
regresar al funeral! ¡Maldición!
—Calma
Kathy—trata de consolarla Karla—. Él se pondrá bien. Iremos para allá enseguida.
—André está demasiado mal—vuelve a decir
Kathy que entre su llanto su voz se ahoga—. Y
tus padres, Sasha…
¡Maldición
y mierda! ¿¡Mis padres!? ¿¡También ellos!?
—¿¡Qué pasa
con mis padres!?—mascullo exaltado.
—Por favor Sasha, ven rápido—chilla Kathy—.
—¿¡Qué
demonios ha pasado con mis padres!?—Ladro con frustración—. ¡Dime!
—Ellos murieron, Sasha. Están muertos.
Los deseos
de vomitar se hacen presentes y el mareo de antes me da como una oleada de
calor en la cabeza. Un escalofrío sube por mi espalda hasta mi nuca, dejándome
un dolor punzante en la nuca. Vomito. Bilis y nada más que una amarga bilis que
me quema la garganta. A Karla se le van las fuerzas y cae de rodillas en el
suelo, con su rostro pasmado de la impresión, muda y sin saber que hacer o
decir. Una cólera me invade y los deseos de destrozar regresan, las ganas de
gritar y maldecir me llenan cada centímetro del cuerpo y logro percibir como mi
alma se ennegrece. Comienzo a caminar, hundido en mi impresión y silencio, en
dirección del instituto.
—¿Sasha…?—me
llama Karla con un hilo de voz quebradizo.
La ignoro.
No quiero, no quiero… ¡No quiero por un demonio seguir con esto! ¡Mi vida
apesta! ¡Me odio! ¡Los odio a todos! ¡Detesto esta estupidez que tengo por vida!
¡Odio esta maldita sensación de que todos se alejan! ¡Odio ser quien tenga que
cargar con tanto peso! ¿¡Por qué!? ¿¡Por qué yo!? ¿¡Por qué maldita sea existo
si solo es para esto!? ¿¡Para ser una mierda de ser humano con una asquerosa
vida que me hace sufrir!?
Acelero mi
paso y comienzo a dejar a Karla tras de mí. Si me detengo, si me paro a
escucharla, si me doy el tiempo para que me consuele, entonces estallaré en
rabia y le diré tantas cosas que no se merece.
—Sasha,
espera…—masculla Karla, con una voz que se ahoga por la distancia.
Comienzo a
correr. Rápido. Más rápido. Ya no la
necesito. Mis piernas impulsan mi cuerpo entre la oscuridad y no sé hacia
dónde me dirijo. Ya no la ocupo más. Las
estrellas brillan en el cielo y los arboles susurran cuando el viento los mece.
Mi vida… ya no la necesito.
El sonido
de mis pisadas se pierde en el suelo mientras corro a mucha velocidad y mi
respiración agitada deja escapar nubes de vaho. El cansancio hace arder mis
pulmones y mi nariz. Comienzo a llorar. No sé de qué. No sé por qué. No sé por
quién.
Vamos, Sasha. Hazlo.
Esa voz en
mi conciencia que me repite una y otra vez algo que ya sé. Necesito que me deje
en paz. Si no lo hace entonces voy a recapacitar y me detendré. No quiero
hacerlo. ¡No quiero, por un demonio!
Llego hasta
el instituto y entro corriendo por el jardín de la entrada. El silencio de la
noche es tan suicida que solo acentúa mis lágrimas y mi angustioso corazón.
Ya no soporto nada.
Me dirijo
hacia las escaleras que hay detrás y me salto la valla de seguridad, subiendo
apresuradamente cada escalón a pesar de que el aliento ya no me da para más.
Paso el primer piso, el segundo, el tercero…
Ya no necesitas más esto, Sasha
Cada paso
que doy, cada angustioso segundo que pasa, cada respiro cortado que tomo, todo
se arremolina y no dejo que me hagan razonar. No voy a permitirlo. No otra vez.
Lo siento Karla…
Llego hasta
la azotea y corro hasta el fondo, donde esta no está rodeada por la valla de
cedazo que por seguridad han colocado. Cruzo el jardín que Kiwi ha cuidado con
tanto empeño en el techo. Las flores están marchitas, todo está muerto… ya está
el invierno aquí.
Perdóname, Cori… la promesa, no podré cumplirla.
Me paro en
el borde de la azotea, con mis brazos extendidos y dejo que el viento me
atraviese cuando sopla, frio y susurrante. Abajo, el matorral de hortensias aún
no ha desaparecido del todo. Aún hay unas cuantas flores purpuras que tratan de
resistirse al gélido ambiente.
Ya no necesito
más esto, ya no vale la pena. Mi vida… ya no tiene razón.
Inclino mi
cuerpo hacia adelante, sin vacilar, sin miedo, sin remordimiento, sin dudas… y
el vacío comienza atraparme, a arrullarme y a hacerme parte de él. Entonces
escucho a alguien gritar mi nombre, jadeante, tan cerca de mí y tan familiar.
Karla.
Ella
envuelve mi cuerpo entre sus brazos, un cuerpo que ya ha dejado de rozar el
borde de la azotea, y ambos nos lanzamos a un vacío frío y oscuro. Esto no
debería de suceder. Esto no tendría que estar pasando. Ella no debería de hacer
esto. Ella no se merece nada de eso.
Ella no va a morir esta noche.
Envuelvo a
Karla entre mis brazos y en mientras caemos en este glacial vacío la coloco a
ella sobre mí, abrazándola con firmeza. Lo voy a hacer, voy a morir, voy a
dejar mi vida escaparse y desvanecerse, pero Karla no se merece nada de esto.
Ella debe vivir. Ella va a hacerlo.
Unos
segundos pasan, unos segundos que se me hicieron eternos, transcurren silenciosos.
Las imágenes de momentos cruzan al azar por mi cabeza. Un atardecer, un lago, André
saludándome, Kathy sonriéndome, un canario azul, Cori mirándome con sus ojos
verdes y cogiendo mi mano, Tránsito diciéndome buenos días, mis padres llegando
del trabajo, mi abuela leyéndome un libro, Khana corriendo junto a mí, Karla…
nuestro beso. Y al final, todo se resume
a una negrura desoladora. Solo escucho un sonido sordo, un golpe seco y un gemido. Mi vista se torna más
negra que la noche, no hay dolor. No hay tiempo. No hay tristeza. No hay
remordimiento, no hay culpa…mi existir ha llegado a su fin. Mi tiempo terminó.
Ya no soy nada.
Esta fue mi
vida…
Ending:
Autor: Luis F. López Silva
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