Capítulo
35: Dolor, sinónimo de tristeza.
Algunas
veces he llegado a creer que le resto importancia a muchas cosas, sin embargo
la mayoría del tiempo simplemente suelo mirar hacia otro lado cuando las cosas
duelen más de lo que puedo soportar. Soy un cobarde, lo sé, pero es muy
doloroso para mí el hecho de aceptar que la persona que está en ese ataúd es
Cori. Es difícil incluso concebir la idea de que lo que más amaba en este mundo
ya no va a regresar. Duele, en cada centímetro de mi alma. Siento como todo mi
cuerpo se estruja en un recuerdo doloroso que no me da espacio para poder
recuperarme, ni tan siquiera un respiro. El amor duele, y lo estoy comprobando
de la manera más cruel que conozco.
Antes
de llegar a casa, guardo mi diario en el bolsillo del suéter de Cori que traigo
entre mis manos. Ahora este cuaderno, de empastado duro y paginas amarillentas
se ha vuelto parte de mi… se ha vuelto alguien que me deja contarle todo lo que
siento, sin reprocharme nada. Siempre lo cargo conmigo, siempre que lo
necesito.
Entro
apresuradamente a mi casa, evitando a toda costa toparme con alguien camino a
mi habitación pero es casi imposible. Al solo cruzar la puerta me encuentro con
André, sentado al pie de la escalera, mirándome fijamente sin apartar su vista.
Sus ojos inquisitivos y preocupados me examinan en silencio mientras yo trato
de esquivarlos. Sé que me va a preguntar algo, sé que tiene deseos de saber que
me pasa exactamente, sé que sea lo que sea que me vaya a preguntar, me va a
doler. Mientras él me mira sin decir ni una sola palabra, yo me quedo parado
sin mover ni un solo músculo y cabizbajo. Pareciera que nos vamos a quedar en
este silencio tan pesado y denso que sin que él pueda notarlo me esta asfixiando,
pero cuando menos me lo espero algo hace que me exalte hasta el punto de
sentirme débil. Kathy.
Siento
su cuerpo hundirse en el mío en un abrazo fuerte y sin darme espacio para poder
premeditarlo. Sus brazos me envuelven hasta rodearme completamente mientras
solloza sin poder contenerse. Es entonces que me percato que este abrazo no ha
sido para consolarme, no ha sido para decirme que todo estará bien ni tampoco
para recodarme que me apoya, sino más bien es para buscar algo en que pueda
ella sostenerse. Es Kathy quien necesita palabras de aliento... ella también se
está viniendo abajo.
—Calma—le
susurro al oído—. Pronto... pasará el dolor.
De
mi boca salen palabras que curiosamente he estado esperando que me digan,
palabras que necesito se graben a fuego en mi conciencia para que todo este
dolor y angustia que reprimo desaparezcan sin necesidad de salir.
—Me
preocupé, Sasha—musita Kathy.
—No
ha sido la única persona preocupada en esta casa—advierte André que se ha
puesto de pie—. ¿En dónde diablos estabas?
—Salí
a caminar.
—¿Que
saliste a caminar?—masculla con tono efusivo—. ¿¡No pudiste habérnoslo dicho
por lo menos!?—esta vez su tono de voz es bastante grave y suena molesto.
—Lo
siento, yo no pensé que...
—¡Pues
comienza a pensar de una buena y jodida vez!—espeta con enojo—. ¡Estábamos
preocupados, maldición! Ya eres un adulto Sasha, deberías de saber que tienes
responsabilidades. No eres el único que está pasando por un mal momento. Y además
¿Qué es esa sangre en el piso de tu habitación?
Las
palabras de André me dan como una bofetada en el rostro, tan severas pero a la
vez tan ciertas. Él tiene razón, él está en todo el derecho de regañarme y
decirme que algo estoy haciendo mal... todo porque sé que estoy siendo muy egoísta
y a pesar de ello no me detengo. Pero también comprendo a la perfección que mi
dolor y sufrimiento son solo míos, y no le corresponden a nadie más cargarlos.
Estoy tomándome un espacio para descargar mi rabia descomunal, un espacio que
no es del todo mío, sino de las personas que se preocupan por mí y que me aman,
y todo porque sin darme cuenta he destrozado mi propio espacio hasta hacerlo
añicos y ahora ya no queda nada más que destruir. Necesito detenerme, debo
detenerme, todo antes de que alguien salga lastimado.
—Me
lastimé por accidente—musito sin poder mirar a André a los ojos—. Tendré más
cuidado la próxima…
—Ve
y toma una ducha—me dice con un tono de voz inmutable.
—En
serio, perdón, no quería…
—Sube
de una buena vez, y toma una maldita ducha—ladra con enfado.
Bajo
mi cabeza, con cierto dejo de sorpresa y vergüenza. Incluso Kathy se ha quedado
inmóvil, a mi lado, sin saber que hacer o decir en estos momentos. Ya no puedo
permanecer más tiempo aquí.
Subo
camino a mi habitación para ducharme. No
tengo muchos ánimos como para hacerlo, pero André más que una sugerencia me lo
ha ordenado. Verlo actuar de esa manera solo me hace recordar cuan inmaduro soy
aun, cuanto me falta por aprender y que me hace falta demasiado para dejar de
ser un niño. Un niño muy idiota.
Entro
a mi cuarto y puedo notar que las cosas tiradas por el piso han sido ordenadas.
Los vidrios rotos y papeles picados han desaparecido y la ropa ahora está
doblada y metida en los cajones que también han regresado a sus respectivos
lugares y solo unas cuantas camisas están dobladas sobre mi cama.
Karla
tampoco está aquí…
El
piso claramente tiene marcas de sangre en forma de pisadas y gotas que se
esparcen por toda la alfombra. Seguramente han sido de las heridas que tengo en
los pies y en las palmas de mis manos. Siento algo tibio bajar entre mis dedos
y es entonces que me doy cuenta que aún estoy sangrando, y mucho. El ardor no
tarda en recordarme que debo curar ésta herida o se infectará. Tiro mi móvil y
el suéter—que he cuidado que no se manche de sangre—en la cama, cojo una toalla
y me meto a la ducha sin hacer tanto alboroto. Me quito mis zapatos y puedo
notar como estos están manchados también de un tono rojizo. Mis pies están
llenos de sangre y en mis tobillos se ha formado una costra seca de esta.
Duele.
Cojo
de una repisa en el lavabo un frasco con alcohol, me meto a la tina y me siento
con las piernas encogidas en un rincón. Dejo caer el agua de la regadera para
que me empape sin tan siquiera detenerme a pensar que aun llevo puesta mi ropa.
Destapo el alcohol y su olor tan volátil hace que me pique la nariz y que un
sabor amargo me inunde la boca.
Vierto
el contenido en las palmas de mis manos y las enjuago en el antiséptico hasta
que el ardor es insoportable y tengo que ahogar un grito de dolor. Sin pensarlo
dos veces vuelvo a coger el alcohol y lo vierto en mis pies hasta que el
líquido penetra en mi carne y la hace escocer y retorcerme de un agudo dolor.
Es
una excusa perfecta para seguir llorando. Es un desencadenante necesario para
poder seguir sacando esta rabia que llevo dentro… y sin embargo no es
suficiente. La sangre sigue brotando de
mis heridas y el agua comienza a teñirse de rojo, mi camisa está llena de
sangre, mi pantalón lo está, mi rostro, incluso mi cabello… todo manchado de un
rojo obscuro que poco a poco se destiñe por el agua de la regadera.
La
puerta del baño se abre lentamente y escucho a alguien entrar despacio y con
cautela. No me importa, no levanto mi mirada para saber de quién se trata ni
tampoco me interesa saberlo. Prefiero quedarme en esta posición, hecho un
ovillo y sentado en este rincón de la tina.
—¿Sasha?—una
voz suave me llama, pero no me digno a levantar mi rostro—.
Es
André.
Él
cierra la llave de la ducha y el agua deja de caer. El silencio rápidamente se
apodera del lugar, sofocándonos. Las imágenes de Cori vienen a mi mente una y
otra vez; sus ojos verdes, su sonrisa, sus manos… su cuerpo convulsionando y
muriendo lentamente hasta que dejó de vivir… su ataúd.
André
pasa sus manos sobre mi espalda y saca mi camisa, pone el tapón de hule en el
desagüe y abre la llave para que el agua tibia llene la tina. Unos minutos
después el agua ya me cubre hasta un poco arriba del ombligo y puedo sentir
como la temperatura del agua cesa el ardor y dolor de mis heridas.
—Aséate—musita—.
Volveré a entrar en diez minutos.
André
sale del cuarto de baño, quedándome nuevamente solo, mirando a un vacío
inexistente. Esto no está bien—pienso
para mis adentros—. Yo… se lo prometí.
Lentamente
desabrocho mi pantalón y me termino de sacar la ropa restante quedando
totalmente desnudo. Despacio, y sin prisa ni motivación alguna comienzo a
sacarme toda esa sangre que se ha quedado pegada a mi piel. Lavo con cuidado
mis pies y mis manos para no lastimarles más de lo que ya están. El jabón hace
que las heridas ardan un poco pero cuando las enjuago rápidamente pasa el
dolor.
Una
vez he terminado, quito el tapón de hule y el agua desaparece por el agujero
hasta perderse. Seco mi cuerpo con la toalla y justo cuando termino de secar mi
cabello André entra para ver si he terminado. Me observa de pies a cabeza hasta
que sus ojos se encuentran con los míos. Asiente con su cabeza, como si
comprobase que todo está bien, así que me hace ir a sentarme a la cama. Ha
traído consigo un pequeño botiquín con gasas, vendas y antibiótico en pomada.
Comienza
a curar primero las heridas de los pies que aun sangran un poco. Puedo sentir
como sus dedos se deslizan con suavidad por sobre las heridas untando pomada
con bastante cuidado de no lastimarme más.
—André—susurro
con un hilo de voz débil—. ¿Qué… estoy haciendo mal?
Él
saca un esparadrapo y corta un trozo con los dientes para fijar bien el
vendaje.
—¿Por
qué lo preguntas?
—No
lo sé.
Me
siento ridículo y un completo tonto, pero es la verdad. Le estoy preguntando
algo que no tiene motivo alguno de ser. No tengo una razón específica para
preguntárselo… o tal vez sí. Tal vez sea esa sensación que tengo dentro de
pasar algo por alto.
—Si
no lo sabes tú… es posible que tampoco lo sepa yo—advierte, pasando ahora a
curar las heridas de mis manos—. ¿Qué es lo que sientes exactamente?
—Dolor.
—¿Por
las heridas?
Niego
con mi cabeza y vuelvo a mirarlo a los ojos.
—Es…
por Cori—musito con la voz quebradiza.
—No
te confundas, Sasha—advierte él con ese mismo tono calmado—. Dolor es una cosa…
tristeza es otra.
—Entonces
ni siquiera sé lo que siento, André. Lo único que percibo es vacío—mascullo
exhalante. André ha terminado de curar mi mano y se ha sentado a mi lado—. Un
vacío lleno de rabia… que curiosamente sigue estando vacío.
—Una
metáfora bastante difícil de interpretar—advierte con una pequeña sonrisa—.
—Tampoco
yo la comprendo.
André
pasa una mano por mi espalda y me da unas palmadas de aliento, frotando mis
hombros. Me observa detenidamente por unos segundos hasta que finalmente
nuestro silencio es interrumpido por Kathy que entra con una bandeja llena con
comida. Un plato de cereal, unas tostadas francesas y jugo de naranja. Ella se
sienta a mi otro costado, quedando ahora yo entre ambos. Ella me pasa una
tostada y la cojo con cuidado, tratando de no manchar con miel los vendajes que
André ha hecho con mucho cuidado.
Dulce.
El dulce de la miel y el sabor a canela hace presencia en toda mi boca hasta
que pasa por mi garganta que aun duele, sin embargo, es todo lo que puedo
comer. Las náuseas me estrujan el estómago y a dos bocados tengo que dejarla.
—¿Seguro
que no piensas comer más?—me pregunta Kathy con preocupación.
—Lo
siento. No tengo mucha hambre.
—Desde
ayer no has comido nada—señala André—. Deberías comer algo.
—Creo
que beberé un yogurt—sugiero—. Voy por uno.
—Iré
yo—se ofrece Kathy—. Tú quédate aquí, ya regreso.
Dicho
esto, se va hacia la cocina en busca del yogurt, quedando con André solos
nuevamente. Se ha puesto a recoger los envoltorios de las gasas del suelo, tal
parece que va a retirarse también pues se dirige hacia la puerta.
—André—vuelvo
a llamarlo antes de que se vaya—.
—¿Si?—inquiere,
volteando desde la puerta.
—¿Por
qué crees que siga sintiendo ese vacío?
—Porque
realmente está vacío, Sasha—advierte sin vacilar.
Me
quedo en silencio, aun sin comprender, pero él se apresura a continuar pues
seguramente se ha percatado de que aún no logro entenderlo a la perfección.
—Ese
espacio seguramente estuvo ahí siempre, y la rabia y la tristeza que sientes no
son suficientes para que ese vacío se llene. La persona quien lo llenaba se fue
Sasha.
—Necesito
a Cori, André.
—Lo
sé—musita con una sonrisa compasiva—. Todos los sabemos y por más que nos
duela, deberemos de aceptar que él no va a regresar.
—Ese
espacio… se quedará vacío—musito con desaire. Siento como poco a poco un ardor
me inunda los ojos y como unos escalofríos recorren mi espalda.
—Aun
tienes recuerdos Sasha. Buenos o malos, tristes o felices… todos y cada uno de
tus recuerdos con Cori llenarán ese vacío poco a poco. No será nada tangible,
ni tampoco los recuerdos de nadie nos regresarán a Cori, sin embargo esos
recuerdos nadie podrá quitártelos. De esa manera nadie reemplazará a Cori.
Nos
quedamos en silencio por un largo rato, yo mirándole a los ojos y el escrutando
mi mirada con total seguridad, tratando de infundir en mi fuerzas que realmente
necesito.
—Y
ten encuentra también…—continua, haciendo una pequeña pausa por unos segundos—…
que esa tristeza puedes compartirla con todos, al final, la carga será menor
Sasha—me mira a los ojos por unos segundos y deja escapar un suspiro que
provoca que sus hombros caigan un poco—. Puedo también equivocarme—advierte,
bajando su mirada—es posible que el dolor también pueda ser tristeza. Solo es
posible.
André
sale de la habitación, cerrando tras si la puerta y todo es silencio
nuevamente.
Paso
a la ventana y me siento en su marco a observar como siempre suelo hacer, ese
exterior tan llano y extenso que se pierde a lo lejos tras mi habitación. Ahora
ya se ha tornado dorado y finalmente puedo decir que se ha preparado para
recibir al invierno. Mañana será 31 de octubre, día de las brujas. No me
emociona la verdad, aunque en años anteriores… ese día lo he estado esperando
con emoción reprimida. En cambio hoy, la verdad es que no creo poder salir de
mi casa.
Hace
frío. Miro la hora en mi móvil y me doy cuenta que ya es algo tarde. Las once
de la mañana. Pronto será hora de almuerzo y yo apenas estoy a punto de
desayunar. Kathy ha vuelto con el yogurt que no he pensado dos veces en
devorarlo. Extrañamente este llega a mi estómago sin problemas. Lo digiero con
bastante facilidad y en menos de lo que creo me lo he bebido todo. Un enorme
bote de yogurt de casi un litro.
Kathy
por su parte se ha sentado frente a mí, a observar el exterior con calmada
paciencia y silencio que me resulta acogedor. Su mirada perdida en esa basta
llanura me hace pensar seriamente que ella, al igual que yo, se siente
destrozada por dentro, cosa que solo me recuerda que tengo que hablar con Karla
lo más antes posible, ella no debe de estar mejor que nosotros.
—Por
ese camino—advierte Kathy señalando hacia la llanura—. Atravesando el bosque,
vive Darien—me dice con una sonrisa.
—Así
es. ¿Cómo… lo sabes?
—He
salido a caminar algunas veces—me
informa, encogiéndose de hombros—. Esta mañana he ido a verla.
—Yo
tendría que ir a verla—le digo sin dejar de mirar la lejanía—. Tengo que
contarle lo de Cori.
—No
te preocupes, Sasha, eso ya lo he hecho yo. Asistirá al velatorio esta noche.
Bien.
Al menos me he ahorrado eso y no tendré que caminar y lastimarme más las
heridas de mis pies. Esta noche veré a Darien, tengo que hablar con ella de
unas cuantas cosas… necesito que ella me responda cosas que no puedo
responderme a mí mismo. A ella se le da bien eso.
—¿Crees
poder ir así?—me pregunta Kathy un tanto preocupada—. Tus pies no parecen estar
en condiciones.
—Ya
no duelen ni sangran, podré ir, aunque pase sentado la mayor parte del tiempo.
Ella
sonríe y resopla, todo sin dejar de mirar aun al exterior. A lo lejos, la
montaña Longs Peak se alza imponente al azul cielo. En su punta, la nieve la
pinta de blanco, y en su base, un extenso campo de pasto dorado. El viento
vuelve a soplar, como siempre frío, revolviendo el cabello de Kathy y trayendo
hasta mí su olor a frutas.
—Karla
me contó lo que hiciste con tus manos Sasha.
—¿Ella
lo sabe?
—Ella
entró cuando ya no pudo escucharte más. Se preocupó y mientras parecía haber un
caos en tu habitación ella se quedó sentada, apoyada en la puerta, llorando.
Algo
en mi pecho se comprime y me dice que le debo unas disculpas a Karla. Kathy
voltea a verme con una mirada preocupada.
—¿Fue
a propósito?—me interroga Kathy finalmente, mirándome con fijeza a los ojos.
Me
quedo en silencio por unos momentos, dudoso sobre si responderle. La respuesta
a esa pregunta puede que le desagrade… y puede también que no me guste incluso
a mí.
—Posiblemente—musito,
desviando mi mirada hacia el exterior—.
Kathy
no parece alarmada, ni tampoco molesta. La respuesta se la ha tomado con tanta
calma que incluso me sorprende. Ella resopla, encogiendo sus rodillas y
rodeándolas con sus brazos. Los dedos de sus pies rozan levemente los míos. La
brisa, helada como se ha mantenido, vuelve a soplar provocándome escalofríos.
—¿Se
siente bien, cierto?—me pregunta. Algo en mi rostro parece advertirle de mi
sorpresa ante tal aseveración interrogativa y se apresura a explicarse—.
Cortarte, y dejar que la sangre fluya. Ese dolor tan efímero que parece hacer
desaparecer cualquier otra carga emocional. Sé cómo se siente.
Ella
ha dado en el clavo. Ella sabe cómo me siento… ella sabe por qué lo hice.
—¿Tú…
te lastimas?—le pregunto con dejo de sorpresa.
Kathy
niega con su cabeza y vuelve su mirada hacia algún punto en la dorada llanura.
—No—me
responde con calmada paciencia—. Lo hacía, ahora ya no lo hago.
—Pero…
¿Por qué?
Ella
esboza una sonrisa de ironía y resopla.
—Posiblemente
por las mismas razones que tú, Sasha. Los motivos son un tanto difíciles de
entender.
Entonces,
de la nada y sin mucho revuelo, mi atención se ve atraída de repente por Kathy.
Siento que existe algo, en estos momentos, en este espacio y en esta
conversación que necesita ser escuchado y ser comprendido. ¿Puedo hacerlo?
¿Puedo poner atención a lo que ella tenga para contarme? No sé si me encuentro
en condiciones para hacerlo, pero presiento que si lo rechazo también perderé
algo.
—¿Quieres…
quieres contarme?
Ella
vuelve a verme un tanto extrañada. Se sienta más derecha y con una voz bastante
quieta me pregunta:
—¿Tú
quieres escucharlo?
Sonrío.
Una sonrisa que no es ni forzada ni fingida, sino una simple y sincera sonrisa.
—Por
supuesto.
Ella
aguarda en silencio por unos segundos como si sopesara lo que va a decirme.
Suspira y finalmente habla.
—Cuando
vivíamos en Nueva York… mi padre y mi madre… ellos no estaban bien.
—¿A
qué te refieres?
—Mis
padres tenían deudas Sasha, deudas muy grandes. Él desempleo de mi padre era un
problema, y su mísera adicción al alcohol solo empeoraba las cosas. Y un día,
de la nada… todo explotó. Mi padre golpeó a mi madre y queriéndome interponer,
salí lastimada.
—Lo
siento.
Kathy
niega con su cabeza, coge mi mano y se dispone a hacer círculos con sus dedos
en los míos.
—Mis
padres se separaron por ello y bueno, mi madre tuvo que desvivirse por pagar
las deudas que quedaron. Fueron tiempos difíciles. A veces no había que comer
en todo el día. Una vez incluso casi nos echan del apartamento en donde nos
quedábamos porque no habíamos pagado la renta. Mi madre lloraba todas las
noches, supongo que la carga era demasiada y me sentía inútil al no poder hacer
nada. La impotencia es un arma de doble filo, Sasha, y puede carcomerte por
dentro. Un día, de la nada, no lo soporté más, no soporté ver a mi madre
derrumbarse cada noche, no soporté el llegar a casa de la escuela y no tener
que cenar, no soporté incluso tener que consolarme a mí misma y decirme que
todo iba a estar bien. No tuve más deseos que descargar todo ese peso sobre algo
y bueno, hice lo mismo que tú has hecho, destrozar todo lo que encontraba a mi
camino, hasta que por accidente me hice una enorme cortada en mi brazo. Esa
sensación de dolor que luego poco a poco cesa, llevándose consigo cualquier
cosa que te agobia puede ser lo mejor que alguna vez pude sentir, sin embargo…
siempre es dolor. Fue estúpido la verdad porque lo hice en varias ocasiones
hasta que un día mi madre me descubrió tirada en el piso del baño casi
inconsciente de tanta sangre que había perdido. No querrás saber lo demás que
hizo mi madre para que dejara de una vez de hacer lo que hacía. Y la verdad es que
me alegro de haberme detenido. La culpa después de hacer lo que hacía con mi
cuerpo era incluso peor.
—Me
recuerdas… a mí.
—Lo
sé. Ha sido por eso que me preocupé por ti al ver esas manchas de sangre. Solo
no vuelvas a hacerlo—me advierte con seriedad—. No quiero pasar por lo mismo…
dos veces.
Sé
a lo que ella se refiere. Al igual que ella, tampoco quiero pasar por esto.
Esta sensación de que alguien se desvanece poco a poco me agobia. La presencia
de Cori, el sonido de su voz, su mirada tan cautivadora y esa actitud tan
despreocupada; siento que poco a poco se van, y no quiero dejarlas ir.
—Aun
no sé si debería detenerme Kathy—musito sin detenerme a pensarlo—. De esta
manera, solo así, puedo aferrarme a Cori. Solo así tendré la seguridad de que
se quedará conmigo para siempre.
—No
Sasha, de esa manera solo estas lacerando el dolor con más dolor. De esa manera
solo conseguirás que el recuerdo de Cori se vuelva algo que quieras
olvidar.
Esto
solo me está llevando a un callejón sin salida. A un lugar en el que los
sollozos comienzan a querer envolverme y las lágrimas desean aflorar con
violencia, pero intento retenerlas todo lo que puedo, intento ser fuerte y
dejar de llorar de una vez. Lastimosamente es una batalla que pierdo y me vengo
abajo en un lapso de tiempo efímero.
Kathy
también se encuentra en el mismo callejón sin salida y las lágrimas también la
han vencido… somos débiles.
—Quiero
que Cori regrese, Kathy—mascullo en un lastimero sollozo—. Quiero que vuelva
con nosotros, quiero verlo nuevamente reír, quiero ver sus ojos verdes tan
vivaces, lo necesito conmigo.
—Todos
queremos eso, Sasha—solloza Kathy hundiendo su rostro entre sus manos—. Todos
anhelamos que esto no sea más que un sueño.
Y
ahora, sin poder contenernos, el llanto ha salido para envolvernos entre
lamentos que penetran cada poro de nuestra conciencia hasta resquebrajarnos.
Llevo mis manos a mi cara, escondiéndola entre mis lastimadas palmas. Puedo
sentir como las lágrimas atraviesan el vendaje y llegan hasta mi piel haciendo
arder mis heridas, puedo sentir como la humedad de mi llanto se escurre entre
mis dedos y como ese molesto ardor en mi garganta se acentúa hasta desgarrar mi
voz en una enronquecida exhalación.
El
llanto de Kathy se entremezcla con el mío, perdiéndose entre las paredes de mi
habitación y la inmensidad del exterior de mi casa, en esta basta llanura en la
que su pasto, ligeramente alto y de color dorado, se mueve al ritmo del viento;
lento, triste… un poco lamentable.
***
Despierto,
y lo primero que se me viene a la cabeza no es más que un mareo desagradable
que me obliga a cerrar los ojos nuevamente. Me quedo unos segundos recostado y
una vez la sensación de malestar ha pasado me siento en el borde de la cama.
Kathy ya hace un rato que se ha ido, el ultimo recuerdo que tengo es de hace
unos momentos. Kathy, yo, llanto, y luego, nada más que nuestras manos
enjugando unas lágrimas que han bajado por montones a través de nuestro rostro.
Antes
de que Kathy saliera de mi habitación me dejó unas pastillas para que durmiera.
Dijo que iba a necesitar energías para la noche.
Supongo
que ella tenía razón. Esta noche nos quedaremos despiertos, lo más que podamos,
dándole el mayor apoyo posible a los padres de Cori, un apoyo que todos
necesitamos. La verdad que por Henry no me preocupo, ese desgraciado bastardo
no lo quiero ver ni en pintura. Quien verdaderamente me preocupa es Cecilia,
ella ha de estar destrozada en todo el amplio sentido de la palabra. Primero
Emily, luego Cori… el corazón de esta mujer debe de haberse encogido hasta casi
desaparecer. Su tristeza debe de superar en creces la mía.
Posiblemente
haga mal en tratar de comparar quien está más devastado, si ella o yo; es más
correcto decir que ambos sentimos el dolor en maneras y magnitudes diferentes.
Me
doy cuenta que sin recordarlo muy bien, he bajado la ropa que estaba en mi cama al piso de manera
ordenada para no desdoblarla nuevamente. ¿O ha sido Kathy? Miro la hora en mi
reloj de mesa. Ya son las seis de la tarde. Pronto será hora de que me vaya
para la casa de la señora Woller.
Salgo
de mi cama un poco atontado por la pastilla para dormir y bajo a ver si todos
ya se están preparando para irnos. Curiosamente llego hasta la sala sin
encontrarme a nadie, paso a la cocina y tampoco hay nadie. Me asomo al patio y
tampoco no logro ver a ninguno.
Seguramente
todos se han ido ya.
Paso
por la cocina nuevamente y en la mesa hay una nota de la que no me percaté antes.
Es de Tránsito, y la nota está pegada sobre un pedazo de pie de manzana
envuelto en papel plástico de cocina.
Que lo disfrutes cariño. Te estaremos esperando en
casa de la señora Cecilia. Tus padres vendrán contigo.
Sin
muchos ánimos me dispongo a comer. Esta cosa está realmente buena, Tránsito
sabe cómo hacer que me sienta un poco mejor, y nada como su pie de manzana para
lograrlo. Paso a la sala y decido comérmelo ahí, tal vez mirando la televisión
logre distraer un poco la mente de tanto suceso.
En
HBO están pasando la película de “Como si fuera la primera vez” Esa
película en la que una chica pierde la memoria todos los días y alguien trata
de hacerla de que se enamore cada día. Es una buena película, y en estos
momentos perder la memoria no me vendría mal. Lastimosamente no tengo una piña
a la mano ni una vaca que se me cruce para estrellarme en un aparatoso
accidente y golpearme la cabeza y así padecer de amnesia. La vida es un tanto
injusta a veces.
Alguien
toca la puerta, y con cuidado me pongo de pie para no lastimar mis pies, pero
antes de que pueda abrirla ya han arrojado un sobre de manila amarillo y
pequeño por la ranura para el correo. Observo por el mirador de la puerta de
quien se trata y puedo ver que era el cartero quien ya se está subiendo a su
camión de la correspondencia y se marcha.
Levanto
el sobre de manila y me dispongo a revisarlo.
“INSTITUTO DE MEDICINA
GENETICA DE COLORADO” dice en la parte de
enfrente, con enormes letras rojas y con un escudo de los estados unidos a
marca de agua. Hay un emblema en la esquina superior izquierda con forma de una
hélice de ADN en colores azules. En la esquina inferior derecha se encuentra el
nombre del destinatario. Robín Zacarías
Leader.
Es
para mi padre. Un poco extraño que reciban correspondencia de su trabajo acá.
Normalmente no suelen recibir ni tan siquiera correspondencia porque casi nunca
pasan en casa. El sobre tiene un pequeño sello en color rojo que dice “Importante”. Me paso a la sala
nuevamente y pongo el sobre en la mesa. Debería de ver de qué se trata,
seguramente es algo que mi padre necesita con urgencia.
Como
el último pedazo de pie y decido finalmente abrir el dichoso sobre. Le marcaré
a papá y le diré de qué trata. Al final, estoy autorizado a abrir cualquier
correspondencia que ellos reciban, por muy escasa que sea, o por muy importante
y confidencial que parezca. Como paso la mayor parte del tiempo solo ellos me
han dado ese permiso. Veamos de qué trata este sobre.
Lo
abro con cuidado y dentro se encuentran dos papeletas impresas a colores. La
primera no es más que un instructivo del instituto sobre cómo interpretar
resultados de laboratorio sobre exámenes de ADN. Me parece un poco estúpido que
les adjunten esta página, mis padres son genetistas y esto ya se lo han de
saber incluso de memoria. Obvio la primera página y me paso inmediatamente a la
segunda. Esta página no es más que una fecha en la parte superior, el logo de
la institución y un pequeño párrafo escrito en negritas y justificado. Parece
importante.
“El
Instituto de Medicina Genética de Colorado.
Mediante
la presente informa al interesado:
ROBIN ZACARIAS LEADER, solicitante
de la prueba de paternidad de la implicada CAROL ISABELA DOVER, siendo hija biológica ante el estado, la nación y diferentes países del
mundo de DARIEN ANNABELLA DOVER. Pudiendo
comprobar la fidelidad de las pruebas de laboratorio designadas al proceso,
basando el estudio del ADN en rigurosos métodos y leyes que amparan a la institución,
se ha podido concluir la prueba de comparación de ADN entre el solicitante y la
mencionada con anterioridad CAROL ISABELA DOVER de manera exitosa.
Dicho
esto, se procede:
Nivel
de coincidencia del ADN: 99.99%
Por
tanto:
ROBIN
ZACARÍAS LEADER, es padre BIOLOGICO de CAROL
ISABELA DOVER.
Sin
más que agregar, se establece entonces que ROBIN ZACARIAS LEADER y DARIEN
ANNABELLA DOVER son los padres
biológicos de la implicada CAROL ISABELA
DOVER”
Al
llegar al final de la nota mis manos tiemblan y siento como un escalofrío sube
por mi espalda dejando un dolor punzante en mi nuca. Mi rostro hormiguea y la
respiración me falta. Siento el estómago hecho un nudo, en mi pecho una
opresión angustiante y las náuseas regresan provocándome arcadas momentáneamente.
Carol…
ella… ¡Carajo! ¡¿Carol es mi hermana?!
¡Tengo
una hermana!
Esto
no puede estar pasando. Esto tiene que ser mentira… un error.
Cuando
mis pensamientos están más aturdidos y mi conciencia más débil entonces el
recuerdo fugaz de mis padres me viene a la mente. Han estado extraños desde que
vinieron. Incluso en el hospital; aquí en la casa. Será que…
Mis
pensamientos son interrumpidos por gritos y exasperaciones elevadas en tono de
voz y palabras bajando por las escaleras. Mis sospechas comienzan a
comprobarse.
—¿¡A
caso crees que soy estúpida, Robín!?—grita mi madre con un tono de muy
disgustado. Su voz se escucha quebradiza… ella está llorando —. ¿¡Es que acaso
no lo miras!?
—¡Lo
sé, Victoria! ¡Ya lo sé!—le ladra mi padre—. ¡No necesitas restregármelo en la
cara! ¡Cometí un error!
Ella
se para al pie de las escaleras, mirando a mi padre. Su cuerpo tiembla y su
rostro está rojo. Aun no se han percatado de mi presencia. Mi padre ha
terminado de bajar en la totalidad de las escaleras y ahora ambos discuten en
la entrada.
—Es
que no puedo creerlo—masculla ella rompiendo en llanto—. No de ti.
—Me
equivoque, yo…—él intenta abrazarla pero mi madre lo rechaza.
—No
me toques.
—Victoria,
por favor…
—¡Aléjate!—le
grita mi madre levantando sus manos—. ¡Eres un bastardo! ¡Esto se acabó Robín!
Mi
padre apuña sus manos y las alza al aire y cuando creo que está a punto de
golpear a mi madre, me muevo tan rápido como puedo para interponerme. Ellos se
quedan atónitos, sin saber qué hacer ante mi eventual aparición entre su pelea.
Mi padre solo ha dejado caer sus manos a sus costados. Su intención no era
golpear a mi madre, sino mostrar su frustración… esto tiene que ser grave.
Mi
madre se sienta en las escaleras y se hecha a llorar, desahogando en un llanto
incontenible toda su rabia. Mi padre intenta acercarse pero ella sigue
rechazándole, y yo, bueno, yo me he quedado como estúpido parado mirándolos.
¿Qué debería de hacer? ¿Qué está sucediendo exactamente? ¿Qué significa esto?
Cuando
pienso que estas preguntas se quedarán sin respuesta, la voz de mi madre se
deja escuchar como un susurro entre sus sollozos, respondiendo a mis
inquietudes.
—Esto
se acabó Robín—musita sollozando, con su rostro escondido entre sus manos—.
Vamos… vamos a divorciarnos.
Continuará.
Ending:
Capítulo 36: Lagrimas.
T
|
odo
está silencioso camino a casa de Cori. Mamá no dice nada, papá mucho menos, y
yo, en el asiento trasero, voy tratando de asimilar todo lo que hace unos
minutos he escuchado. Incluso la molestia de las heridas de mis manos ya no son
las que me mantienen en vilo, sino lo que presencié en casa.
Vamos a divorciarnos,
Robín—dijo mamá sin un atisbo de
arrepentimiento.
Mi
padre tampoco le contradijo nada. Solo se quedó en silencio y prefirió subir a
su habitación mientras yo me quedé con mamá en las escaleras preguntándole qué
pasaba. Ella nunca me dijo nada, ni papá tampoco quiso decirme nada cuando subí
a pedirle explicaciones. Pero creo que esas explicaciones que pido solo son una
confirmación a lo que ya sé… Carol… ella. ¡Carajo!
—Mamá…
—Basta,
Sasha—musita mi madre, con su mirada perdida en el paisaje que pasa veloz por
la ventana.
No
puedo, por más que lo intente, ayudar. Ellos me bloquean el paso para intentar
comprender en su totalidad el problema del asunto. ¡Es que piensan divorciarse,
por un demonio! He llegado a hacerme la idea toda mi vida de que mis padres
están ausentes porque su trabajo les impide pasar tiempo conmigo, incluso he
aceptado sin mucho problema que me crío solo… pero ¿En serio se piensan
divorciar? Es… inconcebible. No me puedo imaginar una vida así, no lo veía
venir por ningún lado. Además… ¿Por qué se viene un problema de este tipo en un
momento como este? ¡Maldición! Acabo de perder a Cori, la herida aún sangra y
ahora mis padres salen con un enorme tapón de sal, listo para posarse justo
sobre la viva carne de mi dolor con un maldito divorcio.
—Papá,
por favor…
—Sasha,
esto… no es momento para esto—advierte él, sin inmutarse demasiado.
La
frustración comienza a carcomerme por dentro. Y sobre todo, la impotencia de no
saber qué hacer ni que decir me provoca un nudo en la garganta, haciéndome
tragar grueso.
—En
serio, necesito que me digan algo. ¡Una explicación por lo menos!—espeto con
exasperación—. ¿Qué era esa prueba de ADN que llegó ahora a casa? ¿Esto es en
serio? ¿A caso ustedes van a…?
—¡Dije
que basta!—ladra mi madre, mirándome por el retrovisor—. Cállate Sasha.
Los
deseos de llorar por pura rabia me invaden, pero en estos momentos no puedo
hacer absolutamente nada. ¡Nada! En estos momentos siento decepción. No sé si
de mí mismo por no poder hacer algo, o de ellos, por hacer este tipo de
estupideces en los momentos menos indicados. ¡Incluso mi padre me está
comenzando a parecer un desconocido! Esa imagen que tenía de él se ha venido
abajo sin mucho problema y la sensación de tener lastima por él no se quiere
ir. Por otra parte está mi madre. Por ella ni siquiera sé que sentir, si no me
dice nada entonces no sabré si alguien tiene razón sobre algo o no.
Al
final, siempre regresé a ese mismo punto… a un lugar donde ellos jamás
estuvieron. Mi vida.
Llegamos
a la casa de Cori en un silencio sofocante y lo primero que percibo al entrar
es el olor a flores y el murmullo de las personas que han venido al velatorio.
En la sala, al fondo, frente a una enorme ventana, yace el ataúd de Cori con
una pequeña ventanilla abierta para quien desee ir a verle. El estómago se me
revuelve y un hormigueo en mis manos me dice que debo de salir de acá. Esa
sensación de que no voy a poder más con esto comienza a hacerse presente y si
no me muevo hacia otro lugar donde pueda desahogarme en paz, le comenzaré a
gritar a alguien groserías. Solo siento que no me he terminado de desahogar.
Posiblemente nunca llegue a desahogarme del todo.
Kathy
y André ya están acá. Los veo asomarse desde la cocina y me hacen señas para
que vaya, así que ni siquiera lo pienso dos veces y salgo de la sala hacia
donde ellos. La cocina tiene su propia puerta, por lo menos cuando está cerrada
es más silenciosa que cualquier otro lugar de la casa. A medida que paso entre
la gente, puedo notar como ellos me observan no sé si con lastima o con
asombro. Mis manos están vendadas, es posible que sea por eso que me observan
con total descaro… o tal vez es porque
no he venido al velatorio con traje negro como ellos. Me puse la cosa más
cómoda que encontré. Un jean azul y una camiseta blanca con cuello en V. Mis
converse por supuesto no han faltado. Sin embargo, por más cómodo que quisiera
venir, no lograré aminorar la carga que llevo dentro. Esto apesta.
—¿Sucede
algo?—me pregunta André al verme cerrar la puerta, echando una última mirada a
mis padres que hablan con Cecilia.
Los
murmullos de la sala desaparecen y el silencio en la cocina me calma un poco.
El olor a café es penetrante y puedo notar que hay una gran cantidad
preparándose en la estufa, y en el suelo varias cajas con magdalenas.
—¿Para
qué es todo eso?—inquiero, dejándome caer en sobre una silla.
—Esta
gente tiene que comer algo si se piensan quedar toda la noche acá—me responde
Kathy encogiéndose de hombros.
—¿Toda
la noche?—mascullo un tanto incrédulo.
—Tesoro,
la primera noche del velatorio es así. Mañana domingo solo será por la mañana,
por el asunto del 31 de octubre. Disfraces, dulces y todo eso—masculla un tanto
indignada—. El lunes por la tarde…
—El
lunes en la tarde será el funeral—le
interrumpe André—. Cecilia ya lo ha decidido.
—Es
muy poco tiempo—advierto frunciendo el ceño, negando con mi cabeza—. Necesito
más tiempo. Yo…
André
se acerca y me pone una mano en el hombro, mirándome fijamente. Pareciera que
estoy pasando algo por alto. Algo realmente importante. ¿El qué es?
—Esto
no es fácil para nadie, Sasha.
—Lo
sé, pero yo…
—Piensa
un poco en Cecilia—musita Kathy, mientras busca algo en unas repisas.
Kathy
me pasa una taza con café y una magdalena para que coma. André y ella se
sientan a la mesa conmigo y nos quedamos en silencio por unos momentos.
Así
que mañana es Halloween. No será nada agradable. La verdad es que mañana ni
siquiera creo salir ni a mirar a los chicos que llegarán a la puerta a pedir
dulces. No creo que alguien que fuese amigo de Cori lo haga en su sano juicio.
Y con esto me refiero a los chicos y a mí.
No
es justo. Para nadie lo es.
Muchas
veces pensé que mi vida se quedaría para siempre tal y como siempre fue. Con
Karla, con Cori, con nuestras vidas conectadas y siendo lo que siempre hemos
sido: una familia. Nunca me imaginé en una situación de estas, vaciándome poco
a poco porque las personas a las que amo se van alejando. Por eso, siempre, en
mis adentros, desee ser el primero en partir, ser el primero en irse para no
sentir el dolor de perder a algo que realmente amo. Lo único que me animaba a
pensar de esa manera era que una vez yo dejara de existir, todas esas
sensaciones agobiantes y suicidas desaparecerían conmigo. Al final, ya no
sentiría nada, pues yo ya no sería absolutamente nada. Lo que jamás me
detuve a pensar es que quienes llegarían
a entristecerse serían aquellas personas que se preocupaban por mí, aquellas que
se quedarían atrás en este mundo tan materialista. Mis pensamientos son
egoístas, suelen serlo demasiado, pero poco a poco comienzan a cambiar. Ahora
comprendo por qué Cori parecía más preocupado por Karla y por mí, que él mismo
por su enfermedad. Él temía esto; él temía que sintiésemos toda esta tristeza
arrasando con todo a su paso, con cada centímetro de nuestra sanidad y cordura.
Ha sido tal vez por eso que Cori me ha hecho prometerle en aquella ocasión
tantas cosas que en ese momento no entendí, sin embargo, ahora lo comprendo.
Cori sabía que lo amaba, sabía que por él podría dar mi vida sin dudarlo… él
supo todo este tiempo que si yo prometía cumplir la promesa, no me retractaría
nunca y seguiría hasta lograrlo, todo por él.
Cori
sabía que de esa manera yo continuaría… y no me quedaría atrás.
La
puerta de la cocina se abre y por unos momentos puedo escuchar los murmullos de
la sala que se apagan rápidamente cuando Cecilia, que acaba de entrar, la
cierra tras de sí.
—Kathy,
André, ¿Me podrían ayudar con las personas que van llegando? Por favor—les pide
Cecilia, con un hilo de voz bastante suave.
Ellos
asienten y en silencio salen de la cocina, quedándonos únicamente ella y yo.
Cecilia no se mira nada bien. Sus ojos presentan unas grandes ojeras que ha
intentado ocultar con un poco de maquillaje
Sus mejillas están ligeramente hundidas y sus ojos, rojos y vidriosos,
demuestran cuan devastada está ella. Esto es demasiado, en exceso, es cruel.
Primero fue Emily y ahora el único hijo que le quedaba, Cori. ¿A caso esto
podría ser peor?
Sin
embargo, Cecilia intenta ser fuerte. Me mira por unos segundos y me dedica una
sonrisa que lejos de parecer alentadora, luce lastimera, como si a gritos
pidiera un pequeño momento para llorar y gritar.
Pasa
a la estufa y observa que el café que hacía unos momentos se calentaba, ya está
hirviendo y le apaga el fuego.
—¿Estás
bien?—me pregunta con un hilo de voz casi imperceptible, recostándose
ligeramente en la puerta de la nevera.
—Nadie
lo está, señora Woller.
Ella
sonríe y alza su mirada hacia el techo.
—Hemos
conversado tantas veces, de tantas cosas que a veces hemos llegado a parecer
viejos amigos, Sasha. No sé por qué no me llamas Cecilia.
—Usted
es igual que mi madre—musito, devolviéndole una sonrisa que sé que ella no ve,
pues su mirada está perdida en algún punto de la nada en el techo—. Le decía lo
mismo con Cori, lo hacía llamarla por su nombre.
—Es
cosa de madres—advierte dejando escapar un suspiro—.
—Supongo
que sí, Cecilia.
Ella
abre una gaveta de una pequeña mesa junto a la refrigeradora y saca una pastilla
que se toma sin pensarlo.
—El
dolor de cabeza me está matando—me dice encogiéndose de hombros—. Y ya no lo
soporto.
—La
pastilla no tardará en hacer efecto—le digo tratando de alentarla.
—Sí,
pero la pastilla solo me quitará el dolor de cabeza—y en un instante la voz de
Cecilia se quiebra en un sollozo que intenta ahogar poniéndose la mano en la
boca—. Lo que no soporto seguirá ahí.
Me
levanto de la silla y con lentitud me acerco hasta ella. La abrazo y dejo que
su llanto se ahogue entre mis brazos, dejo que sus espasmos por los sollozos se
amortigüen en mi pecho, permito que se queje de cuan mísera está siendo la vida
con ella y que me pregunte qué es lo malo que ha hecho para merecerse esto. Yo
solo me quedo en silencio, porque sé, porque sé que ella sabe, porque sé que
ambos sabemos… que por más quejas que cualquiera de los dos tengamos nunca
terminaremos de sacar todo este dolor que llevamos dentro. Cecilia cabe
perfectamente en mis brazos y se deja envolver por ellos hasta que poco a poco cesan
las lágrimas, pero por cada palabra de consuelo que intento darle, sale un
reproche que se da a sí misma en la que se dice cuan descuidada ha sido, cuan
mala madre se siente por no haberse fijado antes en la enfermedad de Cori, cuan
inútil fue durante los momentos en que Cori la necesitaba. Trato de hacerle ver
que ella hizo todo cuanto estuvo en sus manos para protegerlo pero ella no
parece estar convencida y sigue culpando por más cosas. Entre tantas quejas
sale a flote entonces una sola disculpa, un lo
siento que me atraviesa hasta las coyunturas, estremeciéndome y
ablandándome más de lo que ya estoy. “Siento
no haber podido hacer algo para salvar a alguien muy preciado para ti—me
dice ahogando las palabras en mi pecho—lo
siento. No pude. Jamás pude.”
Cecilia
se siente como yo, y me veo en la inminente necesidad de decirle lo mismo. Me
disculpo entonces con las mismas razones. Todo este tiempo me he sentido con
esa impotencia de no haber podido hacer algo porque Cori mejorara, de no haber
podido serle útil para que superara su enfermedad, de no haber sido yo quien
pudiese donarle medula, de no haberme fijado antes en los sentimientos que Cori
sentía por mi… ahora soy yo quien se queja por haber perdido tanto tiempo solo,
sin la presencia de Cori y es entonces cuando anhelo con cada centímetro de mi
cuerpo que aquellos momentos en los que busqué la soledad hasta encontrarla,
los pudiera repetir, pero estando con Cori. Teniéndolo a mi lado, gastando el
tiempo juntos. Solo nosotros dos.
Ahora
me siento culpable incluso por estar rompiendo la promesa que le he hecho a
Cori.
***
Son
aproximadamente las ocho de la noche y han llegado más personas a la casa. Los
familiares de Cecilia y Henry están aquí, todos de luto y dándole palabras de
aliento a quienes lo necesitan. Casey ha venido con Andrea. Hemos hablado un
poco y puedo notar que está hecha pedazos por dentro. Ella y Cori eran como
hermanos y sé que a Casey le está doliendo tanto como a mí la perdida.
He
llamado a Karla a su móvil varias veces pero ella no me responde. Llamé a su
casa pero tampoco contestaron el teléfono. Ya comencé a preocuparme realmente
por ella. ¿Dónde estará metida?
Khana,
Jennel y Nixon han venido. Todos los compañeros de nuestro salón y los maestros
también han venido. El equipo de futbol está aquí también. Todos sentados y
ordenados, en silencio y en un luto que parece asfixiante. Son muchas personas,
más de la que pude imaginar, y tal parece que faltan más por llegar.
Me
he salido al corredor frente a la casa y me que quedado sentado en un rincón,
mirando la noche pasar lenta. No he tenido el valor suficiente aun para ver a
Cori. La sola idea de que está metido en una caja de madera y que jamás abrirá
los ojos me parte el corazón en mil pedazos y me estruja la garganta. Kathy y André
están ayudando a Tránsito a atender a las personas que llegan. Cecilia no está
en condiciones de hacerlo, y Henry, bueno, a él no le he puesto cuidado. La
verdad, ese hombre no sé ni por qué no se ha ido a dormir. En cuanto a mis
padres… ellos parecen actuar con normalidad, dándole apoyo a Cecilia. Sin
embargo, no creo que ninguno de ellos esté en condiciones de dar palabras de
aliento. Aun rondan por mi cabeza muchas cosas.
Su
divorcio no me deja en paz.
—Buenas
noches, Sasha, muchacho—me saluda alguien que aparece caminando entre la
oscuridad.
El
señor Hamilton ha venido acompañado de su esposa y su hija. No, también viene
alguien más. Darien. Ella ha venido con ellos.
—Buenas
noches señor Hamilton.
Él
y su esposa me dedican una sonrisa y pasan a la casa. Brianna, su hija y mi
compañera de clases, también me sonríe y se me acerca a saludarme. No parece
sentirse bien con todo esto y no la culpo. Nadie se siente bien con nada de lo
que sucede. Luego de intercambiar un par de palabras que nada de relevantes
tienen, ella pasa a la casa y vuelvo a quedarme en el silencio de la noche
fría.
No.
No estoy solo. Alguien más está aquí. Darien, aún sigue parada frente a la
casa.
—¿Me
quieres hacer compañía?—musito, acercándome a ella.
Darien
levanta su cabeza y alza sus manos, intentando buscar mi rostro hasta que lo
encuentra. Sonríe.
—Tu
voz es inconfundible—me dice casi en un susurro—. Pero… parece estar apagada.
Esbozo
una sonrisa y pongo mi mano sobre la suya que yace en mi mejilla. Cierro mis
ojos y me dejo envolver por la calidez del tacto de Darien en mi rostro. Dejo
que el silencio me llene los oídos y que el frío penetre por cada poro de mi
cuerpo. Darien nota las vendas en mis manos y las palpa con cuidado, sin
embargo, las heridas ya no duelen, tampoco las de los pies.
—¿Ha
sucedido algo?—me pregunta examinando mis manos.
—Nada
grave.
—¿Estás
seguro?—inquiere nuevamente. Parece que a Darien no voy a poder mentirle.
—No lo creo—musito con desaire—. Posiblemente…
no.
Darien
me sonríe. Sin embargo, denota también preocupación. Posiblemente necesitemos
hablar de muchas cosas. Posiblemente no sea el momento de hacerlo… o tal vez
solo sea yo quien no quiera hacerlo.
—¿Quieres
caminar un rato?—pregunto—. Está un poco frio aquí afuera pero…
—Me
encantaría, Sasha.
Echando
un último vistazo hacia la casa, nos vamos a caminar por la oscura calle. Al
principio vacilamos si ir hacia la izquierda o hacia la derecha, pero al final
decidimos ir tras la casa de Cori, donde hay un pequeño camino que atraviesa el
bosque hasta llegar a un claro que en verano se llena de flores. Ahora, a punto
de finalizar octubre, seguramente lo único de cuenta que hay por ver será el
riachuelo que pasa a un costado de este, y un cielo estrellado que se dibuja
extenso en la oscuridad del espacio.
A
medida que nos adentramos en el bosque, el sonido de los murmullos de la casa
se apagan y las luces comienzan a atenuarse por la noche. Saco mi móvil y con
la débil luz de la pantalla alumbro nuestros pasos. Darien va tomada de mi
brazo, caminando a mi lado, sin vacilar. Necesitaba este momento a solas con
Darien, necesitaba preguntarle tantas cosas, pero ahora, entre tanta
interrogante que tenía planeado plantearle, solo se ha resumido a una tan sola
cosa: mi padre.
Pareciera
que me estoy tomando las cosas con demasiada calma respecto a lo que está
sucediendo entre mis padres, pero la verdad de las cosas es que, a pesar de que
me preocupa, hay cosas más importantes para mí en estos momentos que requieren
de mi atención. Amo a mis padres, a pesar de que la convivencia con ellos es
poca, los quiero ver felices y juntos, y quisiera con toda mi alma poder hacer
algo porque no se separasen. Si Carol es mi hermana, no me importaría tampoco
tratarla como tal. Ella y Darien son excelentes personas y solo por las peleas
que mamá tenga con papá, eso no significa que me molestare con ellas por lo que
sucede. No me prestaré a estar despreciando a alguien solo porque otra persona
a la que amo también lo desprecia. No será la típica conducta de “Sentir fiebres ajenas” como suele decir
Kathy, que es cuando las personas toman esa costumbre de molestarse con alguien
más solo porque otra persona les pidió que también lo odiaran. Es estúpido, y
no estoy dispuesto a dar mi brazo a torcer por ninguno de ellos, ni por nadie.
Karla lo sabe, Cori lo sabía, y ellos estaban de acuerdo con eso. Incluso
intentaron molestarse conmigo solo porque jamás dije tenerle rencor a la
hermana de Benny, o a Benny por todo lo que nos sucedió, pero al final mis
amigos se dieron cuenta que sería inútil conmigo. En lo único que llegamos a
concordar fue en el infinito odio y desprecio que le tengo a Liam. Mal nacido
bastardo que si lo veo lo voy a matar. Pero ese es otro asunto.
—¿Cómo
está la madre de Cori?—me pregunta Darien con tono preocupado.
—Cecilia
no está nada bien—musito con desaire—.
Ella está destrozada por dentro.
—No
es para menos. Ha sido una perdida muy lamentable.
—Lo
sé.
—¿Y
su padre?
—¿Henry?
Esa cosa ha de estar por ahí sonriendo—mascullo con cierto dejo de enfado—.
—Pareciera
que no te cae bien—se apresura a señalar Darien.
—Es
que no me cae bien—espeto con el ceño fruncido—. Es un… desgraciado cabeza de
caca de vaca.
Darien
suelta una carcajada y no puedo evitar reírme también por lo que acabo de
decir. Me doy en la tarea de explicarle a Darien por qué es que Henry no me cae
bien y le cuento lo que él me dijo cuando hablamos en el hospital. Darien se
sorprende al escuchar cada barbaridad que Henry me soltó y puedo notar como
ella hace una mueca de desprecio cuando llego a la parte en la que ese hombre
me dijo que había golpeado más de una vez a Cori.
—Sí,
tienes razón tesoro, es un hombre cabeza de mierda de vaca. Ya decía yo que
tenías tus buenas razones para decirle así.
—Es
por eso que no me he acercado a él en lo que ha ido de la noche. Si lo veo, me
le tiraré encima y lo golpeare.
—Desearía
poder ayudarte con la tarea, corazón. Pero mírame, ciega y debilucha solo sería
un estorbo.
Llegamos
finalmente al claro en el bosque y nos sentamos en un tronco de un árbol caído
a descansar un poco. La noche está fría y el sonido del riachuelo se deja
escuchar entre los murmullos del bosque. Un búho ulula en alguna parte y el
croar de unas cuantas ranas hace eco en la oscuridad iluminada con tenuidad por
la luna y las estrellas. Es increíble como el paisaje ha cambiado bastante. Los
árboles ya tiene pocas hojas naranjas en sus ramas; pronto llegará el invierno.
—Sasha—musita
Darien, frotándose las manos.
—¿Qué
sucede?
—¿Qué
es lo que te preocupa?
Finalmente,
Darien lo ha descubierto. Le ha sido tan simple y sencillo hacerlo que
inconscientemente esperaba que ella me dijera algo para finalmente hablar.
Necesito aprender a hacer eso que ella sabe, seguramente así no pasaría por
alto tantas cosas importantes de mi alrededor.
—Todo—murmuro,
exhalando profundamente mientras una pequeña niebla de vaho se escapa de mi
boca.
—¿Quieres
hablar al respecto?
—Solo
si tú quieres escucharme.
Darien
asiente con su cabeza y me toma de la mano, apretándola con suavidad. Su piel
está tibia y suave. Es agradable.
—Me
encantaría—advierte con una sonrisa.
Me
quedo unos segundos en silencio, preparándome mentalmente para lo que voy a
decir. No quiero que suene como una acusación, ni tampoco deseo incomodarla.
Tampoco quiero que piense que estoy molesto con ella. Solo quiero… saber la
verdad. Estoy pidiendo demasiado.
—Tiene
que ver con Carol…—musito un poco dudoso sobre si continuar o detenerme. Darien
sonríe—. Y tiene que ver también conmigo—musito, levantando mi mirada hacia el
cielo estrellado.
—¿Ha
sucedido algo?—inquiere Darien. Puedo notar el tono de su voz un tanto
preocupado.
—Han
sucedido muchas cosas últimamente.
—El
mundo a veces es un caos—ella se encoge
de hombros.
—Sí.
Lo es—resoplo volviendo a verla. Tengo que hacer esto, o de otra manera el
problema me seguirá martillando la cabeza—. Mis padres… van a divorciarse—musito.
Ambos
nos quedamos en silencio por unos segundos, envueltos entre la tenue luz
plateada de la luna. Darien aprieta mi mano con un poco más de fuerza y
suspira.
—Lo
siento, Sasha—susurra—. Yo… lo siento.
Volvemos
a quedarnos en silencio. La mano de Darien no se desprende de la mía, y tampoco
deseo que la retire. Puedo notar como en su voz Darien suena preocupada.
—Fue
hace seis años que conociste a mi padre… ¿Cierto?—le digo con un hilo de voz
débil.
Darien
asiente y aguarda en silencio. Debo de continuar o luego me lamentaré.
—Carol
debe tener seis años… ¿Me equivoco?
—No—contesta,
haciendo una breve pausa. Finalmente continúa—. Pronto también cumplirá los
siete.
—Ya
veo—musito con una sonrisa.
—Lo
siento—repite nuevamente—.
—Tengo
una duda—me apresuro a dejar de lado este ambiente un tanto pesado—. ¿Tú ya
sabias quien era yo aquella ocasión en la que visité por primera vez tu casa?
—No—advierte
con una sonrisa—. Pero cuando pude tocar tus manos, supuse muchas cosas. Me
recordaste a Robín. Sin embargo, podía equivocarme, por eso no te he dicho
nada. Además, temía empeorar las cosas. Tú llegaste con un problema, Sasha.
Unas inquietudes bastante confusas respecto a los sentimientos que alguien
sentía por ti. No podía agobiarte con más dudas.
Estas
últimas palabras terminan de enterrar mis preocupaciones. Ahora creo comprender
qué era lo que me inquietaba exactamente. Tenía miedo de encontrarme con una
mentira. Tenía miedo de que Darien lo hubiese sabido a ciencia cierta todo el
tiempo y nunca me lo hubiese dicho. Sin embargo, ella simplemente tenía dudas,
dudas que prefirió dejar de lado por miedo a equivocarse, y pensó en no
cargarme con más cosas de las que ya llevaba encima.
—Y
por si te lo estás preguntando—advierte levantando su rostro—. Hasta ahora que
dices que tus padres se separaran, me doy cuenta que tu madre está casada con
tu padre y que vivían juntos.
—¿A
qué te refieres?
—Cuando
conocí a Robín—me dice con un tono exhalante—. No pensé que él estuviese
casado, mucho menos que tuviese un hijo. Tu padre no es una mala persona,
Sasha. Es un hombre dulce que se preocupa por los demás, como tú. Tal vez sea por eso que me enamoré de él. Y se
equivocó, ambos nos equivocamos y por ese error ha surgido este problema.
—No
es tu culpa.
—Lo
es—me interrumpe ella—. De Robín y mía. Y por causa nuestra, tu madre está
sufriendo. Ella está en todo su derecho de molestarse conmigo, pero con toda
sinceridad, jamás pretendí quitarle algo que era suyo. Me enamoré sin saberlo
de Robín, y es posible que por haberlo hecho, él haya tenido ese espacio para
equivocarse y llegar a sentir, aunque fuese por un corto lapso de tiempo, algo
por mí. Ha sido por eso seguramente que al final, Robín se ha dado cuenta que
algo hacía mal, y prefirió alejarse de mí para regresar a la vida a la que pertenecía—Darien hace una
pequeña paisa, respirando con lentitud. Ella dibuja una sonrisa en su rostro, y
continúa—. Una vida donde estaba tu
madre y estabas tú.
—Carol
aun no lo sabe, ¿Verdad?—pregunto, mirándola de reojo.
Darien
niega con su cabeza.
—Es
mejor así por el momento—advierto, apretando su mano, pasando mis dedos entre
los suyos. Sonrío—. Será bueno hacérselo saber hasta que todo haya pasado.
—A
ella le encantará saber que tiene un hermano. Estará feliz al darse cuenta que
eres tú.
—Yo
estoy feliz de saber esto, ¿Sabes?—le digo. Cambiamos de posición y ahora nos
cogemos con la otra mano, para calentar nuestros dedos—. Me calma el saber que
el daño no ha sido provocado intencionalmente, ni a ti ni a mi madre. Sin
embargo, también me entristecen mis padres.
—Si
pudiese retroceder el tiempo, seguramente haría todo lo posible porque lo que
sucedió con tu padre, no pasase, sin embargo, cabe la probabilidad de que de
igual manera hubiese sucedido todo. Las cosas suceden por una razón, Sasha, y
todo se conecta entre sí para entretejer al final una red de sucesos que para
bien o para mal constituyen nuestra vida.
—Creo
que intentaré hablar una vez más con mis padres—musito.
Darien
tiene razón. Al final de cuentas, en la vida siempre han sucedido cosas que
deseamos que no hubiesen pasado, pero la verdad de las cosas es que lo deseamos
sin ponernos a pensar lo que sucederá a futuro a causa de esos sucesos. No
debemos de tener miedo, no debemos de preocuparnos ni debemos de entristecernos
por un futuro que aún no sucede, porque de cualquier manera, ese futuro aún no
existe, y lo inexistente no debe de tener cabida en nosotros. Solo el presente es
lo que importa, y el pasado—en contados casos—debemos de rememorarlo cuando sea
necesario… cuando realmente lo necesitemos para no desgastarlo en nuestra
memoria.
Curiosamente
creo que habrá algo que siempre traeré del pasado para recordar momentos
felices. Siempre habrá algo que necesitaré… siempre será Cori.
***
Hemos
regresado a la casa de la señora Woller. Mis padres ya se han ido a casa, pues
ya casi rondan las dos de la madrugada.
Las demás personas también se han retirado, y Darien con el señor
Hamilton y su familia han regresado por igual a sus casas. Solo estamos
Tránsito, Kathy, André, Casey y Andrea… y yo. ¿Dónde estará Karla? No la he
visto en todo el rato. A los únicos que vi fue a la señora Bonnet y a su
esposo, que hace un par de minutos se han retirado también. Le he preguntado por Karla y me ha dicho que ella ha
estado acá todo el tiempo. ¿Pero en dónde?
Le
he preguntado a Kathy si la ha visto, a André si ha hablado con ella, a Casey o
a Cecilia si Karla ha aparecido por alguna parte, pero todos me han contestado
lo mismo; nadie sabe en dónde está. Lo único que Cecilia me dijo es que unas
horas antes de que André, Kathy y Tránsito llegaran, Karla había estado
pacientemente esperando sentada frente al ataúd de Cori. Un segundo después,
ella ya no estaba.
La
he buscado por toda la casa, le he llamado tantas veces a su móvil, les he
preguntado a todos… pero nada. ¡No consigo dar con ella! Ya me estoy
preocupando, y si no la encuentro pronto entonces realmente moveré equipos de
búsqueda hasta hallarla.
Un
momento. Hay una parte de la casa que aún no he revisado. Solo se encuentra ese
lugar que no he visto por esa sensación tan angustiosa que me produce. La
habitación de Cori.
—Sasha,
es hora de que nos retiremos—me comenta Tránsito—. ¿Vienes con nosotros,
cariño?
—Me
quedaré un poco más—advierto—. Posiblemente un par de horas.
—Regresaré
en hora y media por unas cosas—advierte André—. Cecilia nos prestará el auto
para llevar a Tránsito y a Kathy a casa porque tus padres se han llevado el
convertible. Si deseas, cuando vuelva a
dejar el auto, te regresas conmigo.
—Bien,
entonces te esperaré—le digo tratando de sonreírle.
Ellos
se retiran, y justo antes de que André se vaya con ellas, él me da unas
palmadas en los hombros y me sonríe. Es más una sonrisa de “todo estará bien”. Él sabe realmente que la necesito.
Hemos
quedado solo Cecilia, Casey, Henry, y yo en la sala, sentados en silencio, con
la mirada perdida en la nada. Andrea se ha dormido en los brazos de Casey, y
verla de esa manera, solo me recuerda cuando observaba a Cori mientras él
dormía. Se mira tan apacible.
—Cecilia—le
digo en voz baja, interrumpiendo sus pensamientos.
—¿Qué
sucede, Sasha?
—Me
preguntaba si, bueno, podría subir… a la habitación de Cori
Ella
me observa por unos segundos y con una mirada lastimera y una sonrisa
melancólica, asiente con su cabeza. Al igual que André, me da unas suaves
palmadas en el hombro y me da el permiso para que pueda subir.
Me
levanto, y en silencio subo las escaleras, llegando hasta el pasillo que al
fondo, en un costado, deja entrever la puerta que da paso a la habitación de
Cori.
Mientras
camino hacía ahí, comienzo a preguntarme si es realmente una buena idea entrar
a su habitación. Sé que cuando lo haga los recuerdos vendrán a mí, sé que me
golpearan como una patada en el estómago y me rasgaran por dentro el corazón,
sé que provocaran que mis ojos escuezan y que la tristeza aflore con bastante
facilidad… sin embargo, necesito encontrar a Karla. Ella es todo lo que me
queda ahora, solo ella, y los recuerdos de Cori.
Llego
hasta la entrada de la habitación, poso mi mano sobre la perilla y respiro
profundo antes de hacerla girar. Una vez me siento listo, abro la puerta y con
lentitud asomo mi cabeza. Echo un vistazo al interior y me decido una vez
entrar, cerrando la puerta tras de mí.
El
olor a Cori se impregna en cada partícula de oxigeno que entra a mis pulmones,
y dejo que esa sensación me recorra el cuerpo, dejo que me envuelva y que la
imagen de Cori se evoque en mi pensamiento. Tal y como lo pensé, él está ahí,
en mis recuerdos, yendo y viniendo, mirándome, hablándome, susurrándome al oído
palabras que me provocan felicidad y nostalgia al mismo tiempo. Puedo
escucharlo susurrar mi nombre, puedo sentir sus brazos envolviéndome, puedo
sentir su corazón latiendo junto al mío… puedo sentir las lágrimas bajar por mi
rostro.
Enjugo
mis lágrimas, secándolas con los vendajes en mis manos, y me centro a lo que
venía. La habitación esta oscura, donde solo la tenue luz plateada de la luna
trata de iluminar el lugar.
Ahí,
sentada en el marco de la ventana, mirando hacia el exterior, está ella.
—¿Karla?—inquiero
casi en un susurro.
Ella
voltea a verme y puedo notar en su rostro se refleja el cansancio.
Me
acerco con lentitud, sentándome frente a ella, y quedamos al final como solíamos
estar con Cori cuando lo visitaba. Solíamos sentarnos en el marco de esta
ventana a observar el bosque. Sin embargo, ahora somos Karla y yo quienes nos
limitamos a vernos a nosotros mismos, intentando comprender la situación de la
mejor manera.
—Te
estaba buscando, Karla—le digo un tanto preocupado.
—Lo
siento.
Ella
vuelve su mirada al exterior y volvemos a quedarnos en silencio. La sombra de
nuestros cuerpos se proyecta sobre el estante con libros que eran de Cori. Todo
sigue estando igual. Veo entonces, en el centro del estante, entre tantos
libros, aquél que le he regalado para su cumpleaños: Ana. Cori siempre tuvo la costumbre de colocar sus libros favoritos
en ese estante. Los demás yacen guardados en cajas bajo su cama o en el ático.
—¿Estás
bien?—le pregunto, buscando su mirada, pero ella no deja de ver hacia el
bosque.
—No.
—Perdón—le
digo con la voz un poco áspera. Me aclaro la garganta y vuelvo mi mirada hacia
el exterior. Hay muchas estrellas—. Siento haberte preocupado esta mañana.
Ella
vuelve a verme y me sonríe. Karla está llorando.
—Ya…
no aguanto, Sasha—musita entre un sollozo ahogado.
Sin
pensarlo dos veces tomo a Karla entre mis brazos y la envuelvo con firmeza en
un abrazo que me sirve incluso a mí de consuelo. ¿Desde hace cuánto ha estado
ella aquí, sola? ¿Desde hace cuánto ha estado ella llorando sin que nadie pueda
escucharla? En mi garganta se forma un nudo y siento como se me estruja el
corazón al verla venirse abajo. Siento como Karla suelta el llanto en mi pecho
y se desahoga, siento sus lágrimas empapar mi piel, siento sus sollozos hacerla
estremecerse y como su llanto trata de ser contenido en este abrazo. Puedo
escucharla maldecir y quejarse de todo y de todos, puedo escucharla cuando me
dice que desearía ser ella y no Cori quien hubiese muerto, logro palpar sus
palabras cuando me confiesa que siente un vacío en su pecho… puedo comprenderla
cuando entre el llanto me grita que le
han arrancado algo muy importante de su vida de la manera más cruel posible.
La
comprendo. Yo me siento igual, pero en estos momentos no puedo decir nada, no
debo de hacerlo. En este instante es Karla quien me necesita, es Karla quien
debe de sacar todo lo que lleva dentro y reprocharle al mundo todo lo que
siente. Es por eso que solo me limito a llorar en silencio, con ella entre mis
brazos y la oscuridad de la madrugada fría siendo testigo de todo esto.
Casi
en un susurro imperceptible escucho a Karla decirme que tampoco ha tenido el
valor suficiente para acercarse al ataúd de Cori y verlo. Su confesión me toma
desprevenido y es entonces cuando me doy cuenta que ambos sentimos el mismo
miedo. Ambos nos sentimos débiles…
Este
tipo de dolor es el más suicida que conozco.
***
Todo
ha vuelto al silencio. Ya ha pasado la hora y media y André aún no aparece. Casey
se ha ido a dormir con Andrea, no sin antes ayudar a Cecilia a descansar un
poco. Ella lo necesita. Les hemos dicho que Karla y yo esperaremos a André en
la sala y que al marcharnos nos aseguraremos de que todo quede en orden. Al
menos Henry hace una cosa buena de cuenta y trata de consolar a Cecilia, sin
embargo, eso no le resta puntos al odio que le tengo.
Mientras
esperamos con Karla a André que ha tardado más de lo esperado, se me ha cruzado
una y otra vez una tan sola cosa por la cabeza: ¿Sería el momento indicado para
ver a Cori?
Le
he estado dando vueltas al asunto y tratando de armarme de valor para hacerlo,
pero hay algo que me detiene y creo saber qué es. Miedo. Miedo a encarar la
realidad.
Sin
embargo, debo hacerlo. Tengo que verlo, aunque sea una vez.
Vuelvo
a ver a Karla, y ella parece percatarse pues levanta su mirada y me observa con
sus ojos negro azabache, en silencio.
Puedo notar su mirada vidriosa y como se acumulan pequeñas lágrimas en sus
pestañas. Me sonríe... pero su sonrisa sigue siendo vacía.
—Karla—musito,
pensando detenidamente si debería o no hacer esto—. ¿Quieres… que veamos a
Cori?
Ella
me mira fijamente, taciturna. Desvía su mirada
por unos segundos y luego vuelve a verme. Asiente con su cabeza.
Respiro
hondo y me pongo de pie, extendiéndole la mano para ayudarla a levantarse. Ella
la agarra firmemente y sin mucho esfuerzo se pone de pie. Ambos asentimos con
la cabeza, mirándonos fijamente, y en ese dialogo visual nos decimos que
estamos preparados para hacerlo.
Nos
acercamos al ataúd que aún mantiene su ventanilla abierta. Solo nos queda
asomarnos y podremos verlo. Solo nos queda dar un pequeño paso y ahí estará
Cori, esperándonos.
Karla
entrelaza sus dedos con los míos y me aprieta la mano con fuerza. Vamos a hacer
esto, vamos a sobrepasar este límite que nos está matando lentamente… vamos a
darnos cuenta de una realidad que nos hemos estado negando. Asomamos nuestro
rostro con lentitud y a través de un cristal transparente puedo ver finalmente
su rostro.
Aquí
está Cori, con sus ojos cerrados. Su piel está un poco pálida pero sus labios
conservan esa misma tonalidad rosada de siempre. Pareciera estar dormido, con
esa misma calma que su rostro siempre ha reflejado.
Sin
percatarme, las lágrimas han comenzado a bajar por mi rostro hasta caer al
suelo. Puedo escuchar a Karla que ha comenzado a sollozar así que vuelvo a
verla, pero ella no despega su mirada de Cori. No sé si siento tristeza. No sé
si siento dolor. No sé qué cruza por la mente de Karla en estos momentos, y
desconozco si algún día esta sensación de vacío desaparecerá de ambos. Lo único
que sé… es que ambos anhelamos que Cori vuelva con nosotros.
***
Hemos
decidido regresar a casa antes de que André apareciera. Está a punto de
amanecer. Las nubes en el cielo han comenzado a tornarse rosas por el
crepúsculo de la mañana y los pájaros alzan vuelo a un cielo que se tiñe de
azul a medida que el sol sale.
Karla
camina a mi lado, en silencio, en este frío que nos resulta incluso acogedor.
Tomados de la mano, tal y como hemos estado desde que vimos a Cori, avanzamos a
paso lento hacia nuestras casas cabizbajos, pero ahora esa sensación de miedo
comienza a desaparecer poco a poco.
Las
lágrimas han cesado… por el momento.
Domingo
31 de octubre de 2010.
Creo que muy en el
fondo, no lo sé, comienzo a deshacerme del dolor que siento por perder a la
persona que amaba. Pero es posible que no lo esté haciendo desaparecer… sino
más bien, acostumbrándome a él.
Seguramente es momento
de darme cuenta que esos ojos verdes… solo persistirán en mis recuerdos.
Sasha
Ending:
Autor: Luis F. López Silva
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